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Tiempo de Lectura – El delito de ser libres

Yasmín Romo Velasco

Luz en el encierro

Ex Hacienda de Santa María Regla, Hidalgo, México. Año: 2019.

 

 

EL DELITO DE SER LIBRES

Eduardo Pineda Villanueva

Ciudadano del mundo – México –  ep293868@gmail.com

[…]

“Otra vez siento bajo mis talones el costillar de

Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.”

[…]

Hay, en la lucha revolucionaria, una concepción de unidad de toda la América Latina, tal pareciera que los pueblos no luchan solos, la ráfaga de sublevación invade y cruza las fronteras. Se expande, avanza como un incendio forestal, desconoce a todos los opresores por su nombre y los vuelve un único enemigo y a los hombres y mujeres un solo cuerpo combativo.

[…]

Hermanas en los muertos inocentes,

hermanas en la sangre derramada,

hermanas en la impotencia desesperada.

Guatemala, tu pueblo despierta

como despertó en Madrid y,

de México a Argentina,

tus latinas hermanas te nombran su adalid

[…]

Hay, una nacionalidad compartida en Ernesto Guevara de la Serna, argentino por nacimiento, latinoamericano por convicción y ciudadano del mundo por adopción, viajó por las tierras oprimidas de nuestro continente y vivió la pobreza y abandono de los pueblos dedicando su corta vida a la lucha de clases en favor de los desposeídos. Tal vez su revolución cubana y los movimientos en El Congo y Bolivia sean los más recordados, pero Guevara tuvo también un extenso trabajo literario que se atestigua en el libro “Ernesto Che Guevara Poemas y Cuentos” de “Colección Memoria Viva”.

[…]

Hermana, falta mucho para llegar al triunfo.

El camino es largo y el presente incierto;

¡el mañana es nuestro!

No te quedes a la vera del camino.

Sacia tus pies en este polvo eterno.

 

Conozco tu cansancio y tu desazón tan grandes;

sé que en el combate se opondrá tu sangre

y sé que morirías antes que dañarla;

A la reconquista ven, no a la matanza.

Si desdeñas el fusil, empuña la fe;

si la fe te falla, lanza un sollozo;

si no puedes llorar, no llores,

pero avanza, compañera,

aunque no tengas armas y se niegue el norte.

 

No te invito a regiones de ilusión,

no habrá dioses, paraísos, ni demonios

–tal vez la muerte oscura sin que una cruz la marque–

 

Ayúdanos hermana, que no te frene el miedo,

¡vamos a poner en el infierno el cielo!

 

No mires a las nubes, los pájaros o el viento;

nuestros castillos tienen raíces en el suelo.

Mira el polvo, la tierra tiene

la injusticia hambrienta de la esencia humana.

Aquí este mismo infierno es la esperanza.

 

No te digo allí, detrás de esa colina;

no te digo allá, donde se pierde el polvo;

no te digo, de hoy, a tantos días visto…

Te digo: ven, dame tu mano cálida

–esa que conocen mis enjugadas lágrimas–

Hermana, madre, compañera… ¡CAMARADA!

este camino conduce a la batalla.

[…]

Hay, en cada palabra, en cada verso, en cada estrofa y en cada sentimiento una muestra de inconmensurable sensibilidad hacia el ser humano. Se deconstruye en Guevara al revolucionario que imaginamos: mecánica arma de obediencia y lucha sin cuestionamiento, y se construye al revolucionario que sueña, que busca en su interior antes de la batalla, que resuena en sus principios y valores antes que en el grito de guerra, el rebelde que sabe que puede morir por sus ideales y aun así pelea, el que ya lo perdió todo, incluso el miedo. En la poesía de El Che vemos a cada insurgente con una historia viva detrás, es imposible imaginar ejércitos combatiendo, imaginamos a través de su breve pero condensada obre literaria a ejércitos de individuos, cómos y porqués de cada hombre y mujer que conforma un batallón. Nos explica que el reclutamiento es una afrenta a la individualidad y propone entre líneas la invitación, convencer antes de vencer, proponer antes de imponer.

[…]

A veces no percibo su llamado

desde mi alada torre de viejo solitario,

pero hay días que siento despertar al sexo

y voy a la hembra, a mendigar un beso;

y sé entonces que jamás besaré el alma

de quien no logre llamarme camarada…

 

Sé que los perfumes de valores puros

llenarán mi mente de fecundas alas,

sé que dejaré los agnósticos placeres,

de copular ideas sin funciones prácticas.

