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Tiempo de Lectura – Miró a Miró desde la poesía

El Universo –  Yasmín Romo Velasco, fotografía de arte urbano,

Xolbox, Quintana Roo, México, año 2016

 

Eduardo Pineda Villanueva

Ciudadano del mundo – México –  ep293868@gmail.com

 

Miró a Miró desde la poesía

[…]

El azul estaba inmovilizado, nadie lo miraba, nadie lo oía:

el rojo era un ciego, el negro un sordomudo.

El viento iba y venía preguntando ¿por dónde anda Joan Miró?

estaba ahí desde el principio, pero el viento no lo veía:

inmovilizado entre el azul y el rojo, el negro y el amarillo,

Miró era una mirada transparente, una mirada de siete manos.

Siete manos en forma de orejas para oír a los siete colores,

siete manos en forma de pies para subir los siete escalones del arcoíris,

siete manos en forma de raíces para estar en todas partes y a la vez en Barcelona.

[…]

El poeta goza de una sensibilidad extraordinaria, le atañe el mundo a su alrededor por completo, dibuja ideas con tan solo ver la figura de una hoja que pende del árbol, entreteje historias tras un espasmo de los colores del cielo, va y viene en sintonía con el viento, se adentra en el espíritu de los hombres sin permiso y sin cautela, saca de toda risa la lágrima previa, extrae la anécdota de la mirada perdida, el pecado de la penitencia del feligrés.

El poeta ve el paisaje antes de mirar el lago, contempla el universo infinito antes de focalizar la estrella, su imaginación es estereoscópica, su intuición aguda y sus sueños se entremezclan con la realidad. El poeta es esa parte de Dios que hace una filosofía artística, se regocija en las palabras al tiempo que interpreta su mundo en una catarsis cuántica: el poeta no entiende de presente, pasado y futuro; el tiempo es uno sólo, por eso su obra prevalece.

Octavio Paz se adentró así en la obra pictórica de Joan Miró, encontró en su plástica los siete elementos, transfiguró los lienzos en versos y acudió a las legítimas pausas de la contemplación de los cuadros para escribir la Fábula de Joan Miró.

[…]

Miró era una mirada de siete manos.

Con la primera mano golpeaba el tambor de la luna,

con la segunda sembraba pájaros en el jardín del viento,

con la tercera agitaba el cubilete de las constelaciones,

con la cuarta escribía la leyenda de los siglos de los caracoles,

con la quinta plantaba islas en el pecho del verde,

con la sexta hacía una mujer mezclando noche y agua, música y electricidad,

con la séptima borraba todo lo que había hecho y comenzaba de nuevo.

[…]

Miró es un artista ecléctico y envolvente, no se adscribió a ningún género o corriente existente, pintó, esculpió, fue ceramista y grabador sin reglas, sin encierros ni cajones y se convirtió en fuente de inspiración constante. Su obra va más allá de los cánones, de los gustos del pópulo y de la inevitable crítica de los que “saben” de arte. Es infalible porque no sabe de leyes, es constante porque no se quedó en un tiempo, es perpetuo porque Paz escribió sobre él.

El pintor catalán Salvador Dalí aseguraba que aquello que se ha escrito es definitivo. La tinta de Octavio Paz corrió sobre las hojas de la historia para hablar de Miró y así, el barcelonés, se convirtió en un pintor definitivo, abarcando todos los tiempos y todo el espacio. Renunció a la gloria de la inmediatez de la crítica y se inscribió en la memoria del mundo, la memoria que se escribe, que se versifica, que se lee en pausas y suspiros, que se entiende como se entienden las disertaciones de Marco Aurelio o las matemáticas de Pitágoras: despacio, a sorbos pequeños, como un vino añejado.

[…]

Miró empezó a quemar sus telas.

