Tiempo de Lectura – El eco de una nota fugitiva Agosto 2021 Archivo - Archive Ciencias y Comunicación - Science and Communication 18 de agosto de 202118 de agosto de 2021 Yasmín Romo Velasco La vida tras la muerte – Volcán Iztaccíhuatl, México, Año 2021 EL ECO DE UNA NOTA FUGITIVA Eduardo Pineda Villanueva Ciudadano del mundo – México – ep293868@gmail.com […] I ¡Qué prueba de la existencia habrá mayor que la suerte de estar viviendo sin verte y muriendo en tu presencia! Esta lúcida conciencia de amar a lo nunca visto y de esperar lo imprevisto; este caer sin llegar es la angustia de pensar que puesto que muero existo. […] La muerte como concepto es similar a la vida, se entiende gracias a la yuxtaposición de su antónimo, es un concepto que urge a la dualidad para tener sentido. “El bien” es indefinible a menos que se entienda “El mal”, es menester para “El bien” conceptual “El mal” conceptual, porque uno sin el otro carecen de sentido. Y, ante esta afirmación yo me pregunto: cuál de los conceptos dialécticos existió primero en la conciencia de los hombres. ¿La vida fue notoria cuando el hombre se enfrentó a la muerte? Para Xavier Villaurrutia la prueba de la vida es saberse no muerto. Y la certeza de la muerte provee la angustia de saberse temporalmente vivo. Angustia y determinación, coraje y arropo. Porque el tiempo de la vida es finito y escaso. Y aquí ya en la misma mano dos conceptos: “Tiempo” y “Vida”, “El Tiempo” a diferencia de todos los demás conceptos carece de antónimo, “El No Tiempo” no existe, el tiempo es innegable, implacable, incompasivo. Cosa parecida ocurre en los textos chamánicos, donde la muerte da certeza, es la única certeza, es el final del tiempo del individuo, el fin de todas las posibilidades mundanas y sensitivas. Pero, a diferencia de la frialdad tajante y determinada de Villaurrutia en “La décima muerte” las culturas religiosas y espirituales alrededor del mundo ven a la muerte como un paso trascendente en la esfera de la realidad más allá del plano perceptible: la muerte es inicio de la apertura de la conciencia tras la liberación del cuerpo material. […] II Si en todas partes estás, en el agua y en la tierra, en el aire que me encierra y en el incendio voraz; y si a todas partes vas conmigo en el pensamiento, en el soplo de mi aliento y en mi sangre confundida, ¿no serás, Muerte, en mi vida, agua, fuego, polvo y viento? […] En un intempestivo regreso a la filosofía más antigua (griega), Xavier Villaurrutia nos revela la totalidad de la muerte y su abrazadora realidad, analoga al concepto “Muerte” con los cuatro elementos del pensador Empédocles y con ello le da un panorama cósmico a este proceso de finitud de la vida. Al ser la muerte la suma integrada de todos los elementos primigenios, la muerte se convierte en sí en el todo y sus partes, pero, siguiendo la idea de párrafos anteriores, si “La Muerte” es el antónimo de “La Vida”, este último concepto sería antónimo al todo y sus partes. Reduce entonces “La Vida” a la nada, la minimiza y la pulveriza. Aunque parece extraño o, aunque pudiéramos condenar al escritor mexicano por tan (aparentemente) escandalosa afirmación, si consideramos el tiempo que pasamos vivos y lo contrastamos con el tiempo que pasamos muertos, me parece que hay un respeto bien ganado hacia la muerte, es por mucho más extensa que la vida y por ello, aunque es antónimo de la primera, no forzosamente es de igual magnitud. En un proceso literario estético bellísimo, Villaurrutia plasma esta medición de la muerte desde el terreno de la filosofía y nos clarifica la posición abrumadora de la muerte, con ello y tal vez sin intención, el poeta nos invita a vivir la mínima temporalidad en la concierna de la bastedad de nuestro tiempo carente de animación. […] III Si tienes manos, que sean de un tacto sutil y blando, apenas sensible cuando anestesiado me crean; y que tus ojos me vean sin mirarme, de tal suerte que nada me desconcierte ni tu vista ni tu roce, para no sentir un goce ni un dolor contigo, Muerte. […] Hacia el primer tercio de su décima, el poeta y dramaturgo capitalino recurre a una personificación de “La Muerte”, le proporciona atributos de humano con manos y ojos y una voluntad implacable, recurso que le devuelve al lector un sendero transitable en el entendimiento y goce de las explicaciones retóricas del proceso de morir. Es más fácil imaginar a la muerte como una persona que toca y mira que como una suma de elementos primarios que lo puede, potencialmente, abarcar todo. Y le pide a la muerte ser sutil y blanda, le pide apenas un roce, un contacto casi erótico, delicado y romántico en ese fatal desenlace. Transfigura así a la muerte en