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Salto al vacío y a la gloria – Especial para Diafanís por Jorge E. Hadandoniu Oviedo

Texto e ilustración del Autor

Jorge Enrique Hadandoniu Oviedo (JEHO) Profesor de castellano y literatura.

Poeta. Escritor. Docente.

Villa Mercedes, San Luis-  ejeho2012@hotmail.com

 

El reconocimiento a héroes notables o anónimos no requiere de la impronta de una fecha o de un acto oficial. Debería ser permanente, tal vez sutil y -por qué no- original o disruptivo. El siguiente tramo de escritura ha sido Inspirado en hechos ocurridos en la playa de Pescadores, cercana a Chancay (Perú, 25 de noviembre de 1820) y otros, relativos a los personajes que participan.

 

Según los registros neurológicos de habitantes del siglo XIX, a través de su transcripción paciente y minuciosa llevada a cabo en la localidad de Las Chacras, Juana Koslay, San Luis, Argentina, se detallan a continuación los resultados catalogados en sendas carpetas que están rigurosamente numeradas. Tanto la sintaxis como la semántica responden más al estilo de los traductores de las huellas electrónicas que a los portadores de las mismas. Es posible encontrar entre líneas y aún en el mismo texto digresiones y probables contaminaciones debido a la aún rudimentaria técnica de recolección en la que pueden aparecer tanto emisiones personales como colectivas. En tal sentido será útil remitirse a las teorías del inconsciente colectivo de Jung. He aquí, con habilitación de día y hora, el resultado de tales testimonios:          

 

#1 (Soldado 1)

¿Qué le pasa a ese puntano engreído? Apenas se lo ve del caballo y quiere arrojarse al mar… Boca arriba, el cielo es más grande, me traga y me confunde. Si la herida me dejara moverme, este abismo no acaba más. El agua es inmensa, nunca me hubiera imaginado este color, esta furia tranquila y esos remolinos cuando se enoja como un general sin ejército. Así se va quedando la tierra. La defendemos por instinto, porque si damos un paso más vomitamos estómagos vacíos y pólvora mojada. Y ahora, se le ocurre hacerse el héroe. Aunque sería mejor tirarse en serio desde estas alturas, perderse entre las aguas. No nos quedan fuerzas para cruzar la montaña y volver a los llanos de mi pueblo. Ese sur hay que vivirlo: polvo y sudor. Se lo hubiéramos dejado sólo para la indiada. A qué hacerse tanto barullo si la tierra nunca va a ser nuestra. Siempre va a tener dueños. Y nosotros acá como unos cimarrones en medio del vacío, casi sin gente y sin municiones. ¡Qué distinto el campamento! Ahora se siente el perfume de las albahacas que tenía el patio los Osorio.  Y los higos que nos habremos comido a escondidas del cabo. Aaahhh. Parecen revivir los pulmones, pero ya me queda poco tiempo. ¡Cuántas leguas me costó llegar al campamento! Enancado y en carreta crujiente, hasta caminando porque no pasaba un alma por el camino cortado por yuyales. Hasta que vi unos sauces y carrizos cerca de una aguada. Los potreros te alientan y te atrapan con su barro pastoso. ¡Cómo suena la calandria! Muchos pájaros que nunca había visto y ahora me hacen ruido en el oído. Y mirar las serranías al alba o a la tardecita es increíble. Pasé como veinte días a pura fajina y nunca lo había visto, hasta esa tarde que me había agotado hasta la médula. Uno puede leer mucho y aprender y estudiar y hablar, pero cuando hay que cuerpearle al ejercicio o al combate se terminan todas las letras y el cerebro no puede pensar más. Y a esperar que el cuerpo reaccione, porque si no, te matan. ¿Andan las bumbunas o me parece que me arrullan en este lecho…? A lo mejor pueda volver si los realistas se apiadan. Si le saliera bien la jugada al teniente…

 

#2 (Narrador hispano)

