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El lago – Cuento de Claudia S. Barraza

Claudia Silvia Barraza – Escritora – La Plata – Buenos Aires – Argentina

silviabarraza_1959@hotmail.com

 

EL LAGO *

 

Asomaba la mañana y el silbido del viento se empezaba a escuchar, pude ver el lago desde mi cama. El color de las hojas en los árboles, el contraste de la montaña y el azul profundo. Siempre creí que tendría que haber nacido acá, era mi lugar, asi lo sentía cada vez que regresaba, no importaba el mes del año, importaba que estén el paisaje y yo. Caminaba por los senderos pisando las hojas secas y sentía que eran parte de mis pies. El sol pasaba entre las ramas justo para entibiar mi trayecto. Y al fin ahí estaba el, tan bello y eterno, tan transparente e inmenso. ¿Cómo se hacía para dejar de mirarlo? ¿Cómo se ponía un punto final al recorrido? Pronto tenía que volver y tuve miedo de no grabar bien lo que veía, lo iba a necesitar cuando este allá, en ese otro lugar tan distinto, tan monótono y ruidoso.

Vibrantes reflejos, caricias soleadas,

Quiero que tus ramas me abracen de nuevo

En tus aguas veo más y más recuerdos

Asi estarás siempre mi amado paisaje, mi adorado lago.

 

La noche en la Villa estaba muy fría, normal para la época del año. Ya los negocios iban cerrando sus puertas, a pesar de la luz del día, todavía presente.  En la terminal la llegada del ultimo ómnibus señalaba la hora. El viejo reloj marcaba 21 y 5 grados, otro día se perdía en el ocaso. La Angostura reclamaba descanso después de un día lleno de turistas y excursiones. Parada junto a una valija había una mujer, su rostro debajo del sombrero no se dejaba ver, pero ella sabía que en ese lugar la conocían, y otra vez en ese paisaje, en esas calles tan tranquilas. El único temor que sentía era saber si su presencia seria esperada. Tomó un taxi y dio la dirección temiendo que la reconocieran pero el conductor no dudó. En pocos minutos estaban frente a la cabaña. Bajó sintiendo el corazón latiendo muy fuerte. ¿Qué la había llevado otra vez hasta ahí? Muchos años pasaron desde su rápida huida. Nunca pudo explicarse a sí misma los motivos de esa determinación, de ese arrebato de temores y dudas que la empujaron a irse. Y ahí estaría ese hombre solitario que una noche no entendió sus palabras, su llanto y, finalmente su despedida.

Ella sabía que él estaba, lo había averiguado antes de decidirse pero se cuidó mucho de que se enterara. Y así no más, sin repensar un poco, se largó para el sur. Él estaba ajeno a lo que se enfrentaría en los próximos minutos. Su vida después de ella, deambulo en varios rumbos. Siempre fue un solitario, fue feliz también hasta que ella apareció en su vida. Para los conocidos del pueblo era un ermitaño pero una buena persona. Lo compadecieron después que ese colectivo dejó la Villa; lo vieron perdido, con el paso cansino. Todos atentos a su reacción, pero respetando sus silencios, sus encierros.

Al fin y al cabo, su felicidad era ese lugar; ahí se había venido hacia veinte años ya. Nadie en la ciudad lo extrañaría, de eso estaba seguro cuando partió.

Escuchó un auto parar y miró a través de las cortinas, sintió que su respiración se entrecortaba. ¿Podía ser posible? ¿Era ella otra vez?

Abrió la puerta buscando una respuesta en ese rostro tan soñado en los últimos dos años. Ninguno habló, entraron y así estuvieron sentados frente a frente por muchos minutos, demasiados. Ella rompió el silencio por fin, sin justificar su partida inesperada, sólo se dedicó a explicar su viaje, trayecto, horarios de micros; todo intrascendente. Era muy temprano para pedir respuestas, y él no era de preguntar. Trajo dos copas de vino y se alejo un poco mas para buscar la botella.

Desde la sombra, trató de mirarla sin que ella lo viera.

Tan bella como siempre, pensó. ¿Qué fue del rencor guardado esos años? comiéndolo por dentro, día a día, ¿hasta que decidió que ella no existió nunca y que fue un mal sueño? ¿Qué iba a hacer con todo eso?

Se acercó y sirvió las dos copas. Mirándose como si nunca se hubieran separado, brindaron por no sabían que. Como siempre fue en el pasado, ella arranco la conversación, ajena a dar respuestas, empezó un monólogo contando sus últimos logros, su paso por la capital, los lugares en donde vivió. Improvisaron una cena como dos grandes amigos que el tiempo y la distancia separó por diferentes motivos, hasta hubo risas, también miradas que buscaban ver en el otro lo que no decían con palabras. Dos horas más tarde, llegó su taxi a retirarla. Se ocupó de dejar en claro que ya había reservado una habitación en el viejo Hotel de La Villa. Y asi, ella se fue, con la promesa de que al otro día irían a ver el lago desde su otro lado, desde el puente donde tantas veces vieron ponerse el sol, tan lejos de pensar en un futuro separados…

Pasó por ella a las 11, el día era espléndido. No vieron la cantidad de cabezas que giraban para mirarlos a medida que pasaban las calles del pueblo. Ellos estaban ajenos a eso, ya disfrutando de estar juntos sin estarlo, sin preguntas, sin respuestas.

Asi pasaron muchos días, tal vez demasiados; y volvieron a sentir eso que los unió en el pasado, y disfrutaron mucho, uno del otro, los dos de los dos. El paisaje los acompañó siempre, silencioso, bello, y testigo de sus horas.

Otra vez el amor dando vueltas entre ellos, ¿acaso se había ido alguna vez? ¿Se puede retomar lo que se dejó así, a mitad de camino y sin unas líneas? Dos años habían pasado, mucho tiempo. Ese mayo fue increíble, hasta el clima los había acompañado. Las retamas amarillas a más no poder. Ya los picos nevados, el agua tan azul, tan serena como esos días juntos.

Una noche retomaron la charla del primer día, las voces no eran las mismas, ella sabía que tenía que volver a sus cosas, y tuvo que hablar. Muchas explicaciones, pocas cosas para entender. El no escuchaba ya, sabía que lo que ella trataba de decir con palabras suaves, discursos armados, lo estuvo esperando desde el primer momento. Desde ese primer brindis, en silencio. Sus ojos no le mintieron nunca, ella no pertenecía ahí. Él no podría irse de ese lugar nunca. Los dos sabían eso, esta vez estaban seguros. Tal vez el tiempo fue un regalo del destino, muy buscado por ellos, pero más valorado esta vez. Ya los dos eran adultos, sabían lo que necesitaba cada uno pero esta vez no habría egoísmos.  Esta vez no hubo reproches ni lágrimas, sólo un sentimiento profundo que los iba a unir siempre hasta que ellos decidieran.

*Este cuento integra la Antología Pequeños y grandes momentos, publicado en  Editorial Hespérides, en agosto de 2021. El lago fue galardonado con Mención de honor en el Concurso del I.C.L.A. (Instituto Cultural latinoamericano).

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