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«Tiempo de escuela», de Shirley Cotto por Marta de Arévalo

 

Marta de Arévalo – Escritora uruguaya

mfdearevalo@gmail.com

 

Shirley Cotto, (1947, Lavalleja, 2020, Montevideo)  Apenas hace poco tiempo que la poeta uruguaya Shirley Cotto partió hacia la eternidad. Nos quedan sus libros, su alegría, su amigable personalidad, su poesía. Esta autora editó su primer libro de poesía: “Mimosa”  en 1980. Luego colabora en revistas y se vincula al medio intelectual.  Bajo su aparente  presencia de niña grande un poco impulsiva, con un aire todavía campesino en la franqueza, latía un corazón de mujer sensible con definida personalidad. Atributos imprescindibles para el escritor de poemas para niños. Porque  se hace  necesario un corazón adolescente para sentir como siente un niño. Y una convicción de fe en valores morales para entregar versos que al tiempo que deleiten,  sugieran virtudes sin parecer doctrinales.

Recordamos a Shirley Cotto en esta entrega, transcribiendo nuestro discurso de presentación de su libro Tiempo de escuela, en el Panorámico Municipal de Montevideo, en agosto de 1983.

 

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En esta obra, lo primero que nos atrapa es el título: “Tiempo de Escuela”. La palabra escuela con la palabra hogar y con la alusión al tiempo forma el triángulo perfecto en la vida del niño. Hogar, escuela y tiempo. Padres, maestros… y la inmensidad del infinito frente a la vida. Porque el tiempo del niño  es tiempo de pan y lápiz, de amor y juego, de crecer y contar, de crecer y soñar. Y este    ”tiempo de escuela”  de Shirley Cotto nos cuenta y nos lleva a soñar. Nos vuelve un poco niños para jugar con el “arcoiris de la gracia”  que menciona el prólogo. Y vamos entonces, a soñar y a jugar. A encontrar mediante la voz de la Shirley autora que nos cuenta, a la Shirley niña que soñaba en el sencillo pueblito de Pirarajá, en el instante fugaz de la infancia. Nos acercaremos al poemario para alumbrarnos con su claridad interior, tal como ella nos dice de la claridad del amanecer: “Se acerca a mis ojos/ me viene a alumbrar…”.

 

Para entrar a este libro imaginemos que entramos a un patio campesino. Ya que uno de los rasgos peculiares de estos versos es el  acento, aunque culto, impregnado de  reminiscencias campesinas con que están expresados. Acento auténtico que le nace a la autora de recuerdos entrañables. Como ejemplo el siguiente poema:

 

Mi caballo… mi Lucero!

traes retamas en los cascos

y las crines aromadas

cuando regresas del campo.

 

Se pone alegre el arroyo

cuando allí vas a beber

y te llega el cuchicheo

de la paja y del clavel.

 

Rojas lloran las auroras

si en el campo no te ven

si se ha cumplido la tarde

la noche llora también[1]

 

Hay con la naturaleza, la comunión primordial y sencilla de la gente paisana. Como cuando canta al grillito trasnochador; a la palomita silvestre; al pichón de calandria que encuentra piando entre largos espartillos y recoge junto a su pecho antes de que estalle la tormenta; al “Agua cantarina y azulada / de tan limpia tu tonada / es sagrada”;  al altivo coronilla nativo convertido en “rescoldo del fogón en la alborada”, y después, “ceniza tibia que el viento  lleva”.

En casi todos los casos un libro de poesías es una colección de textos que el autor ha escrito en diferentes tiempos de espíritu, con diferente rendimiento intelectual. A veces le ha llevado meses, a veces semanas y, en casos especiales, le ha llevado sólo pocos días. El escritor de mayor técnica literaria, aquel que maneja el lenguaje en la forma más impecable y armoniosa, sabe que siempre se le queda algo por decir en un poemario y algo por pulir en un poema. Sabe que el verbo no traduce todo lo que el alma siente, que el adjetivo se esconde porfiadamente y todo vocablo es pobre y pálido frente al sentimiento del corazón que se entusiasma y se desborda.  Así que no es en desmedro del libro y es en honor a la verdad, que decimos que no son todos, pero sí los más, los poemas que sobresalen del conjunto, los que nos convencen del valor de esta poesía.  Por ejemplo, un poema que  rememora un atardecer que impacta emocionadamente  a la autora. Todos atesoramos el recuerdo de un instante especial, único, en que apartándonos de cualquier otra preocupación, reparamos de improviso en un trozo del universo que nos rodea. Un momento en que el paisaje trasciende lo conocido y adquiere un tinte mágico.  Acertadamente la creadora lo tituló: “Instante  Fugaz”.

 

Cuando la tarde moría

y la torcaza anidaba,

cuando todo enmudecía

y la luna se asomaba.

 

Cuando se volvía profundo

el tierno verdor del pino,

todo inundaba en fragancia

suave frescor campesino.

 

En el agua  el sol dejaba

a mi pupila un tesoro…

Un vaho color maíz

con telarañas de oro

 

detenido  un solo instante

coronando desde allí,

aquel espejo ondulante

que llaman Arroyo Chuy.[2]

 

En otro poema de forma original nos cuenta el color de su perro: “Mi perro es un muchacho/ manchado de caramelo” Y más adelante: “ Me acompaña al almacén/ amigo de mis amigos/ y me conocen por él/ otros niños y vecinos.”  Esto no requiere comentario: los padres saben con quienes están jugando sus hijos con sólo ver los perros que se mueven alrededor de  un grupo.