una pareja amorosa que recibe en el lecho a su amado para acompañarlo en el viaje onírico, en el camino del sueño eterno. Existe entre líneas un cortejo del moribundo y un reclamo para que su transición sea sin goce y sin dolor: simplemente en paz. Le pide a la muerte compasión, como si algún sentimiento pudiera experimentar este concepto. La invita al roce, le propone un final en calma, le habla para distraerla como el aprehendido que trata de burlar a sus captores o al menos convencerlos de no ser tan duros con él. […] IV Por caminos ignorados, por hendiduras secretas, por las misteriosas vetas de troncos recién cortados, te ven mis ojos cerrados entrar en mi alcoba oscura a convertir mi envoltura opaca, febril, cambiante, en materia de diamante luminosa, eterna y pura. […] Y también entiende esa transición en paz como un proceso de perfectibilidad, como un ascenso a la eternidad, como un pasar de la minúscula temporalidad de unos cuantos años a la eternidad de los eones del sepulcro infinito. Pero en esa transición hay un misterio, hay preguntas que se han tejido en las generaciones que han habitado el mundo. Hay un velo pesado, denso, oscuro, tenebroso por desconocido, oculto, inaccesible e infinitamente dador de curiosidades académicas, religiosas y artísticas. Para Villaurrutia todos estamos en una alcoba oscura, impura y cerrada antes de que la muerte nos vea sin mirarnos y nos roce en una delicada caricia hacia la luz y la eternidad. […] V No duermo para que al verte llegar lenta y apagada, para que al oír pausada tu voz que silencios vierte, para que al tocar la nada que envuelve tu cuerpo yerto, para que a tu olor desierto pueda, sin sombra de sueño, saber que de ti me adueño, sentir que muero despierto. […] La muerte es un evento único, es el evento final e imperdible. El escritor no quiere que la muerte le sorprenda durmiendo, tampoco quiere que le llegue de súbito, quiere en cambio que la muerte lo encuentre en vigilia, aguardando su llegada para ser consiente en plenitud de ese último evento de la vida, no se quiere perder nada, es como si Villaurrutia quisiera disfrutar de ese encuentro, de su desenlace. Esta concepción del fatídico final es sin duda novedoso, no hay miedo a la muerte sino una insaciable curiosidad, se presenta como una aceptación de lo que va a pasar y un anhelo de vivirlo, de experimentar, aunque ya no se pueda contar. No rehúye, acepta, aprehende, se adueña de su propia muerte, vive la muerte como última vivencia, cierra el libro consiente de que lo ha terminado por completo. No le arrebataron la vida, él la entregó tranquilo y en paz. […] VI La aguja del instantero recorrerá su cuadrante, todo cabrá en un instante del espacio verdadero que, ancho, profundo y señero, será elástico a tu paso de modo que el tiempo cierto prolongará nuestro abrazo y será posible, acaso, vivir después de haber muerto. […] En la segunda mitad de su décima encontramos este anhelo de eternidad, un no morir para siempre. Hay dos eternidades en el texto: una es la vida que se prolonga tras el cese de la forma material, otra es la eternidad del instante mismo. Pensémoslo de la siguiente forma, “todo cabrá en un instante mismo” dice el poeta, el instante es una fracción de tiempo, y como tal se puede pensar en una línea recta, como si la línea que se prolonga infinitamente hacia adelante y hacia atrás fuera el tiempo y cada punto de esa línea fuera cada instante. Si tomamos ahora un fragmento de esa línea, un punto, y observamos hacia dentro de él; nos daremos cuenta de que se conforma por más puntos, como si entre el instante tres y el instante cuatro hubiera instantes decimales, centesimales, milesimales y así sucesivamente. Entonces los eones del universo y los breves instantes de la vida humana son iguales en infinidad de tiempo. Y es en esa infinitud el escritor nos revela la muerte presente de manera constante. Es tan persistente la presencia de ella que la hemos aprendido a ignorar y de cuando en cuando alguien nos la revela de nuevo. La imaginación y el entendimiento se prolongan a otros espacios y otras formas de asumir la temporalidad. […] VII En el roce, en el contacto, en la inefable delicia de la suprema caricia que desemboca en el acto, hay el misterioso pacto del espasmo delirante en que un cielo alucinante y un infierno de agonía se funden cuando eres mía y soy tuyo en un instante. […] Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate (Abandonar toda esperanza, quienes aquí entren) es la inscripción que Dante Alighieri encuentra en la puerta del infierno durante su viaje. En la “décima muerte” llegamos al momento de la bifurcación que enfrenta el espíritu, tras la