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Una deconstrucción de los confines poéticos por Ángela Gentile

Prof. Ángela Gentile – Escritora – Buenos Aires – Argentina

librosdelmundo.g@gmail.com

 

Los símbolos a modo de señales nos guían y las elegías en su subjetividad nos confirman ese sendero inexplicable donde se nos es permitido glorificar, equilibrando nuestra parte humana y divina.

El filósofo y poeta rumano Constantin Barbu inicia el poemario Las diez elegías que acaban con la poesía con versos que dialogan con lo real y lo perdurable. Su lectura nos envuelve en una atmósfera tan distante como el eterno uranos.  Repito uranos porque no solo nos ilumina a todos los seres por igual; sino a su vez, nos inicia en los misterios de lo indescifrable.

(…)

lo que está afuera no tiene mensaje

y la única ventana está azulada por un dios denso

por la cual sólo él nos ve de alguna manera en nuestro interior.

 

Lo desconocido y lo desafiante tejen el equilibrio necesario para su lectura.  Transitamos el lenguaje que desea alcanzar lo sublime partiendo desde el dolor y llegando a la belleza con las formas de lo inefable.

 

(…)

y tú me dictas el extraño poema invisible

como un escriba que no conocía las letras (…)

 

Ese otro sendero inexplorado del metalenguaje cae en la palabra vacío o muerte; pero nunca en el vocablo Nada. La pregunta es por qué y, entonces, llegan los poemas como respuesta que tienen la misión de sanar el alma. Constantin Barbu poeta, acompaña al hombre hasta las riberas de lo que aún no se ha nombrado; y es entonces que en su escritura recurre a una introspección histórica: Bizancio, la colonia romana en tierras griegas, donde la cultura tuvo su esplendor pero el asedio la devoró dejando un nombre y un vacío habitable en territorios de la memoria. ¿Posible paradigma del vacío? ¿Quién o qué ha perdurado? Solo regresa el esplendor de aquello que existió: una Humanidad en el corazón de otro tiempo que late como en este poemario con su propia luz.

 

(…)

hacen sus fronteras fuera de los precipicios

y llorando salan el agua de los manantiales

que venga el señor del agua y la beba

que tenga sed antes de probar la muerte

 

porque qué sabor más extraño tiene la muerte

y se la otorga a los terribles de dote

 

El tanatos no define, solamente discurre entre símbolos purificadores como el agua que sin olor ni sabor, reflejan lo infinito que hemos heredado como el uranos primitivo, como la esperanza de ascensión.

Entre el cielo y la tierra hay un espacio palpable: la poesía y un poeta.

Escribir es estar en estado de gracia; escribir e rescatar del olvido; escribir es llevar un perfume y nunca la rosa.

 

(…)

 

pero sólo la rosa no cae ni florece

 

(…)

 

Ese paréntesis es parte también de la evolución quizá no como la conocemos; pero sí, por los intersticios del aire que siempre rodean la presencia-ausencia. El ser amado peregrina como alguna vez mencionara Safo de Lesbos. Es esa la auténtica libertad del alma; es ese peregrinar de la flor-ser por la eternidad como la percibían en el Siglo de Oro. De allí la permanencia.

 

(…)

pero aquí está el libro que en la muerte no cambia

se quema continuamente

y en su transparencia

tu poema está escrito en todos los idiomas

 

(…)

 

Las lenguas son los vehículos de andamiaje, el engranaje necesario junto a la percepción de aquello que nos habita; tanto como los fragmentos que nos habilitan a seguir dialogando con el silencio y saber que recordar es el regreso al corazón.

 

(…)

 

el maestro zen levitó en mi oído

y no dijo nada

sobre ningún lugar

sobre ningún tiempo

sobre ningún hecho

 

(…)

 

¿Qué nos hace pensar en la eternidad? ¿El recorrido que testimonie que hemos existido como viajeros? ¿Quizá  la memoria de los lugares?. Virgilio percibía las almas latiendo aún a orillas del Lete: (…) abejas libando las flores de las praderas y revoloteando con sus zumbidos a la luz serena del verano (…) ¿Lo vivido nos sostiene más allá del dolor?

 

(…)

sosteniendo a la derecha la copa en la que se desordena el universo

para dejar atrás una epopeya perdida

 

(…)

pero los tiempos

cuando los manantiales se rompieron en otros manantiales

fueron

ni el ser tiembla más

a mi verso

que traga en vano

toda el agua de todos los mares

en vano vuela el pájaro sobre los ojos de dios

(…)

 

Un poeta oficia la eternidad en sus palabras, un poeta intuye la vida y los milagros. El libro de Barbu está atravesado por Amor, esa divinidad esquiva pero esperanzadora que dialoga con pocos mortales y que los poetas invitan a sus versos.

 

(…)

 ¿quién más sabe?

hablar un poco

en un idioma destruido

caído en el abismo

dónde conduce

la escala del olvido

donde no más han quedado ángeles.

(…)

 

Las diez elegías que acaban con la poesía es un libro que palpita al ritmo de la vida recordada pero que en su latir envía mensajes de sensibles para que nadie se detenga en las lágrimas sino como los caravaneros, seguir las huellas hacia el corazón. Podemos alcanzar su poesía gracias excelente traductora Carmen Bulzan.

 

(…)

permanezco solo

en el desierto más grande

y me transformo

en un grano de arena

que ya nadie

toma en cuenta

sólo la luna lo ve

cuando lo rompe

 

(…)

 

El título del poemario suena desafiante y como su prologuista sugiere no es un final. Constantin Barbu inicia su δρόμος, como el curso de un río o de un astro.

 

(…)

 

no tengas miedo

vuelas en mi mente

y mi mente

no es mía

ni tu boca es tuya

ni el verso

sólo somos azulados

que envuelven las iluminaciones

 

(…)

 

Esa vía de la verdad no es más que una expedición que lo llevará a la iluminación. Solo deberá seguir escribiendo para encontrar el kairos.

 

                                                                                    

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