Tiempo de Lectura: Nunca más Archivo - Archive Ciencias y Comunicación - Science and Communication Número 12 - Julio de 2021 17 de julio de 2021 La ribera de la noche plutónica – Val´Quirico, Puebla, México. Año 2021 Yasmín Romo Velasco – México NUNCA MÁS Eduardo Pineda Villanueva Ciudadano del mundo – México – ep293868@gmail.com […] Una vez, al filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran, tocaran a la puerta de mi cuarto. “Es —dije musitando— un visitante tocando quedo a la puerta de mi cuarto. Eso es todo, y nada más.” […] El miedo al miedo es, tal vez, el peor de los miedos. Desde muy pequeños aprendemos qué nos produce terror, sabemos qué es aquello que nos hace cerrar los párpados de golpe o brincar de súbito; la obscuridad, sonidos inexplicables, la incógnita de lo que hay detrás de una puerta o en un cuarto inexplorado, el sentir que nos siguen en la calle o que nos vigilan. También evitamos ver un cadáver, una escena impactante, nos dan miedo los huesos rotos, el abdomen eviscerado, el cráneo escurriendo líquido cefalorraquídeo, la sangre saliendo a borbotes o una persona gritando de dolor. Nos atemorizan ciertos animales, las serpientes, los arácnidos, los roedores en montones y las fieras gruñendo. Pero, de toda mi enumeración que enlisto entre comas arriba, lo que puedo concluir es que aquello que nos da miedo es el sentir lo que la mente produce por aquello que pensamos repulsivo, amenazante o desconocido. Y, siendo que el miedo se genera en nuestra psique, pregunto: ¿Cómo logrará el escritor aterrorizarnos con sus líneas? ¿Hay sobresaltos al leer una obra de terror? ¿Se detiene la respiración cuando leemos algo así como: “Y, se levantó de esa silla que crujía como un ataúd roído por el tiempo, caminó a su puerta y abriéndola despacio notó entre las tinieblas de aquella construcción fría y antigua el espectro de su madre muerta entre harapos que arrastraba por el suelo dejando una huella interminable de sangre”? Me parece que no, me parece más bien que el sobre salto no es físico cuando de terror escrito se trata. Noto en cambio que el terror es psicológico, el autor logra que empaticemos con su personaje y nos aflija el miedo que él experimenta, es más bien un drama, una tragedia ver al otro sufriendo sus miedos. La otredad en el desasosiego, la otredad a la que nos negamos a pertenecer. La otredad que amenaza con absorbernos, con volvernos parte de ella. Edgar Allan Poe en su obra culmen “The Raven” (El Cuervo) logra precisamente eso, nos hace sufrir con el miedo de su personaje encerrado en su pasado, en sus temores y en su alcoba. […] ¡Ah! aquel lúcido recuerdo de un gélido diciembre; espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo; angustia del deseo del nuevo día; en vano encareciendo a mis libros dieran tregua a mi dolor. Dolor por la pérdida de Leonora, la única, virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada. Aquí ya sin nombre, para siempre. Y el crujir triste, vago, escalofriante de la seda de las cortinas rojas llenábame de fantásticos terrores jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie, acallando el latido de mi corazón, vuelvo a repetir: “Es un visitante a la puerta de mi cuarto queriendo entrar. Algún visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Eso es todo, y nada más.” […] La más común de las actividades del día a día se convierte de pronto en una escena que preocupa por el futuro inmediato del personaje, el hombre vetusto y aterciopelado que reposa frente a la imagen de su amor ya ido para siempre. El hombre que se cansó de sufrir pero que ignora que el peor sufrimiento está en camino. Ese es el terror de Poe, menoscaba y desentierra nuestros temores, nuestros sueños horridos y apesumbrados, ésos que soñamos varias noches de nuestra vida, los que también soñamos despiertos. No es el miedo a la figura retorcida ni al animal venenoso, es el miedo al recordar a un ser amado que jamás volveremos a ver, el miedo a la soledad y a la compañía de la nostalgia eterna, es el miedo al miedo de abrir una puerta que ya no se pretendía abrir jamás. No es el miedo a una noche interminable sino a saber que la noche y sus tempestades van a terminar tras la luz amarilla del alba y que la realidad estrujante del alma seguirá intacta, eso es diferente a temer a la obscuridad. Tampoco es el monstruo de