muerte del cuerpo hay dos opciones de acuerdo a la tradición occidental, el cielo y el infierno. Entonces la muerte no es definitiva, más bien es sólo un instante atemporal de transición de un plano mundano al cielo o al infierno conforme la conducta del individuo y su apego a las deidades lo indiquen. Y, a pesar de esta indicación, para el poeta no es importante, él ve el cielo y el infierno como un solo sitio, no los distingue y le preocupa más el proceso transitorio que la decisión final de la morada eterna del alma. Este fenómeno lascivo de la conciencia humana en donde el ser humano debe ignorar los efectos con tal de entender y vivir el proceso de la causa es recurrente en los artistas y por ello son capaces de generar realidades alternas. El artista ignora por decisión propia el efecto de las causas que provoca porque sabe que el efecto es impredecible. No imagino a Salvador Dalí preocupado por el efecto de la apariencia final de sus óleos, en cambio lo encuentro profundamente ocupado en la causa de pintar como materializando en el lienzo sus sueños. Así, para Xavier Villaurrutia el efecto de la vida y su inevitable desenlace no es importante, lo importante es el proceso de morir. Extiende el instante de la muerte a la eternidad sin tomar en cuenta la morada del alma. Surgen así las preguntas: ¿El poeta no es creyente del catecismo de la iglesia católica? ¿Él entiende ambos sitios como uno sólo, un inframundo, una Mitla1? […] VIII ¡Hasta en la ausencia estás viva! Porque te encuentro en el hueco de una forma y en el eco de una nota fugitiva; porque en mi propia saliva fundes tu sabor sombrío, y a cambio de lo que es mío me dejas sólo el temor de hallar hasta en el sabor la presencia del vacío. […] Nuevamente la contradicción y la dualidad conceptual, la muerte está viva, asegura en la octava; la muerte transfigurada, un concepto presente por doquier y dicho de una forma estética con una complejidad de lenguaje sin paralelo. “El hueco de una forma” En el libro “Viaje a Ixtlán” de Carlos Castaneda se revela una manera poco común de entender los objetos, se asemeja a los principios del taoísmo y a la enajenación de los contrarios para comprender la materia y su relación con el entorno. Castaneda dice que su maestro Don Juan le ha pedido como parte de su involuntaria iniciación chamánica observar las hojas de un arbusto y posteriormente observar los huecos entre las hojas, también observar el andar de un escarabajo y suprimir del campo de visión todo lo que no sea el escarabajo, acto seguido suprimir al escarabajo y hacerse consiente de la realidad que lo rodea para poder ver al insecto a cabalidad. Después de varios intentos el alumno logra ambas tareas y revela a su maestro que tras lograrlo ha conseguido “parar el mundo” como si el hueco de las formas detuviera el curso del tiempo y el objeto a observar se mostrara prístino, único y maravilloso. La forma es la vida y el hueco la muerte, en nuestro poema de este día. […] IX Si te llevo en mí prendida y te acaricio y escondo; si te alimento en el fondo de mi más secreta herida; si mi muerte te da vida y goce mi frenesí, ¿qué será, Muerte, de ti cuando al salir yo del mundo deshecho el nudo profundo, tengas que salir de mí? […] Pero, así como el hombre depende de la muerte para poder vivir, al parecer la muerte también depende de la vida del hombre, es una relación simbiótica de cooperación para la existencia mutua, “existencia” y no “vida mutua” (nótese). Muerte y hombre se requieren, se necesitan, es un trágico encuentro constante e imprescindible. […] X En vano amenazas, Muerte, cerrar la boca a mi herida y poner fin a mi vida con una palabra inerte. ¡Qué puedo pensar al verte, si en mi angustia verdadera tuve que violar la espera; si en vista de tu tardanza para llenar mi esperanza no hay hora en que yo no muera! […] Así, Villaurrutia despedaza toda sombra de miedo a la muerte. La vuelve cotidiana y normal, la clarifica, la desprovee del misterio de la morada celestial o el castigo infernal. La hace “una” con la vida, la introduce en la sinergia necesaria para la cotidianeidad del ser humano. La concientiza, la revela, la muestra y la entrega en su décima muerte, entre rimas y consonancia, para deleite de la imaginación de los mortales. 1Mitla: De “Mictlán”, el lugar de los muertos. Para las culturas precolombinas de México, el espíritu de los hombres va a este lugar tras la muerte, ahí, Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl (el señor y la señora del lugar de los muertos) gobiernan la morada a donde todos iremos, no hay castigo ni recompensa. No hay cielo ni infierno, sólo un lugar a donde las almas moran por la eternidad)