Ardían los leones y las arañas, las mujeres y las estrellas,

el cielo se pobló de triángulos, esferas, discos, hexaedros en llamas,

el fuego consumió enteramente a la granjera planetaria plantada en el centro del espacio,

[…]

La realidad se asemeja a una obra de teatro: los fenómenos que observamos son los actores, las bambalinas y demás objetos en el escenario. La técnica mete las manos al escenario, “hace” (del facere romano) la obra. Mientras tanto en el graderío o en las butacas se sientan en filas las demás actividades humanas, ahí está la ciencia, ahí está la filosofía, la historia y el arte. Cada una mirando desde “más atrás” al resto y a la obra de teatro que en mi ejemplo es la realidad y sus fenómenos. La técnica hace con la realidad.

En primera fila está la ciencia, se pregunta por qué y para qué ocurren las cosas, toma algunas muestras de la realidad y las analiza, las estudia, llega a conclusiones con ayuda de la estadística y da a conocer sus teorías, sus hipótesis, sus resultados. La ciencia manipula la realidad.

Detrás de la ciencia está la filosofía, no toca a la realidad, sólo la contempla, Acude a la reflexión como instrumento de introspección para escudriñar en sus abstracciones, mientras tanto la obra continua sin percatarse del filósofo que la observa, que la desmenuza hasta su parte ontológica donde su ser y su tiempo son explicados, al menos por un momento. La filosofía abstrae la realidad.

Más atrás está la historia, observa a la filosofía y sus corrientes contemplar la obra de teatro, también a la ciencia y sus experimentos, observa la obra en el tiempo, la entiende sin prejuicios, no la toca, está muy lejos; incorpora el tiempo implacable y desprovee a sus estudios del antropocentrismo, el etnocentrismo y el cronocentrismo. Describe la obra sin juzgarla, la retrata en la honestidad de sus limitaciones, no interpreta, no predice. La historia manifiesta la realidad.

En la fila siguiente está el arte, a él nada le importa de la obra, ni la toca ni la analiza, no ve su tránsito por el tiempo y por la geografía del escenario, el arte es indiferente a la realidad por una razón muy simple: el arte crea su propia realidad.

El momento de la creación misma es efímero, no se puede detener ni repetir, ni imitar, mucho menos forzar, toda creación es espontánea, goza de unicidad, es volátil, se evapora, se difumina, se pierde al tiempo que deja su huella. El creador es entonces un ente hecho de instantes, no se le puede atrapar, retener ni encasillar, el creador no sabe, no puede y no tiene que seguir instrucciones. Las realidades de quien crea son múltiples y diferentes, son únicas e invaluables. No es un artesano que repite la orfebrería para obtener un objeto vistoso o curioso, es más bien un dios que sopla vida.

[…]

No eran letras las que entraban y salían por los túneles del ojo:

eran cosas vivas que se juntaban y se dividían, se abrazaban y se mordían y se dispersaban,

corrían por toda la página en hileras animadas y multicolores, tenían cuernos y rabos,

unas estaban cubiertas de escamas, otras de plumas, otras andaban en cueros,

y las palabras que formaban eran palpables, audibles y comestibles pero impronunciables:

no eran letras sino sensaciones, no eran sensaciones sino transfiguraciones.

    […]

Paz reconoció en Miró a un creador de realidades, a un hombre eximido de fórmulas y recetas, sin pócimas mágicas. Vio sus lienzos sin marco, sus obras sin esquinas, como si la tela que recibe el óleo se extendiera como la sábana de Einstein y se curvara por los objetos del universo. Cada color una galaxia, cada forma un centro masivísimo, cada trazo un cúmulo de estrellas en constante formación. Dios no creó al universo esperando una opinión de su creación, Dios no hizo los cielos y los mares como estaba escrito por alguien más, Dios no creó al hombre y la mujer basado en molde. Dios creó y punto.

 

[…]

Las miradas son semillas, mirar es sembrar, Miró trabaja como un jardinero

y con sus siete manos traza incansable círculo y rabo, ¡oh! y ¡ah!

la gran exclamación con que todos los días comienza el mundo.

[…]

 

 

 

 

 

 

 

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