garras y pelos largos, de sangre en los colmillos o de huecos occipitales; éste es un monstruo más cruel: se posa firme, indolente, frío y firme y le recuerda sus más hondas preocupaciones, remueve su intranquilidad y bate sus recuerdos revueltos con el presente sombrío, frío y mojado de una noche densa. Es un monstruo de dos palabras, de una intensión implacable de mil horas con una mirada fija. Por eso le aterroriza, porque es su verdad estampándose en el rostro cada segundo de lo que le quede de vida tras un vasto y profundo: Nunca más. Todos tenemos un cuervo que nos recuerda nuestras flaquezas y temores, todos tenemos un “nunca más” del cual librarnos, pero sabemos que de él no escaparemos nunca más. […] De un golpe abrí la puerta, y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos. Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta. Posado, inmóvil, y nada más. Entonces, este pájaro de ébano cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el grave y severo decoro del aspecto de que se revestía. “Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—, no serás un cobarde, hórrido cuervo vetusto y amenazador. Evadido de la ribera nocturna. ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!” Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado pudiera hablar tan claramente; aunque poco significaba su respuesta. Poco pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el dintel de su puerta, pájaro o bestia, posado en el busto esculpido de Palas en el dintel de su puerta con semejante nombre: “Nunca más.” […] Hay una paciencia de siglos en la humanidad, hemos aprendido a vivir con los temores, a contemplar al cuervo en el busto de Palas, a casi ignorarlo en la sucesión de eventos de nuestra vida tropezada. Y, de pronto algún escritor nos lo hace evidente, no es novedoso, pero si sorprendente saberlo tan cerca siendo que noche con noche lo sabíamos existente, existente pero no evidente. Se revela como otro acontecimiento temporal, pero Poe, sabiendo esa temporalidad efímera del terror, acude al instrumento más efectivo para dejar la lanza en el dorso y la estaca en el corazón, para estrellar nuestros cráneos en el muro de la realidad que ya no será más temporal sino ahora eterna. Su “Nunca más” es la sentencia de cadena perpetua a vivir sin evadir el miedo, es un grillete en el alma, un calabozo de la memoria. Y, de ese calabozo nuestra alma no podrá librarse nunca más. […] “¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, o arrojado por la tempestad a este refugio desolado e impávido, a esta desértica tierra encantada, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime, en verdad te lo imploro, ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te imploro!” Y el cuervo dijo: “Nunca más.” “¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio! ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, ese Dios que adoramos tú y yo, dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén tendrá en sus brazos a una santa doncella llamada por los ángeles Leonora, tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen llamada por los ángeles Leonora!” Y el cuervo dijo: “Nunca más.” […] La esencia del terror es marcar al lector, hacerlo clavar la mirada en el horizonte recordando las líneas que leyó o asociando su realidad con la del protagonista. Dejar un cuervo en cada lector, dejar una habitación lúgubre, una alfombra con sombras derramadas en las conciencias del público, sellar un “nunca más” en la amenaza contante de los anhelos imposibles. Picotear los ojos de la esperanza, arrancar el corazón de la fe, desollar el cuerpo de los deseos que se va cansando de vivir, ése es el terror en la literatura. Cuando se pierde lo único queda: esperanza, fe, deseos… ¿Qué nos queda? -Tal vez un eterno y palpitante “nunca más”. […] “¡Sea esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso. ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica! No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja mi soledad intacta. Abandona el busto del dintel de mi puerta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta. Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado en el pálido busto de Palas. en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su sombra. Y mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse. ¡Nunca más! […]