El caballo de Juan Pascual se eleva en un relincho para gritarle a los godos que se lleva la bandera en un galope al vacío, que nunca caerá en sus manos y que morirán en libertad sin luchar, pero sin entregarse. Al otro lado, más allá de la primera lomada, el Comandante rojo abre los ojos y la boca sin entender. Ya le han dicho que es medio loco este jovencito soberbio y caliente, pero nunca se hubiera imaginado este desplante. Tendría que enojarse y arremeter a punta de bayoneta hasta limpiarlos a todos. ¡Qué diablos! Pero ha sido muy pícaro este oficialito de cuarta: está buscando dejarlos como criminales. Y le vienen a la memoria los papeles que han desparramado por el Virreynato con ese traidor de San Martín desgarrando a los valientes generales españoles. O no saben qué hacer o lo planearon demasiado bien. ¡Les sale de pedo! Ya vendrá la hora de la venganza. Saca el sable para dar la orden fatal, pero se detiene. Ese orgullo prepotente, con su amenaza lo puede perjudicar cuando se presente al virrey y menos si algún francesito se ha hecho cargo. Si los pasamos a degüello nadie se entera, pero siempre hay algún judas escondido en la tropa. Y si los salvamos a todos: son pocos, están destrozados. Allá hay uno boqueando a lo mejor el último suspiro.

 

#3  (Narrador del Soldado 1)

La hora de la siesta invita a escaparse entre los cardales. A lo lejos se ve el polvo que levanta algún caballo atrasado por llegar al descanso. El sol cae como un balde de agua caliente y justamente lo que falta es agua. Joaquín tiene las rodillas sucias de barros trasnochados, pero sus ojitos se han clavado en la nube de tierra que avanza, tirando hacia el norte una estela de pedregullo que se levanta hacia el cielo. Hiere la mirada ese azul opaco con semejante sol en medio. El niño sueña porque ha visto un dibujo muy prolijo en el cuaderno ajado de Pedro, que ha quedado como recuerdo en la escuela de adobe: una montaña blanca que el indio dibujara de memoria una vez. Según este tal Pedro (no recuerda el nombre aindiado) es tan alta como el cielo y son pocos los que se animan a subir y menos a cruzarla. Del otro lado hay otras pachas como él dice. Sería muy lindo tener cerca ese frío blanco que añorara antes de irse aquel callado jovencito que aprendiera sus primeras letras por estos pagos. Tendrá que escaparse una noche hacia el norte porque dicen los viejos que hay ruido de guerras y harán falta soldados tarde o temprano.

 

#4 (General don José de San Martín)

Soplar y hacer botellas. Como si fuera tan simple. ¿Quién sería capaz de hacer una siquiera? La independencia es más fácil y no se dan cuenta que para ellos es sólo cuestión de decisión y de palabras, en medio de las comodidades que disfrutan. Uno tiene que soportar la soberbia de los jefes españoles, el ataque soterrado de la envidia y la calumnia. Además, entrar en batalla con el olor a sangre y pólvora, reprimiendo el aliento que se agota en los caballos heridos, en los soldados muertos. Los señoritos no podrían sostenerse en medio de estos barriales y menos hacer una botella. Y me escriben eso como si fuera un aprendiz. No tienen idea de las pruebas y la templanza que hay que demostrar cada día. Lo inaudito espera en cada recoveco de la montaña, aliado de la tos y de la fiebre. Hay que planificar cada paso, pero con sable en mano hay que decidir y uno queda atado a ese recuerdo que es un relámpago en medio de la noche. Puede hacerse más oscura, pero nunca como para claudicar. El fanatismo nos carcome y si firman la confirmación del aislamiento, cada uno será cacique de su comarca; nunca habrá unión. Necesitamos luz y más luz en esta noche oscura. Las nubes ocultaron la luna plena y brillante. Y si hacemos un fuego más, lo verá alguna patrulla enemiga. No se andan con vueltas, cuando pudieron nos emboscaron. Hacia el norte de Buenos Aires se ha puesto muy dura la lucha. Martín y Manuel tendrán que hacer lo suyo muy bien porque peligra nuestra misión. A veces me siento solo y con tantas cargas y reclamos como para irse, para buscar en otra parte el sentido de la vida. La felicidad, ¿qué es? Sólo la lucha, estar alerta, despertar ahogado por los pulmones y las ideas. No tenemos permiso para dudar. No podemos retroceder un paso. Débiles, aún somos poderosos por el aliento de los criollos, de las mujeres y la sonrisa inocente de los niños que juegan con armas de madera como si supieran lo que es matar a un hombre.

