Pluma y Espada: Libertadores de América: José Artigas por Gerardo Molina Archivo - Archive Ciencias y Comunicación - Science and Communication Número 22 - Noviembre 2024 8 de noviembre de 2024 Prof. Gerardo Molina – Poeta y Escritor – Uruguay gerardomolinacastrillo@gmail.com En “El influjo de Rousseau en el pensamiento artiguista”, de Boleslao Lewin, nota publicada en “La Prensa”, Buenos Aires, 1968, se señalan todas las comunicaciones de nuestro Prócer, donde se reconoce el pensamiento vivo roussoniano, como el oficio a Sarratea del 6 de agosto de 1812 o al Cabildo de Buenos Aires del 27 del mismo mes y año. Pondrá, luego, especial énfasis en el Discurso u Oración de Artigas en el Congreso de las Tres Cruces (1813), “donde –dice- el pensamiento del Contrato Social tiene vigencia plena”. Y es, en verdad, una pieza maestra, entre otras muchas que enaltecen su legado. La recordamos: Discurso Inaugural del Congreso de Diputados de los Pueblos Orientales, realizado en la Chacra de Sainz de Cavia, Montevideo, abril de 1813. Ciudadanos: El resultado de la campaña pasada me puso al frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general. Hemos corrido 17 meses cubiertos de la gloria, y la miseria, y tengo la honra de volver a hablaros en la segunda vez que hacéis uso de vuestra Soberanía. En ese período yo creo que el resultado correspondió a vuestros designios grandes. Él formará la admiración de las edades. Los portugueses no son los señores de nuestro Territorio. De nada habrían servido nuestros trabajos si con ser marcados con la energía y constancia no tuviesen por guía los principios inviolables del sistema que hizo su objeto. Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio de mi afán. Ahora en vosotros está el conservarla. Yo tengo la satisfacción honrosa de presentaros de nuevo mis sacrificios y desvelos, si gustáis hacerlo estable. Nuestra historia es la de los héroes. El carácter constante y sostenido que habéis ostentado en los diferentes lances que ocurrieron, anunció al mundo la época de la grandeza. Sus monumentos majestuosos se hacen conocer desde los muros de nuestra ciudad hasta las márgenes del Paraná. Cenizas y ruinas, sangre y desolación he ahí el cuadro de la Banda oriental, y el precio costoso de su regeneración. Pero ella es pueblo libre. El estado actual de sus negocios es demasiado crítico para dejar de reclamar vuestra atención. La Asamblea general tantas veces anunciada empezó ya sus sesiones en Buenos Aires. Su reconocimiento nos ha sido ordenado. Resolver sobre este particular ha dado motivo a esta congregación, porque yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulneraría enormemente vuestros derechos sagrados si pasase a decidir por mí una materia reservada sólo a vosotros. Bajo ese concepto, yo tengo la honra de proponeros los tres puntos que ahora deben hacer el objeto de vuestra expresión Soberana: 1º si debemos proceder al reconocimiento de la Asamblea general antes del allanamiento de nuestras pretensiones encomendadas a vuestro Diputado D. Tomás García de Zuñiga. 2º Proveer el mayor número de Diputados que sufraguen por este Territorio en dicha Asamblea. 3º Instalar aquí una autoridad que restablezca la economía del País. Para facilitar el acierto en la resolución del 1er. punto, es preciso observar que aquellas pretensiones fueron hechas consultando nuestra seguridad ulterior. Las circunstancias tristes a que nos vimos reducidos por el expulso Sarratea después de sus violaciones en el Ayuí, eran un reproche tristísimo a nuestra confianza desmedida, y nosotros cubiertos de laureles y de gloria retornábamos a nuestro hogar llenos de la execración de nuestros hermanos, después de haber quedado miserables, y haber prodigado en obsequio de todos quince meses de sacrificio. El ejército conocía que iba a ostentarse el triunfo de su virtud pero él temblaba la reproducción de aquellos incidentes fatales que lo habían conducido a la precisión del Yí; él ansiaba por el medio de impedirlo y creyó