La Adela por Claudia Barraza Archivo - Archive Arte -Art Cuentos Número 17 - Marzo 2023 5 de marzo de 20235 de marzo de 2023 Claudia Silvia Barraza – Escritora – La Plata – Buenos Aires – Argentina silviabarraza_1959@hotmail.com Cuando escucha el primer gallo ella se levanta sin dudar. Las piernas ya no le obedecen en el primer intento. Suspira, toma fuerzas y en el tercer envión ya está de pie. Se acerca al viejo espejo y se mira. Los años han pasado descaradamente (piensa) y sonríe de costado como desafiando lo que vendrá. Así fue siempre. Fuerte, altiva y tenaz. No la desanima cualquier contratiempo. Menos, algún rufián. Supo quedarse sola y levantar el rancho. Cuidarse, cuidarlos, vivir en paz. Vuelve rápido del frío cuarto de baño. Tendrá que tapar ese último listón que el viento de la semana supo sacar. No llamará al Gringo, esta vez lo hará ella. Mirando se aprende y ella lo vio hacer. “No será una ciencia si el loco ese lo sabe ”. Pone la pava al fuego y se acerca a la ventana. Mira orgullosa su quinta, sus frutales, su corral. Nada de eso hoy sería suyo si aquella noche, mientras los chicos dormían, la historia hubiera cambiado de final. Apura unos mates y empieza a bajar las sillas. Por suerte anoche ordenó antes de ir a descansar. Las tres mesas de madera están preparadas, manteles a cuadros, ceniceros de lata. Revisa las botellas en la repisa. Los fiambres listos bajo el cristal. Coloca los trapos por si las moscas se atreven a entrar. Ya sabe que hasta las once no cae nadie pero le gusta disfrutar de su lugar así, tranquilo y sin barullo. Mientras repasa los viejos muebles, la foto suelta se desprende de la vitrina ¿Por qué la guarda? Se pregunta eso una y mil veces. Las respuestas tienen siempre la misma excusa: para los gurises, era su papá. Después de todo, quién era ella para quitarles a su padre de la cabeza…Las largas noches sola, los niños pequeños durmiendo, esperando que él vuelva para ponerse a rezar (por su vida, por la de los tres). ¿Cuánto más podía tolerar? Esquivando los golpes, ocultando las cicatrices. Logró con los años y muchos llantos, suavizar sus penas, calmar el rencor. Su vida hoy era ese rancho y sus chicos ya grandes, en la capital. La acompañaban sus pensamientos y las ganas de resucitar. Ya estuvo muerta y lo recordaba cada noche antes de meterse en la vieja cucheta. “Era él o yo”. Lo repite como un rezo, una oración antes de que los ojos se le cierren de sueño. Cargó con ese peso año tras año. Trató de convencerse de que la cruz en el cementerio de la vieja parroquia, hoy tendría su nombre: Adela Méndez. Otro cantar.