 

#5 (Soldado 2)

No se vaya a equivocar en este trayecto el teniente porque las monturas pesan por las faldas de la montaña, estrechos caminos que sorprenden y después el valle que espera con cualquier sorpresa.  Desde allá, en ese paraje hermoso y protegido que el General nos consiguió hasta este cielo árido, cuántas noches al descampado, cuántos lechuzos cruzando agoreros y despiadados, cuántos hermanos muertos, cuántas heridas ya sin dolor, cuánta espera. Y los nuestros ¿qué harán? ¿qué será de las mujeres, esperando y esperando? Que no se vaya a equivocar este soldadito. Todos se creen héroes y muchas veces la soberbia nos llevó al abismo. ¡Qué hermosas las montañas de mi pago! Nunca podíamos verlas porque estábamos en ellas, seguros porque sabíamos que nos protegían pero uno sólo las descubre cuando va saliendo de Merlo. Mira atrás y parece que lo aplasta la mole impresionante.  ¡Cuántos colores! Pero ya estamos lejos. Y se empiezan a extrañar los bosques de talas, espinillos, algarrobas para endulzar la noche ciega. Los médanos nos esperan y no sabemos bien qué hay detrás de la barranca. El mar se ve a lo lejos, pero los godos estarán esperando, seguramente. Son muchos, no alcanzará con caballos cansados y con piernas destrozadas por el peso y el barro, por las piedras y la montura cargada sobre los hombros lastimados. Éramos muy crédulos, pero las botas brillantes nos iluminaban los ojos. Y si no, qué teníamos entre las manos: tierra, piedra, arena y lluvias con rayos fulminantes. Ahora sabemos el sabor de la esperanza. Allá están los héroes de verdad. Viven con el Jesús en la boca. Y si no, por qué se escaparon esos españoles sin dejar rastro ni alborotar al pueblo grande. Dicen barbaridades que nadie cree. Y, claro, parientes cada uno tiene en el otro bando. No saben si temerle más al hambre que a los traidores. Época de espías y como los jóvenes salen a dar batalla, cualquier viejo inocente o muchacho desertor puede ser fatal, especialmente si se gana la confianza de alguien.

 

#6 (Coronel Juan Pascual Pringles)

Los zorzales que han sobrevivido al sol tremendo, me recuerdan nombres, pero la memoria se aplaca con el olor a sangre. ¡Quién dijera morir en medio de los espinillos y entre matas secas! Malo el sable y peor la lanza cuando la empuña un hermano. Pero a quién le importa… Si ya nacimos en medio de una guerra, cómo vamos a salvarnos. En aquellas callejas era solo rumor y comentarios. Después, en el campamento supimos de cómo se cargan las armas. Y no las carga el diablo… Pero lo más grandioso fue ver la nieve en la montaña, la playa… ¡Qué linda es la playa! ¡Cómo penetra los pulmones ese aire finito de sal húmeda! En el llano y en las quebradas o en los arroyos uno ni se imagina lo que es aquella mole de agua. Y se va lejos, muy lejos… como ahora me estoy yendo casi sin darme cuenta. Por un reflejo siento que unos caldenes me miran y desde alguna ramita seca me parece ver otra vez el primer pámpano que descubrí en el viñedo que hacía crecer aquel francés de Cuyo, cerca de la finca del General. ¿A dónde fue a parar la Pancha? Amazona brava de la milicia y de la batalla hasta quedar exhausta. ¡Oh, Valeriana, cómo te extraño justo ahora! Ni el viento chorrillero fue tan audaz para hacerme bajar la mirada como vos pudiste conmigo. ¡Agua! ¿No hay ni siquiera un trago, tan cerca del río que estamos? Jarilla, chañares, caldenes, carrizos, cardales, pajonales y una gota de agua… Aquel oriental era cojudo y allá sí que había agua por todos lados. Decían que la sangre charrúa lo sostenía, pero nunca supe si era verdad o leyenda. Era lindo sablear a su lado. Tenía el coraje que lleva al hombre a la gloria. Nunca se sabe cuál es la última batalla porque siempre sigue otra o te tientan con otra lucha. ¡Agua, un poco de agua! Me miran como si no me escucharan. ¿Qué miran, cabrones? ¿Por qué se acercan y se alejan? ¡Agua! Los nombres, los nombres… he perdido los rostros de mis padres y de mis hermanos. He visto tantos, en estos años. Fieros y feos, duros y temblorosos, ásperos y dulces. De tantos pueblos, de tanta gente. ¡Gabriel!¡padre! No te vayas. ¡Isabel, José, Melchora! ¡Hermanos, tírenme una mano! ¿Cuándo elegí seguir al General? ¡Las espuelas y el sable, cómo brillaban! ¡Mamá! ¡Andrea! Ya ni me acuerdo cuando alguna vez me acunaste. ¿Me acunaste? ¡Úrsula, Margarita! ¿Dónde están?