a propósito publicar aquellas pretensiones. Marchó con ellas nuestro Diputado. Pero habiendo quebrantado la fe de la suspensión del Señor de Sarratea, fue preciso activar con las armas el artículo de su salida. Desde este tiempo empecé a recibir órdenes sobre el reconocimiento en cuestión. El tenor de mis contestaciones es el siguiente: Ciudadanos, los Pueblos deben ser libres. Ese carácter debe ser su único objeto y formar el motivo de su celo. Por desgracia, va a contar tres años nuestra revolución, y aún falta una salvaguardia general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres, y no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad; por eso una desconfianza desmedida sofocaría los mejores planes. ¿Pero es acaso menos terrible un exceso de confianza? Toda clase de precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres, solo el freno de la constitución puede afirmarla. Mientras ella no exista es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa que ella ofrece. Yo opinaré siempre, que, sin allanar las pretensiones siguientes, no debe ostentarse el reconocimiento y jura que se exige. Ellas son consiguientes del sistema que defendemos y cuando el ejército las propuso, no hizo más que decir, quiero ser libre. Orientales: sean cuales fuesen los cálculos que se formen, todo es menos temible que un paso de degradación, debe impedirse hasta el que aparezca su sombra. Al principio todo es remediable. Preguntaos a vosotros mismos si queréis volver a ver crecer las aguas del Uruguay con el llanto de vuestras esposas, y acallar en sus bosques el gemido de vuestros tiernos hijos: Paisanos acudid solo a la historia de vuestras confianzas. Recordad las amarguras del Salto, corred los campos ensangrentados del Betlem, Yapeyú, Santo Tomé, y Tapeyú: traed a la memoria las intrigas del Ayuí, el compromiso del Yí, y las transgresiones del Paso de la Arena. ¡Ah! ¡Cuál execración será comparable a la que ofrecen esos cuadros terribles! Ciudadanos. La energía es el recurso de las almas grandes. Ella nos ha hecho hijos de la victoria, y plantado para siempre el laurel en nuestro suelo. Si somos libres, si no queréis deshonrar vuestros afanes, cuasi divinos y si respetáis la memoria de vuestros sacrificios, examinad si debéis reconocer la Asamblea por obedecimiento o por pacto. No hay un solo motivo de conveniencia para el 1er. caso que no sea contratable en el 2º., y al fin reportaréis la ventaja de haberlo conciliado todo con vuestra libertad inviolable. Esto ni por asomos se acerca a una separación nacional: garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el reconocimiento, y bajo todo principio nunca será compatible un reproche a vuestra conducta; en tal caso con las miras liberales y fundamentos que autorizan hasta la misma instalación de la Asamblea: Vuestro temor la ultrajaría altamente y si no hay motivo para creer que ella vulnere vuestros derechos, es consiguiente que tampoco debemos tenerle para atrevernos a pensar que ella increpe nuestra precaución. De todos modos, la energía es necesaria. No hay un solo golpe de energía que no sea marcado con el laurel. ¿Qué gloria no habéis adquirido ostentando esa virtud? Orientales, visitad las cenizas de vuestros conciudadanos; ¡ah! que ellas desde lo hondo de sus sepulcros no nos amenacen con la venganza de una sangre que vertieron para hacerla servir a nuestra grandeza. Ciudadanos, pensad, meditad, y no cubráis del oprobio las glorias, los trabajos de quinientos veintinueve días en que visteis la muerte de vuestros hermanos, la aflicción de vuestras esposas, la desnudez de vuestros hijos, el destrozo y exterminio de vuestras haciendas, y en que visteis restar solo los escombros y ruinas por vestigios de vuestra opulencia antigua. Ellos forman la base del edificio augusto de nuestra libertad. Ciudadanos: hacernos respetar es la garantía indestructible de vuestros afanes ulteriores por conservarla. A cuatro de abril de mil ochocientos trece. Delante de Montevideo. José Artigas