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Tiempo de Lectura – Herman Hesse: De la ciudad a la estepa

Retiro

Yasmín Romo Velasco – Sierra de Zongolica – Veracruz –  México – Año 2021

Eduardo Pineda Villanueva – Ciudadano del mundo – México

ep293868@gmail.com 

 

DE LA CIUDAD A LA ESTEPA

 

Tú, cuando vas caminando por la calle, buscas respuestas a las preguntas que revolotean en tu mente, esas preguntas están ahí desde que eras niño, nadie las ha respondido aún, nadie sabe qué es lo que te preguntas a diario, tampoco saben las respuestas a las preguntas que sí les has externado; tal vez porque cada pregunta depende de cada persona o tal vez porque esas preguntas no tienen respuesta.

Pero las preguntas están ahí, te agobian, se repiten todo el tiempo, sólo se acallan cuando hablas o te hablan, pero en silencio tu mente diserta, construye un discurso interminable: ¿Por qué? ¿De dónde? ¿Para qué?..

Tu ritmo de vida te absorbe, corres para formarte en las filas, tomas tu café matutino con prisa, cuidando que no caiga en tu pantalón recién planchado ni una gota, quieres que tu vestimenta esté inmaculada, prístina, para embonar en este rompecabezas de hipocresía, de frivolidad, de la banal persecución del éxito. Sabes de esa banalidad de la que te hablo, es una de las preguntas que revolotean en tu mente, pero no tienes tiempo de reflexionarla, la ignoras por comodidad y sigues corriendo con prisa. Llegas a tu trabajo, lo haces con el ánimo de saber que ya diste un paso más hacia el éxito, hacia la meta que no te has planteado pero al menos ya avanzaste. Regresas para tener un rato de esparcimiento, confundes el esparcimiento con el consumo. No te culturizas sino que te distraes, no convives, solo haces acto de presencia porque tu mente está pensando en tu prisa de mañana, de manera que de una vez dejas tu ropa preparada, tus llaves cerca de la puerta, tu trabajo visualizado, los planes en la agenda de tu memoria.

De pronto te has detenido en tu andar veloz y aturdido, una banca de parque, un semáforo en rojo, un momento de observación pausada del horizonte citadino, algo que escuchaste en la radio, algo, un momento, un disparo de claridad mental temporal, pone por un instante de cabeza el mundo que has elaborado para agradar a los demás y a ti mismo.

Algo parecido al silencio te invade, el ruido de afuera persiste pero ese silencio amplio y profundo va ocupando tu mente y por un instante quisieras escapar de tu mundo, nada tiene sentido, ni la prisa, ni la meta, ni el camino, ni las banalidades de las que ya sospechabas, nada tiene sentido ahora.

El paisaje de edificios, luces, personas con prisa, perros con correa, aves enjauladas, escuelas donde se adoctrinan niños, donde se les premia si son obedientes, autos vomitando humo, industria hacinada, asfalto deslumbrante, árboles esporádicos y taciturnos, opacos por el hollín y los polvos de la urbe, pastos mal crecidos en las ranuras de las banquetas, telarañas de cables, cientos y miles de metros de ellos, enmarañados, trenzados, sucios, sin forma; basura en las esquinas, en botes mal puestos, lugares de comida rápida, centros comerciales con océanos de parabrisas que reflejan el sol en estacionamientos sobre poblados, personas bajando de ellos, entrando y saliendo insatisfechos porque siempre quieren más, subiendo y bajando de los autos que vomitan y que transitan por el asfalto que deslumbra, por debajo de las telarañas de cables, a la sombra intermitente de los edificios, varados en el tráfico antes de llegar a casa, antes de dormir, para volver al paisaje de la vida etérea y sin razón.