 

#7 (Narrador eventual)

Saltó una tapia y defendió como tigre alzado el patio del gobernador. Hubo que reprimir un levantamiento de los presos y hasta le ayudó este tigre de los llanos que ahora lo persigue hasta verlo muerto. Quién iba a decir que el saldo fuera una condecoración de Juan Martín. Se borraron los rastros de sangre y “aquí no ha pasado nada”, pero sí había pasado y fue justamente unos días antes de que cruzara por estas ventoleras y frías regiones, doña Remedios. Nadie registra a la negra que dio la voz de alerta ni al cansino baqueano que llevara a la señora hasta el Cuyo, donde manda su esposo. Pero cada paso que daban los dos; otros muchos sostenía los cascos de las mulas cuando ascendieron para cruzar la mole andina. Lejos, con aires que vienen de Escocia o de Madrid, se oye el doble eco de la palabra “unión” que tanto preocupa al libertador. Claro, libertad es otra palabra que lo obsesiona. Vaya a saber cuándo se grabó a fuego en su corazón. Corazón de pueblo… Tal vez. Para saltar a la gloria o al vacío. Ese acto valiente que depositó la primera medalla en el pecho del ahora teniente coronel, fue real, concreto, vital y hasta desesperado. También lo hizo famoso dos veces. Y no le sirvió para salvar la vida. El general del ejército se irá con el tiempo a su lejana casa de aromas franceses y no podrá conversar un rato con él, sepultado en su tierra, mojón de historia o de olvido, a la vera de un camino real. La seca se atraganta en el silencio de los soldados. La suerte está echada y para que muchos vivan mejor, algunos caerán sin piedad. La gaceta tendrá su mera crónica, pero aunque sea en palabras que se lleva el viento sabrán lo que pasó. Se los tragará la tierra – es cierto – para abono de alguna escribanía en la Capital, donde unas botas inglesas estamparán la firma del boleto. Y habrá herencias. Ellos ni saben que sus hijos serán los que cultiven sus huesos para los señoritos de galera. Se los tragará la tierra, pero se ha de decir lo que se deba. Y algún día, salpicarán de sangre las tranquilas manos de un pueblero que ni noticias tuvo de estos arrebatos de gente entre hilachas y coraje.  Allá se queda un soldado olvidado en la muerte lenta que vendrá en soledad a buscarlo. Más acá, cubierto en gloria y tierra, el coronel encontró la última batalla. Volverá otro de la muerte segura, para cultivar una quinta humilde y apacible. Más allá, el general se quedará inmóvil en la nostalgia de algún retrato.

Villa Mercedes, San Luis, Argentina. Concluido el 29 de junio de 2021, exclusivo para DIAFANIS, al amparo de frígidas temperaturas y alertas virales.

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