Bajo los faroles por Claudia Barraza Archivo - Archive Arte -Art Cuentos Número 20 - Marzo 2024 6 de marzo de 202414 de marzo de 2024 Fotografía de la autora Claudia Silvia Barraza Escritora – La Plata – Buenos Aires – Argentina silviabarraza_1959@hotmail.com Bajo los faroles Relato inspirado en ese “Borges orillero, el que no fue» Sólo se escuchaba el taconear de sus zapatos sobre el viejo empedrado. La llovizna dibujaba guirnaldas sobre los charcos que reflejaban el farol. La calle Suipacha olía a jazmines empalagosos y sensuales. Sabía que faltaba poco para llegar a su destino, a medida que avanzaba, empezaba a escuchar los acordes del bandoneón. Siempre le gustó entrar a ese lugar y sentarse en un rincón con su vaso de ginebra…claro, en otros tiempos. Hoy el motivo era distinto. Buscó un sitio en donde ubicarse y se dispuso a observar a los parroquianos sin distraerlos, mientras las parejas en el centro de la pista, daban vueltas haciendo despliegue con sus firuletes. Después de un rato, se abrió la puerta y apareció ella; por supuesto acompañada por ese hombre, el que lo traicionó y eso fue como sentir que un puñal se le clavaba en el pecho. Ella estaba tan hermosa y tan ausente. Lo miró con sus ojazos negros como la noche. Sintió algo en esa mirada: una mezcla de pena y miedo ¿Por qué le pedía ayuda de esa forma? Él estaba seguro de que no se equivocaba al interpretar su reclamo silencioso. Se levantó de su silla y se acercó hasta la mesa observada, la de los recién llegados. Algunos miraban de reojo sospechando, quizás, que habría problemas. La música seguía acompañando de fondo mientras las voces se esforzaban para hacerse oír. Los dos hombres se miraron mal, profundo y echando chispas por los ojos. Ella más pálida que nunca. Hubo un intercambio de palabras pero nadie percibió nada. Los dos se dirigieron afuera; ella los siguió temblando y despacio, tratando de alargar la llegada a la calle. Desde adentro se oía al cantor entonar ese tango tan hermoso, el que más les gustaba cuando todo estaba bien, juntos. De pronto, lo único que se escuchó fue el acero de los cuchillos cruzándose en una prueba de fuerzas, el farol los alumbraba. La morocha acurrucada en un zaguán ocultaba la cara entre sus manos para no ver la escena. De pronto los ruidos se callaron, un charco de sangre se mezcló con la lluvia. La voz del malevo embestido se apagaba en un quejido; él estaba seguro de haber salvado el honor de su amor. Mientras la miraba suplicante, ella se acercó corriendo y le alcanzó a murmurar algo al oído. Cuando llegó la policía encontró dos cuerpos tirados, mojados y sin testigos. Lo que allí ocurrió sólo quedó entre ellos tres. Los habitués del bar juraron no haber visto nada. El tango hizo su trabajo, silenció los gritos pero también ocultó el llanto de una mujer que se quedó sin nada.