Balcones y azoteas Archivo - Archive Ciencias y Comunicación - Science and Communication Número 13 - Noviembre 2021 9 de noviembre de 2021 Prof. Gerardo Molina – Poeta y Escritor – Uruguay gerardomolinacastrillo@gmail.com BALCONES Y AZOTEAS Donde esperó tantos años Un árbol nació y creció Y sus manos, vueltas ramas, Siguen llamando al balcón Balcones y Azoteas en la Poesía de Baldomero Fernández Moreno, magnífica portada para un estudio de la obra del celebrado poeta bonaerense, del doctor Jorge Oscar Pickenhayn que fue publicado años ha en el Suplemento Dominical de “El Día”. De sugestiva carga semántica, ambos vocablos aparecen en las creaciones de grandes liridas. Recordamos, “de coro”, al pasar, estas cuartetas en la obra juvenil de Juan Ramón Jiménez: En el balcón un instante/ nos quedamos los dos solos/ desde la dulce mañana/ de aquel día, éramos novios. / Le dije que iba besarla/ cerró muy leve los ojos/ y me ofreció sus mejillas/ como quien pierde un tesoro. Desde la época de Julieta –heroína sui generis- la imagen de los balcones ha recorrido la literatura universal y, naturalmente, habría de aposentarse en el Río de la Plata. En las canciones populares y en la voz de los poetas, señorea con una impronta muy nuestra, en la gran ciudad, o en los pueblos, en general, para cantar las dichas y penas del amor. Así, en el acervo musical, destaca el vals “Pedacito de cielo” de Homero Expósito con música de Enrique Mario Francini y Héctor Stamponi: Lo recordamos: La casa tenía una reja/ Pintada con quejas y cantos de amor. / La noche llenaba de ojeras/ La reja, la hiedra y el viejo balcón.// Recuerdo que entonces reías/ Si yo te leía mi verso mejor./ Y ahora, capricho del tiempo,/ Leyendo esos versos lloramos los dos.// Los años de la infancia pasaron, pasaron./ La reja está dormida de tanto silencio./ Y en aquel pedacito de cielo/ Se quedó tu alegría y mi amor.// Los años han pasado, terribles, malvados,/ Dejando una esperanza que no ha de llegar./ Y recuerdo tu gesto travieso/ Después de aquel beso robado al azar.// Tal vez se enfrió con la brisa/ Tu cálida risa, tu límpida voz, / Tal vez, se escapó a tus ojeras/ La reja, la hiedra y el viejo balcón.// Tus ojos de azúcar quemada/ Tenían distancias doradas al sol,/ Y hoy quieres hallar como entonces/ La reja de bronce temblando de amor. Imperdible es, también, el cuento “El Enamorado Ideal” de Vicente Martínez Cuitiño donde el protagonista, prendado de una mirada azul, una joven asomada a un balcón en la ciudad de Buenos Aires, se quedó parado allí, ignoró la guerra del 14, olvidó a su familia y amigos, en “su posición de árbol humano con flores que nacen hacia adentro…” Los balcones en la poesía de Baldomero En el citado artículo expresa el estudioso: Desde la casa donde Baldomero vivió sus últimos años en San José de Flores, los alrededores, las cúpulas de las iglesias que le tapaban parcialmente el horizonte, las viviendas de ese barrio con sus pintorescos jardines, las calles arboladas, algún caserón en ruinas. Desde aquella ‘piedra avanzada’ que era su balcón ornado de geranios, percibía el aroma de las glicinas, magnolias, acacias, madreselvas y jazmines. Al poeta siempre le gustaron los miradores. Dos ventanas con balcón, orientadas hacia el mar y la montaña tuvo el niño en su cuarto de planta alta, en la casa solariega de Bárcena, mientras residió en España desde 1892 hasta 1899. En una de las primeras poesías del ciclo Por el amor y por ella apareció este cuarteto: Por el balcón abierto de mi cuarto, / sobre las casas de azotea veo/ como estira su raso luminoso/ y más azul que nunca, nuestro cielo. Igual impresión le produjo la vivienda a la cual se refirió en ‘Último piso’ invitándolo a tentar la conquista de la gran ciudad. Estaba ubicada en el edificio muy céntrico de Avda. de Mayo 1130. Cita luego dos de los alejandrinos que el poeta incluye en su poemario: Ciudad: Yo vuelo sobre el mundo gris de las azoteas/ un poco más arriba de chapas y baldosas/ que, dueño únicamente de tropos y de ideas, / no tengo ni pinares, ni arroyuelos, ni rosas. // Un frontispicio blanco y un techo de pizarra/ juegan ante mi vista descompuesto ajedrez, / la fronda de una plaza asciende y se desgarra, / y un campanario eleva su campana y su prez. Naturalmente, era imposible dejar de citar su celebérrimo poema “Setenta balcones…” y, a propósito, inexplicablemente, en una selección de poesías de Baldomero, al cuidado de Mario Benedetti, se cambia la imagen: bobo de ilusiones por la vulgar: lleno de ilusiones (?). Recordamos que Abel Soria, nos contó que, cierta vez, un grupo de teatro de la ciudad maragata iba a estrenar una obra de Wenceslao Varela. El autor fue a uno de los ensayos y comprobó que habían cambiado palabras en una de las escenas. Terminada la muestra, se acerca al director y, con respeto, pero firme, le dice: “-En realidad, yo no tengo interés en que se represente”. Y le retiró la obra. Entonces, cabe ser siempre respetuoso de la creación del artista, y más aún, en poesía, donde no sólo se puede desvirtuar la imagen, sino alterar el ritmo –esto es, fondo y forma-. Más jocosa es esta anécdota que el poeta Eudoro Melo en una de nuestras charlas, por los años sesenta, recordara. Su suegro estaba lejanamente emparentado con el protagonista. Un mañana, Bartolomé Mitre estaba en su escritorio, cuando recibe la visita de un amigo. Se saludan, y el recién llegado le pregunta sobre qué tema escribía. Y el escritor y político, le responde: -Estoy trabajando en la traducción de La Divina Comedia de Dante Alighieri. -¡Ah! ¡Qué bueno! -Sí –asiente Bartolomé-. A estos italianos hay que darles por la cabeza. Real o no, así me lo contó nuestro entrañable amigo poeta. Seguimos, ahora al periodista en el final de su estudio: Cuando el propio autor habló el 13 de junio de 1950 –pocos días antes de su muerte- para agradecer, en la Sociedad Argentina de Escritores, el Gran Premio de Honor que dicha entidad venía de otorgarle, se refirió expresamente a este poema. Dijo: Todo se pierde, se escabulle, se evapora, y, entre cientos y cientos de poemas, (después de publicaciones, declamaciones, transmisiones) diríase que no sobresalen más que dos o tres versos tornasolados, qué digo, uno solo: los Setenta Balcones y Ninguna Flor, ante cuyo anuncio se dibuja en mí una sonrisa de ardua interpretación. Setenta balcones, ni uno más, ni uno menos. Los de una casa nueva, en el Paseo de Julio, altura del primitivo Parque Japonés, contados una noche estuosa, en compañía de Pedro Herreros, desde un banco de piedra. Amigos, yo no soy más que el autor de Setenta Balcones y Ninguna Flor. Esta nota estaría incompleta, si no la cerráramos con la transcripción del poema que motivó estas disquisiciones. Aquí está en la versión original que corresponde: Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor… ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color? La piedra desnuda de tristeza agobia, ¡dan una tristeza los negros balcones! ¿No hay en esta casa una niña novia? ¿No hay algún poeta bobo de ilusiones? ¿Ninguno desea ver tras los cristales una diminuta copia de jardín? ¿En la piedra blanca trepar los rosales, en los hierros negros abrirse un jazmín? Si no aman las plantas no amarán el ave, no sabrán de música, de rimas, de amor. Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave… ¡Setenta balcones y ninguna flor! Baldomero Fernández Moreno