Recuerdas en ese momento de lucidez y conciencia plena líneas al azar de “El Lobo Estepario” de Herman Hesse, le das la razón al Lobo, lo miras, incluso, dentro de ti:

[…]

A los verdaderos hombres no les pertenece nada. El tiempo y el dinero pertenecen a los mediocres y superficiales

[…]

Tienes razón, lobo estepario, mil veces razón, y, sin embargo, has de sucumbir. Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan poco, eres tú demasiado exigente y hambriento; el mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de más. El que hoy quiera vivir y alegrarse de su vida, no ha de ser un hombre como tú ni como yo. El que en lugar de chinchín exija música, en lugar de placer alegría, en lugar de dinero alma, en vez de loca actividad verdadero trabajo, en vez de jugueteo pura pasión, para ése no es hogar este bonito mundo que padecemos

[…]

¿Cuál es esa dimensión de más? –te preguntabas.

A Quetzalcóatl ya le cantaron:

[…]

Dónde fuiste a volar sabia serpiente de preciosas plumas de quetzal

Dónde el conocimiento te ha llevado

Qué hay allá que no te ha permitido regresar

[…]

Reflexionas entonces sobre aquel sitio, donde acudir pueda responder las preguntas que revolotean en tu cabeza, te preguntas si el sitio está dentro o fuera de ti. Si esté lejos de la ciudad o si lo puedes encontrar en ella. Pero lo certero es que, sin importar el lugar preciso, sabes que en el actual sitio que habitas no puedes vivir más. Una nausea te recorre cuando vuelves a ver el paisaje citadino, ese sol del asfalto, ese que se refleja en los parabrisas de los autos del centro comercial te produce dolor de cabeza, te marean las luces de la ciudad de noche, es estridente para tus oídos ese ruido de las calles, es molesto pasar junto a una escuela y ver a los estudiantes salir en filas con el caluroso uniforme hacia el autobús que los llevará a sus casas. Todo ha perdido sentido.

De pronto vuelves al libro de Herman Hesse, te sitúas en el papel del Lobo, sabes que el Lobo de Hesse es un hombre y que ese es su apodo, pero hoy quieres verlo como un lobo estepario de verdad, uno de cuatro patas que aúlla y que vive tanto en manada como en solitario.

El lobo ve de lejos al hombre, no tolera su encuentro, una vez, hace mucho tiempo un lobo se vio forzado por hambre a ingresar a una comunidad de hombres, el pobre fue atacado, lastimado, descalificado por intentar defenderse de las injurias y los golpes. Rubén Darío se conmovió tanto que le escribió un poema:

[…]

Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.

El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: Padre nuestro, que estás en los cielos…

[…]

Empatizaste muy rápido con el lobo de Rubén Darío. A ti también te han injuriado y descalificado cuando intentaste ser buen cristiano, cuando diste la mano te dejaron manco, cuando abriste tu corazón lo destrozaron, cuando fuiste sencillo te humillaron, cuando fuiste sensato te culparon. Eres igual al lobo que San Francisco acogió. Cuando quisiste ser pacífico enfrente de ti lo asesinaron, cuando diste comprensión de ti abusaron, cuando intentaste compartir la verdad te crucificaron.

El nazareno se lo pidió al Padre: ¡perdónales Señor, no saben lo que hacen!

Sócrates lo sentenció a manera de pregunta antes de sorber la cicuta: ¿Quién se lleva la peor parte, yo que ya no veré más este mundo de hipocresía y opresión o ustedes que se quedan a seguirlo construyendo y sufriendo?

Entonces piensas si vale la pena ser otro nazareno u otro filósofo que grita en medio del desierto, piensas si no será mejor apartarte de ese pueblo gris, obscuro, roto, sin forma, mal oliente y putrefacto y habitar en la montaña, aunque olvides el lenguaje y te quede por habla algo no más complejo que el aullido.

[…]

Tú llevabas dentro de ti una imagen de la vida, estabas dispuesto a hechos, a sufrimientos y sacrificios, y entonces fuiste notando poco a poco que el mundo no exigía de ti hechos ningunos, ni sacrificios, ni nada de eso, que la vida no es una epopeya con figuras de héroes y cosas por el estilo, sino una buena habitación burguesa, en donde uno está perfectamente satisfecho con la comida y la bebida, con el café y la calceta, con el juego de tarot y la música de la radio. Y el que ama y lleva dentro de sí lo otro, lo heroico y bello, la veneración de los grandes poetas o la veneración de los santos, ése es un necio y un quijote

[…]

 

 

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