Dos poemas muy graciosos gustarán a los niños más pequeños. Son como breves cuentitos para jugar y aprender: “ Rey  y Señor”  que nos presenta a “ un gran gallo batarás” que se pasea “luciendo el pecho esponjado/ y una estrella en cada ojo”  Gallo que “” Tiene patas amarillas / y púas como azadón”    El otro poema que señalo se titula: “Don Hongo” que “Se compró una isla / llena de eucaliptos”  y  “Cuida a sus honguitos/ con mucho cariño / les pone sombreros/ igual que a los niños” .”

Descubrimos otro poema que no dudamos en calificar de delicioso y muy apropiado para solaz del niño. Porque puede suceder que al leer algunos textos, éstos o los de otro autor, el niño no llegue a comprender cabalmente las ideas, los significados, y mucho menos las figuras y reglas de la poética, pero si el poema está sustentado en la belleza, esa belleza lo conmoverá. Y belleza sentida, aunque a medias comprendida, es riqueza perenne. El poema aludido, siempre dentro de la sencillez del poemario, está apoyado en imágenes logradas que van pintando la escena. Esto de “pintar”  escenas es una cualidad positiva de la autora en este libro, para recrear los recuerdos de sus juegos y sueños infantiles que intenta – y logra- trasmitir.

 

Farolito a queroseno,

pedazo de blanca luna,

es tu sueño desvelado

y tu pupila aceituna.

 

Bichito madrugador

con pancita de latón,

farolito mañanero

con ombligo de algodón.

 

Me acompañas hasta el pozo

donde me lavo la cara,

donde se aclaran mis ojos

aun siendo noche cerrada.

 

Lejos cantan las higueras,

sueña el rocío en la parra

y se tajea con tu luz

el patio lleno de aljabas. [3]

 

Un tema  reiterado es la miel.  En el Poema “Un susto”  intentando robar un panal  se encuentra con la furia de las avispas. Y otra vez, con gracia y pocos elementos pinta la escena donde la persiguen los insectos furiosos mientras la miel le resbala entre los dedos. “Sentía que volaba” mientras “el sol / escapando (era) roja granada/ por el horizonte…”   Parece que vemos “ el camoatí / tosco y huraño/ vestido de gris” y  el “ pastizal / verde, sedoso, más que terciopelo” por donde va huyendo mientras “llevaba una avispa/ zumbando/ enredada en el pelo”.  El otro texto que alude a la miel, es un poema encantador. En nuestro gusto el más bello y logrado del libro. Pequeña joya en tres estrofas formada por cuatro octosílabos. Se despliega en color, movimiento y sonido. Un dorado de ámbar surge de la miel, las abejas y el sol. La cadencia está en la música intrínseca que brota del poema, del ensamblaje armonioso de los vocablos. El sonido se intuye en la danza zumbante de las abejas que escalan el aire en arabescos. Es la hora de la siesta, con el sol encendido dorando el borde del aljibe, que al conjuro poético, nos traslada a la escena, como si echáramos el balde haciendo girar la roldana perezosa y lo sacáramos desbordante de agua fresquísima.

 

En arabescos de ámbar

el aire escalan zumbando

las abejitas mieleras

que siempre están trabajando.

 

Las abejitas redondas

anuncian la primavera

meciéndose entre campanas

azules de enredadera.

 

En el borde del aljibe

van a beber agua fresca

entre pinceladas de oro

con el barniz de la siesta. [4]

 

Nada más apropiado que el adjetivo “redondas”  para las abejas, que en vuelo son como pequeños globos color ámbar, trazando arabescos en el aire. La autora supo captar esa imagen con el don de observación que se aprecia en todo el libro. Asimismo es acertado el adjetivo “mieleras” que destaca la función específica de estos insectos, infatigables  trabajadores. Otro acierto es acercar el dorado de las abejas  al azul de las campanillas, flores silvestres que son y han sido la tentación de todo niño que tiene la dicha de contemplarlas abrazadas a cualquier cerco campesino o suburbano. Se nos ocurre la combinación perfecta: dorado y azul. El ámbar de la miel, el amarillo de las abejas, el oro de la siesta estival –porque había de ser verano- y la transparencia del agua del aljibe dorada en reflejos de sol, con el intenso azul de las campanillas bajo el cielo de verano, también, intensamente azul.

 

Aquí detenemos nuestro análisis. No por falta de materia, que la hay más y merecedora de atención, sino porque ha de ser el lector quien prosiga el recorrido. Nuestras palabras  sólo son  una invitación a entrar por la puerta que hemos entreabierto. A otro corresponde descubrir, con gozo, el interior.

Marta de Arévalo

 

Bibliografía de  Shirley Cotto

Mimosa. Montevideo, 1980, Tiempo de escuela. Ed. Asoc. Literatura Femenina Hispánica, Montevideo, 1983; Jardín Navideño. Montevideo, 1983; Curiosidad. (para preescolares) Montevideo, 1984; El cazador. (para preescolares) 1990; Varios fascículos  formando la Serie Caminitos; Versos descalzos 2002; Saludo al sol 2005.  La Mujer que me habita –poesia para adultos-  1993, y 2ª edición en 2000;. Ha obtenido varias distinciones en certámenes poéticos.

 

[1] “Lucero”  p. 18

[2] “Instante fugaz” p. 30

[3] “Farolito mañanero” p.33

[4] “Las abejas” p.15

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