Música y literatura: artes del tiempo y la memoria por el Dr. Antonio Ureña Archivo - Archive Ciencias y Comunicación - Science and Communication Número 15 - Julio 2022 10 de julio de 202212 de julio de 2022 Dr. Antonio García Ureña – España – leeresunderecho@gmail.com Música y literatura: artes del tiempo y la memoria Ya sean notas o fonemas, letras o palabras, unas y otras se combinan en frases, verbales o musicales, desarrollándose en el tiempo. Tal vez sea esta discursividad lo que constituye la diferencia fundamental entre las primeras y las artes visuales, como la pintura o la escultura. Unas y otras apelan igualmente a la memoria; a nuestra historia como individuos y como sociedad. Unas y otras apelan a nuestra identidad; a aquello que nos constituye como personas. Tanto la contemplación del arte plástico como el sonoro se desarrollan en el tiempo. En la segunda categoría incluimos música y la literatura. En ambas, el sonido de notas o palabras, ya sean escuchadas o leídas, con independencia de su percepción auditiva, finalmente resuenan en nuestro interior. De la misma forma, el lenguaje el sonoro y el visual nos transporta al momento, a la época y circunstancias, en que la obra fue creada. Igualmente nos pueden trasladar a ese tiempo solo nuestro, en el que vivimos algo muy especial. Al igual que todos y todas tenemos en nuestra memoria, personas o historias, también tenemos libros, poemas, canciones, pinturas, imágenes… Con frecuencia uno y otros ámbitos están conectados. Es cuando algo, hasta el momento latente, revive al ver determinado cuadro, escuchar determinada música, leer determinado texto … Esta discursividad hace que música y literatura compartan elementos de medida temporal como el pulso, incluso el compás: es el caso de la poesía, Hablamos de pulso musical y también de pulso literario, al referirnos a aquel latido que permanece constante a lo largo de la obra y le da continuidad. Ambas manifestaciones comparten un tempo o velocidad discusiva, la llamada agógica, así como una dinámica o variaciones de intensidad. De esta manera, podrían utilizarse los mismos términos italianos que se utilizan en música para definir los anteriores caracteres. Así, en una obra literaria, la intensidad de la acción se desarrolla “in crescendo” a lo largo de las páginas o, al contrario, aparecer “de subito” en determinado capítulo, por poner algún ejemplo. Música y literatura también comparten la forma, en este caso referida a la estructura interna y no al género literario. Es frecuente que una novela adquiera la estructura de sonata, con sus tres partes características: exposición, desarrollo y reexposición, que se corresponden con las tres partes clásicas de la obra literaria: presentación, nudo y desenlace. Otra forma compartida sería el denominado obstinato, donde una subtrama, personaje, conjunto de ellos o similar, aparece de forma recurrente intercalado entre las diferentes partes de la obra. Es frecuente escuchar el término “novela coral”, para referirse a una obra en la entrecruzan varias historias, tramas y personajes igualmente diferentes sin imponerse ningún elemento sobre los otros. Hace unos meses, la revista Diafanís se hacía eco de la publicación de la nuestra novela La Dama de la Maliciosa, así como de su presentación en Madrid. Como puede verse en ambos artículos, dicha obra se define como una “novela polifónica”, al tratarse de un ejercicio narrativo en el que se armonizan historias, tramas o “voces” pertenecientes a espacios, épocas o historias diferentes. En ambas estructuras narrativas encontramos partes o personajes diferentes que también se mueven de forma paralela, como en una obra musical. Mientras en la novela coral ningún elemento destaca sobre los demás, en la polifónica existe, volviendo a la metáfora musical, una jerarquía melódica. Hay una voz y trama principal que se mueve en sentido horizontal junto a las otras partes, generándose un contrapunto entre ellas; un aparente contraste, más marcado inicialmente, que poco a poco se va resolviendo en una armonía que da unidad al conjunto. Esta sería la diferencia: mientras que un trabajo literario coral, aunque también esta metáfora se utiliza en el mundo del cine, predomina en todo momento la armonía, en el polifónico el contrapunto. No es casualidad que una de las “voces” de La Dama de la Maliciosa se remita precisamente al Barroco, periodo de la historia de la música donde se cultiva hasta el extremo dicho contrapunto. Recordemos las fugas de Bach. Música o literatura, sea cual fuere el género, según afirmamos al inicio, comparten esa discursividad, ese desarrollo en el tiempo, existiendo un paralelismo entre ritmo narrativo y ritmo musical. En una y otra, también puede haber polirritmia, yuxtaponiéndose diversas partes con distintas velocidades o “tempos”, según hablamos, pero en ambas, el pulso narrativo o musical da continuidad al discurso y hace que lectores u oyentes no se “pierdan” en la maraña de palabras o notas. Con independencia de tales paralelismos, relacionados con la estructura interna de ambas, la apelación al tiempo, que frecuentemente nos hace quedar prendados de un libro o una obra musical, es el reencuentro con ese pasaje tan importante en nuestra vida cuyo recuerdo ha sido disparado por aquella frase, ya sea verbal o melódica. Es la identificación con nuestro tiempo personal; con nuestra propia historia; con nuestra memoria. Al igual que nos gusta volver a los lugares que tienen importancia en dicha historia, por la misma razón nos gusta volver a determinados textos o melodías.