Un tren y un encuentro – Cuento por Marisa Avogadro Thomé Archivo - Archive Arte -Art Cuentos Número 16 - Noviembre 2022 30 de noviembre de 202220 de septiembre de 2024 Mag. Marisa Avogadro Thomé – Escritora y periodista argentina me.avogadro@gmail.com Esta mañana recordaba el aroma de los azahares y el color intenso de los naranjales. Sobre un cielo límpido, el sol brillaba con toda su intensidad y mi espíritu también. En un día de nostalgias, había decidido volver a las raíces. Todo estaba preparado. Caminé varias cuadras a la Estación del Mediodía, como acostumbraban llamarla a finales de 1800, para comenzar mi viaje. Atravesé el Barrio de las Letras, inundado a perfume de hojas de libros en las veredas y la magia de las calles adoquinadas que se mezclaban con la arquitectura actual. Historia, arte, sonidos, palabras. Y cuando quise acordar, ya estaba en el frente imponente de la Estación de Trenes de Atocha, en Madrid. Dos siglos y allí custodiando los viajes de los visitantes, años tras años. Me dirigí al jardín tropical, me recordaba itinerarios de otros tiempos y entre verdes claros e intensos, la cita infaltable con un café fuerte, caliente y con algo de azúcar. Con el sabor y el perfume de granos de café recién molidos, fui a la ventanilla y saqué un pasaje, para emprender mi viaje a Granada. El guarda con su uniforme azul característico llamaba para abordar y corrí para no perderlo. Subí rápidamente y busqué mi asiento, el 13, como siempre, el de la suerte. Amplio ventanal tenía a mi costado y todo el paisaje para recordar. Viajaba al Sur, la España granadina me esperaba habitualmente en mayo. Hoy había decidido realizar el viaje en un tren diferente al habitual, desde hace tres años, se disponía de este servicio, que casi en línea recta me dejaría en casa, pasando por Ciudad Real, Córdoba hasta llegar a la Avenida de Andaluces al 14 y a destino. Vestía unos pantalones de jean azul oscuro, una blusa blanca de bambula con algunos bordados y mi perfume de jazmines que se intensificaba por el calor de la primavera. Con rasgos típicos de Medio Oriente en mi rostro, contrastaba con el color del asiento. Cada kilómetro recorrido era un recuerdo. Ansiaba llegar y todavía faltaba mucho. Paisaje tras paisaje iba cambiando el camino. Ya habían transcurrido más de tres horas y todo indicaba la cercanía y el encuentro. El tren se detuvo. Anunciaron la llegaba a la estación de Granada. Descendí, miré a uno y otro costado, respiré hondo y era mi tierra. Con paso lento, como saboreando cada baldosa del camino salí a la calle y me dirigí a ver nuevamente el Monumento de los Emigrantes, una escultura situada frente a la estación de trenes, realizada en bronce, que nos recordaba las personas que tuvieron marcharse. Y con esa escultura, compartíamos tantos designios. Era un ir y un venir de pensamientos. Con mi bolso en la mano, emprendí el camino a pie hasta la Alhambra. En menos de una hora estaría allí. Era la tierra roja, tierra hamra al decir en idioma árabe, y era más que una coincidencia, ya que mis antepasados venían también de una tierra roja, de Kornet el Hamra. Nada más refrescante al espíritu que caminar por estas calles plenas de aromas. Los azahares, las rosas, la lavanda, la canela. Magia de perfumes y sabores, que también usábamos en la cocina. Ya estaba en la puerta de entrada, esperando mi boleto para el ingreso. Todo había cambiado tanto. Parada frente a la Fuente de los Leones, ensimismada en el rumorear del agua, recordé el día en que fue inaugurada, a finales del siglo 14. Y desde ese día, se daba esta cita. Él llegaría a la hora justa, en medio de la tarde, trayendo en su mano una hoja blanca de papel, impecable, con sus poemas. La fuente y el agua lo inspiraban en esta hora, cuando el sol alcanza su máximo esplendor en primavera. Una sombra alta y el leve sonido de sus pasos seguros comenzaron a sentirse. Un aroma a arrayanes y lavanda lo antecedía. Aquí estaba, de profundos ojos oscuros almendrados y un pañuelo típico cubriendo su cabeza. Comenzó a acercarse recitando sus letras. Solo teníamos tiempo hasta que el sol se ocultase en el firmamento. Mezcla de palabras, sentires, decires, giraban en torno nuestro. Siete siglos y aún volvíamos al encuentro. La palabra era la excusa, la pasión el sentimiento. Detenidos junto a la fuente, ya sabíamos lo fugaz del tiempo. El sonido del agua cambió su ritmo, era la antesala de la despedida. Ambos habíamos decidido cambiar el destino y al escuchar campanitas tintineantes de agua clara, no nos fuimos. De la mano, caminamos a la salida del recorrido, temblorosos, sin saber que nos depararía el destino. Cruzamos el umbral y enfrentamos el designio. La decisión fue la justa, vivir lo que debíamos. Nos dirigimos a la Estación de Trenes de Granada, para emprender el camino de regreso. De pronto, vimos un cartel de alquiler de una casa, nuestras miradas se cruzaron y entendimos que éste era el lugar y así lo decidimos. Desde ese día en las tardes, caminamos juntos hasta la Fuente de los Leones, para escuchar el rumorear del agua y escribir poemas y cuentos de otros tiempos.