You are here
Home > Archivo - Archive > Cien Años de los “Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada” por Gerardo Molina

Cien Años de los “Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada” por Gerardo Molina

Imagen: gentileza del autor del artículo

Prof. Gerardo Molina – Poeta y Escritor – Uruguay

gerardomolinacastrillo@gmail.com 

Pablo Neruda había nacido en Parral, un pueblo al sur de Chile, el 12 de julio de 1904. Neftalí Ricardo Reyes Basaolto fueron sus nombres y apellidos completos. Pablo Neruda vendría en 1920 (Pablo por Paul Verlaine y Neruda, por un gran poeta checo Jan Neruda), nombre con el que se le conoce universalmente y que, por sentencia judicial de 1946, lo será también a todos los efectos legales. Cuando tenía dos años de edad, su familia pasa a residir en Temuco, donde hace sus estudios primarios y secundarios y egresa con el Ciclo de Humanidades aprobado en 1920. Al año siguiente, llega a Santiago para continuar estudios de francés. Tiempo de bohemia, de claros y encendidos amores, de descubrirse y afirmarse en la poesía. Las excepcionales virtudes de quien sería un inmenso poeta ya se aprecian en sus libros primigenios: “Crepusculario” de 1923 y “Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada” de 1924, este último de resonancias inconmensurables e insospechadas.  El poeta veinteañero surgía a la lid del verso con paso de triunfador. Y muchos de aquellos poemas siguen teniendo, hoy, a cien años de su publicación, el perfume de las cosas eternas.

 

Los Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada

Aparece en Santiago editado por Nascimento en junio de 1924. Sobre estos comienzos dice el autor: “Yo siempre he sostenido que la tarea de escritor no es misteriosa ni mágica, sino que, por lo menos, la del poeta, es una tarea personal, de beneficio público. Lo más parecido a la poesía es un pan o un plato de cerámica, o una madera tiernamente labrada”. Ya con pleno dominio de su métier, apenas despojado de su ropaje adolescente, en “Los Veinte Poemas…”, Neruda aborda la temática amorosa -el éxtasis de los primeros idilios, provinciano y romántico el uno, urbano y pasional el otro; la melancolía, la nostalgia, la sensualidad, el desgarramiento del amor perdido- en versos destinados a la posteridad y que alcanzarían una popularidad que jamás soñó el poeta veinteañero. ¿Qué corrientes agitaban entonces el mundo literario? Dicen los estudiosos: “Después de la explosión del modernismo los movimientos son múltiples, la desazón provocada por la gran guerra cubre las expectativas radiantes con que el futurismo había saludado el advenimiento de la tecnología. Aparecen los primeros vestigios del surrealismo, como búsqueda casi desesperada de encontrar una corriente vital por debajo del pensamiento. En la época Borges comienza a deslumbrar a Buenos Aires con un culto por la metáfora brillante, encarnado en el movimiento ultraísta. Estamos lejos del enorme equilibrio que producía en los lectores de otras épocas el arte clásico, luminoso y transparente como un lago”.

En “Confieso que he vivido”, el poeta nos dice sobre este libro: “Los Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada” son un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria. Me ayudaron a escribirlo un río y su desembocadura: el Río Imperial. Los Veinte Poemas son el romance de Santiago, con las calles estudiantiles, la universidad y el olor a madreselva del amor compartido.

Los trozos de Santiago fueron escritos entre la calle Echaurren y la avenida España y en el interior del antiguo edificio del Instituto Pedagógico, pero el panorama son siempre las aguas y los árboles del sur. Los muelles de la “Canción Desesperada” son los viejos muelles de Carahue y de Bajo Imperial, los tablones rotos y los maderos como muñones golpeados por el ancho río, el aleteo de gaviotas se sentía y sigue sintiéndose en aquella desembocadura.

En un esbelto y largo bote abandonado leí entero el “Juan Cristóbal” y escribí la “Canción Desesperada”. Yo escribía en el bote, escondido en la tierra. Creo que no he vuelto a ser tan alto y tan profundo como en aquellos días. Siempre me han preguntado cuál es la mujer de los Veinte Poemas, pregunta difícil de contestar. Las dos o tres que se entrelazan, en la melancólica y ardiente poesía corresponden, digamos a Marisol y a Marisombra. Marisol es el idilio de la provincia encantada con inmensas estrellas nocturnas y ojos oscuros como el cielo mojado de Temuco. Ella figura con su alegría y fugaz belleza en casi todas las páginas, rodeada por las aguas del puerto y por la media luna sobre las montañas. Marisombra es la estudiante de la capital. Boina gris, ojos suavísimos, el constante olor a madreselva del errante amor estudiantil, el sosiego físico de los apasionados encuentros en los escondrijos de la urbe”.

 

El Poema 20. Estructura y breve análisis

Son 32 versos alejandrinos, de estructura estrófica pareados, excepto dos, con rima asonante en los pares en i-o a partir del verso seis. El poema atrapa por su melancolía, por su nostálgica sensualidad, por la sencillez y simplicidad de los recursos expresivos. “Puedo escribir…”, descubrimos ya la subjetividad profunda del poema y la afirmación de su ser poeta, de su don de creador, así como el tono en que ha de cantar, de infinita tristeza “los versos más tristes”. Comprendemos entonces que pulsará su lira llevado por un gran dolor. El momento e que escribe se presenta intemporal “Esta noche…” La prosopopeya “Los astros tiritan”, “El viento de la noche gira en el cielo y canta”, son cómplices de ese cavar dentro de sí, ahondando la pena que lo inspira. Una pena que sabemos ahora, es de amor. Un amor que fue pleno, vivido intensamente. En su soledad, la noche se vuelve inmensa, desmesurada como su pena, aunque, a modo de consuelo, sienta que el verso cae leve, imperceptiblemente en su alma “como al pasto el rocío”. “Eso es todo” agrega, aunque sabe que no es así porque su alma está llena de inconformismo y su mirada y su corazón la buscan todavía. Es la misma noche, pero él está solo y en su mirar hacia adentro se reconoce otro como también ella es distinta. Sus torturantes pensamientos le dicen que “ya” no la quiere y luego “tal vez”, adverbios que marcan las fluctuaciones de sus sentimientos, aunque lo que él sienta pueda ser si no verdadero amor, egoísmo, celos, rabia, orgullo herido. El verso “es tan corto el amor y es tan largo el olvido” es, en cierto modo, una variante de la afirmación de Manrique en su primera copla por la muerte de su padre “cuán presto se va el placer/ como después de acordado/ da dolor”, aquel amor-pasión hoy sólo es pena. Y el poeta sabe que no se consolará por más que ella ya no pueda herirlo y, aunque, misterioso destino de la poesía, sus versos vuelen por el mundo diluyendo –o ahondando- una particularísima pena de amor que es célebre y universal.

 

Poema 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

 

Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.

 

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

 

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

 

Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

 

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

 

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.

 

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

 

Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

 

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

 

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

 

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

 

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

 

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,

mi alma no se contenta con haberla perdido.

 

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Pablo Neruda

 

 

 

Top
Resumen de privacidad
Diafanís

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.

Cookies estrictamente necesarias

Las cookies estrictamente necesarias tiene que activarse siempre para que podamos guardar tus preferencias de ajustes de cookies.