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Julio César da Rosa

Foto: gentileza del autor del artículo

Prof. Gerardo Molina – Poeta y Escritor – Uruguay

gerardomolinacastrillo@gmail.com

 

Tuvimos el privilegio de contar con su aprecio y amistad (como en su momento lo tuvimos también –bisoños poetas adolescentes- con otras dos grandes figuras de la literatura nacional Ovidio Fernández Ríos y Edgardo Ubaldo Genta) y de disfrutar de algunas tertulias en su casa de Montevideo. Su sencillez comunicativa, su humilde grandeza, abrían rápidamente las puertas a un diálogo franco y enriquecedor, a través del cual, no obstante sus largos años en la Capital, afloraban el sentir y la idiosincrasia del hombre de tierra adentro, cuyas vivencias de gurí y adolescente plasmó en páginas memorables, en especial de sus libros Gurises y Pájaros y Buscabichos. Conspicuo colaborador del Suplemento Dominical de El Día y de El Día de los Niños, -en cuyas páginas solíamos “encontrarnos”- en este último popularizó su seudónimo de Martín Contador.

Hermanos por pasión terruñera

Por los años ochenta y noventa, aún el estilo epistolar mantenía su vigencia. Así, el correo tradicional –nuestro querido correo público- nos acercaba el mensaje de familiares y amigos, con todo lo que ello conllevaba detrás: el afecto más allá de distancias y de olvidos, la dedicación de un tiempo vital irrecuperable, la redacción en sí de la carta y, finalmente, el envío desde la Oficina de Correos. En una de las cartas, Julio nos formula la invitación de un encuentro para prosear a gusto y en otra celebra mi incursión en la narrativa donde nos dice: Recibí su carta acompañada de varios cuentos que se propone reunir en próximo libro. Lo felicito por el rico material, integrado por tanta experiencia vital y precioso anecdotario y, claro, por su decisión de integrarse a los cultores de nuestras ricas vertientes nacionales…

Compartimos la primera de las cartas citadas:

Montevideo, octubre de 1998

Amigo Molina:

                           Gracias por el envío de sus libros Patrio Lar y Cien años de una siembra… Ya conocía algunos de sus trabajos en el Suplemento Dominical de El Día.

                        Somos hermanos por pasión terruñera. Pero usted me lleva dos ventajas vocacionales: la poesía y la investigación historiográfica, con ninguna de las cuales nunca pude.

                        Tenemos que juntarnos, cosa de prosear a gusto.

                        Muy cordialmente

                                                                        Julio C. da Rosa

 

Yunta Brava. Fragmento de Una toreada

Cuando el negrito Severiano llegó a mi casa, él y yo teníamos siete años recién cumplidos. Era hijo de isleños del Cebollatí, amigos de mis padres y venía para ir conmigo a la escuela. A los pocos días de tratarnos y chivear juntos, ya nos sentíamos hermanos totales.

-Qué yunta! – comentaba tío Sebastián, mirándonos retozar de lo lindo.

Corría un noviembre tibio; faltaban cuatro meses para que comenzáramos las clases y, allí, frente a nosotros, entre cielo y tierra y hasta quién sabe dónde, se abría el mundo, semejante al escenario de una grandiosa fiesta; no necesitamos ni consultarnos, para darnos por invitados a ella.

Como buen montaraz que era, Severiano, al tercer día de estar en casa, ya había rastreado y localizado los objetivos de nuestras operaciones más importantes, a lo largo y ancho del gran escenario…

Hacia el eucalipto salimos, el negro, yo y mi perro Tango, una tarde, poco después del almuerzo, violando conscientemente las estrictas leyes vigentes entonces, en materia de siesta.

Íbamos atravesando el potrero de las casas, cuando, de pronto, nos topamos frente a frente, con un toro que días atrás había traído mi padre, para marido de las lecheras, según me explicó. No bien nos vio, el bicho quedó amartillado y balanceando ante nosotros su cabeza formidable. Fue tal su imponencia que deteniéndose y deteniéndonos al perro y a mí, sugirió el negro, sacándose una camisa roja que llevaba: – ¿Qué te parece si, antes de cualquier otra cosa, le hacemos una toreadita a este cara de matasiete?

-¡Aay, mamitaaa!…- contó Severiano que fue mi respuesta en la ocasión; pero, de eso nada recuerdo, salvo la formidable carrera de nosotros tres –gurises y perro- buscando una cañadita amiga, allá abajo, a cuyas generosas aguas entregamos nuestros cuerpos. Hasta allí nos había perseguido, bufándonos a quemarropa, aquella mole satánica, con más guampas que pelo. Allí quedamos los tres, en remojo, durante no sé cuántos minutos horas o años, hasta el momento preciso en que el Tango, fuera por temor a congelarse o por vergüenza de perro, salió y le llevó tal carga a nuestro persecutor, que lo obligó a recorrer, a la inversa, la fatídica cuesta….

Entre llegar a casa antes de que la gente mayor se levantara de la siesta, pero empapados y llegar tarde, pero sin ninguna señal de la afrenta, preferimos hacer esto último, aunque sabedores de que ello no nos habría de salir regalado, ni siquiera barato.

En efecto, sequitos como llegamos, después de habernos pasado dos horas al sol, debimos enfrentar tres sucesivos sermones, que nos dejaron más empapados que el remojo mismo y una retahíla de efecto secundario; aquellos, los que, a sus respectivos turnos, nos hicieron llegar mis padres y mi tío; lo otro, la perorata de siempre, de doña Juana, una vieja muy rezongona, pero buenaza, que vivía con nosotros, creo que desde el tiempo del descubrimiento de América.

Salimos absueltos por primerizos, pero con severa advertencia de que toda futura violación de la obligatoriedad de dormir durante la hora de la siesta, sería rigurosamente penada.

Julio César da Rosa

 

El autor Julio César da Rosa

«Treinta y Tres, 1920 – Montevideo, 2001.
«Narrador, periodista y político.  Se destacó como un importante cuentista dentro de la tradición del criollismo, influenciado fuertemente por la obra de Juan José Morosoli, a quien consideró su maestro. Da Rosa también escribió literatura infantil y juvenil, los relatos Buscabichos se convirtieron en clásicos de nuestra literatura que atravesaron a varias generaciones de lectores. Fue Premio Nacional de Literatura y recibió el Gran Premio a la Labor Intelectual. También fue diputado entre 1963 y 1966 y miembro de la Academia Nacional de Letras». (https://www.gub.uy/ministerio-educacion-cultura/politicas-y-gestion/julio-cesar-da-rosa)

 

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