 

Sé que el día del combate a muerte

hombros del pueblo apoyarán mis hombros,

que si no veo la total victoria

de la causa porque lucha el pueblo,

será porque caí en la brega

por llevar la idea hasta un fin supremo

[…]

Hay, en la intención del poeta-revolucionario, otra muestra de profunda humanidad: la suya misma. Se lanza hacia el vacío de la historia con alas de memoria fúnebre, pero desea que su epitafio sea el de un hombre y no el de un héroe. Por eso plasma de repente sus instintos, sus anhelos y sus pasiones. Pero desenmascara una autoridad de comandante, desea a una mujer que luche, quiere a una mujer-pueblo, su amor es el combate y su amada forzosamente camarada.

La historia ha omitido la humanidad de los personajes que se eternizan en los códices, en los relatos, en los documentos y en los compilados de bibliotecas y museos. La historia ha renunciado a los detalles, no sabe que en ellos descansan las explicaciones que con tanto ahínco buscan y que se les esconden en los rescoldos de la privacidad que, por fortuna, en Guevara si podemos conocer a través de su poesía.

[…]

Tus viejos poetas lo recuerdan,

tus jóvenes vates lo adivinan:

en Granada y en la noche sin aurora

el plomo brotaba de las manos

que llorando balas ahogaban

la voz del Rey de los gitanos.

 

Todos tus cantores lo recuerdan.

Granada, Bananera,

nombres frescos de frutas sacarinas.

Granada, Bananera,

símbolos trágicos del hombre en el ocaso.

Allí, en Europa, los que “tienen”

–por eso no lloran–

de plomo las calaveras».

Aquí, en América, los que se venden,

–por lo que den–

al dólar de la frutera.

 

No pudieron desmenuzar poetas,

pero con granadas abrieron

–como granadas frutas sacarinas–

el pecho de los hijos de tu pueblo.

El delito de ser libres los llevó hasta el cementerio.

El delito de ser hombres los puso entre los

muertos

y los títeres gritaban,

mataban, escarnecían,

con la voz y con la acción

de “mamita compañía”.

[…]

Hay una tragedia en cada historia de lucha social, hay una injusta despedida, hay una suerte de traición en todos los casos, hay una mirada del luchador social con el rabillo del ojo hacia su pueblo que enjuga una lagrima de desencanto al sentirse abandonado, entregado, olvidado. Y, aun así, hay una sonrisa por haber sido fiel a sus principios, por ser él también pueblo, por dar su vida por los otros. Hay una concepción de la otredad distinta, es una otredad que la hace suya, le pertenecen las vidas y sueños de los otros, aunque ellos los manden al patíbulo de la historia.

¿Cuántos revolucionarios, soñadores, rebeldes y libertarios han muerto en manos de sus liberados, a cuántos han crucificado sus mismos feligreses?

[…]

“Soy mestizo”, grita un pintor de paleta

encendida,

“soy mestizo”, me gritan los animales

perseguidos,

“soy mestizo”, claman los poetas peregrinos,

“soy mestizo”, resume el hombre que me

encuentra

en el diario dolor de cada esquina,

y hasta el enigma pétreo de la raza muerta

acariciando una virgen de madera dorada:

“es mestizo este grotesco hijo de mis entrañas”.

 

Yo también soy mestizo en otro aspecto:

en la lucha en que se unen y repelen

las dos fuerzas que disputan mi intelecto,

las fuerzas que me llaman sintiendo de mis

vísceras

el sabor extraño de fruto encajonado

antes de lograr su madurez de árbol.

[…]

Hay, en la historia de la humanidad, una colección inagotable de luchas sociales, desde la guerrilla, la academia, el arte y la cultura. José Saramago decía: “Mi comunismo es hormonal, así como no puedo evitar que me crezca la barba, no puedo evitar ser comunista”, aseguraba también que: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.

De manera que nos queda claro que la lucha de clases estará presente siempre en las sociedades humanas, la lucha de los contrarios, la dialéctica materialista protagoniza los más importantes cambios de la humanidad. Parece inherente al ser humano el derramamiento de sangre durante sus procesos históricos, parece haber en la descripción de nuestra especie un carácter que no puede faltar: somos la especie que lucha contra sí misma a consecuencia de la desigualdad económica y social. Somos la especie que se auto explota. Somos la especie que compite y que no aprendió a cooperar. Somos la sociedad no socialista. Somos el contraejemplo de evolución.

[…]

Morir, tal la palabra

que es norte de sus días;

morir despedazado,

morir de silicosis,

morir lenta agonía

en la cueva derrumbada.

[…]

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