José Enrique Rodó: a 150 años de su nacimiento Archivo - Archive Ciencias y Comunicación - Science and Communication Número 12 - Julio de 2021 15 de julio de 2021 José Enrique Rodo (foto gentileza del autor) Prof. Gerardo Molina – Poeta y Escritor – Uruguay gerardomolinacastrillo@gmail.com Cuando el diamante fulge sobre la fatua pedrería Celebramos que el Día del Patrimonio 2021 esté dedicado al inconmensurable Maestro de Juventudes que fuera Rodó. Faro de la Cultura y del Pensamiento Americano durante las primeras décadas del siglo pasado. Cuando nuestro país irradiaba desde su breve geografía, despertando la admiración en el resto de América y Europa con la Generación del 900, seguramente el período de mayor gloria de nuestras letras. Sólo mencionar a aquellos escritores nos llena de orgullo: Florencio Sánchez, Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, el mismo Rodó, Julio Herrera y Reissig, Horacio Quiroga, Javier de Viana, Carlos Vaz Ferreira… Si bien había nacido en Montevideo, el 15 de julio de 1871, su infancia supo del encanto paradisial de la Santa Lucía aldeana (San Juan Bautista por entonces), de especial atractivo para las familias montevideanas que hicieron construir aquellas grandes casonas, muchas de las cuales aún perviven, tesoro patrimonial de aquella época. El ajetrear pueblerino, los paseos junto al Río, la incursión en las chacras y quintas cercanas, seguro despertaron estrellas en sus ojos ávidos de niño y en su espíritu abierto al asombro y al descubrimiento de los dones naturales de la vida. Aprende a leer a los cinco años, y a los nueve ingresa al colegio “Elbio Fernández”. Adolescente, abandonará sus estudios universitarios y comienza a sumergirse en las más variadas y azarosas lecturas, pasión que lo acuciaba desde niño. Durante sus años juveniles, está en auge la generación civilista. El periodismo es cátedra y púlpito, ágora y academia. Época de luchas cívicas ardorosas y de pasiones político-religiosas desbordadas señala en su estudio sobre Rodó José Pereira Rodríguez. A los veinticuatro años, junto a Víctor Pérez Petit y los hermanos Carlos y Daniel Martínez Vigil fundan la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (5 de marzo de 1895) que alcanzó a sesenta números. Desde entonces empieza a afirmar su concepción americanista “patria es para los hispanoamericanos, la América española”. Siempre enalteció la belleza y, más aún en la poesía. Así, sobre el poeta y la poesía dirá: Cuando su obra es verdadera poesía, el poeta es irresponsable y sagrado. Sólo el pasado es el puro elemento de la poesía, la ubicación ideal, la patria de adopción de los poetas verdaderos. Y, naturalmente, para él el contenido debía apoyarse en la forma, en los metros clásicos. El contenido musical, el ritmo del verso anticipan la forma poética, obra divina del instinto, el resultado de esa misma economía misteriosa e infalible que ha enseñado a la abeja las ventajas de la forma exagonal para los alvéolos de sus panales. Sobre el periodismo dirá en carta a Luis A. Thevenet (1916): El verdadero hombre de diario no se adapta sin penoso esfuerzo a los ambientes bonancibles: es ave de tormenta criada para arrostrar el ímpetu de los vientos desencadenados y mojar sus alas en la espuma hirviente de las olas. Ariel Aparece por primera vez en febrero de 1900 como tercer folleto de la serie de opúsculos La Vida Nueva. Que había iniciado en 1897 con “El que Vendrá” y “La Novela Nueva” y al que seguiría “Rubén Darío” (1899). A propósito de este último, en 1905, el gran poeta nicaragüense le dedica el primer poema de su libro homónimo “Cantos de Vida y Esperanza”, magníficos cuartetos endecasílabos serventesios que envidiaran los más excelsos poetas del parnaso español. El éxito de “Ariel” fue total, clamoroso, definitivo. Calificado como “evangelio de la juventud hispanoamericana”, en este libro el autor plantea su aspiración a realizar “una síntesis del espiritualismo cristiano y de las formas perfectas del arte helénico”. “Me han inspirado –dice Rodó- dos sentimientos principales: mi amor vehemente por la vida de la inteligencia y dentro de ella, por la vida del Arte, que me lleva a combatir ciertas tendencias utilitarias e igualitarias; y mi pasión de raza, mi pasión de latino, que me impulsa a sostener la necesidad de que mantengamos en nuestros pueblos lo fundamental de su carácter colectivo, contra toda aspiración absorbente e invasora”. Las resonancias de esta obra se dieron contemporáneamente en España. El genial vasco Miguel de Unamuno escribe en la Revista “La Lectura” (Madrid, 1901): “Ariel es un himno a la juventud, al alto entusiasmo, a la sed de ideal y de armonía y de belleza, inspirado en Guyau y en Renán sobre todo. Es una honda traducción al castellano –no sólo al lenguaje sino al espíritu- de lo que el alma francesa tiene de ateniense y de lo más elevado; es el aticismo sentido en francés por un hispanoamericano. Es una llamada a la naturaleza, a la vida, a la sana contemplación, al mantenimiento de la integridad de nuestra condición humana, al culto de la belleza. Pero lo más preciado es el empeño por conciliar la más alta preocupación de los intereses ideales con el espíritu democrático”. Y Juan Ramón Jiménez recuerda a Rodó y a su obra de este modo: “Siempre he visto a Rodó estatuario y fijo. Su obra es un vaciado de hombre ilustre; está modelada para sustituirlo. Su prosa de tipo genérico y espíritu libre mora bien, siendo particulares sus elementos, en el aire azul. El siglo que él levantó en América es perdurable por lo limitado. La correspondencia de Grecia, Roma, España y Francia prestó a Rodó un hermoso fundamento de piedra perpetua y él repartió encima sus bloques propios con un orden de templo, columnata, promontorios nuevos. Rodó es para mí un paseante de altos niveles clásicos, un peregrino de pie ajustado a solerías inmortales con yerba perenne cariñosa, un huésped permanente de museos, bibliotecas, jardines de eras mejores, abiertos al lento sol uno. Por él, que quiso hacer de su Uruguay una sede eterna, buen americano, hacia dentro, vemos su Montevideo como una Atenas, una Florencia, una Salamanca, un París. Porque el hombre tiene tres caras bellas: la del amor, la de la oración y la de la poesía. Rodó quiso unir en una estas tres caras… Una misteriosa actividad nos tomaba a algunos jóvenes españoles cuando hacia 1900 se nombraba en nuestras reuniones de Madrid a Rodó. ‘Ariel’, en su único ejemplar conocido por nosotros, andaba de mano en mano sorprendiéndonos…” Andando el tiempo, en plena adolescencia y juventud, “Ariel” se transformaría en nuestro breviario y en el símbolo de aquel grupo de bisoños poetas que integramos y llevó su nombre, a fines de los años cincuenta, en un Montevideo aún con destellos novecentistas y en cuyas peñas irrumpíamos con nuestros entusiasmos y rebeldías. Rodó poeta Sí, el notable pensador y ensayista, cultivó también la poesía. En las Obras Completas (Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, Casa A. Barreiro y Ramos, 1945), en el Volumen I se incluyen sus “Poesías Dispersas”, de las que recordamos este soneto “Lecturas”, donde es claro el paralelismo entre su vida y los libros: una niñez aureolada por la fantasía de los cuentos de Perrault, la adolescencia plena de sugerencias románticas, la juventud que se afirma y fortalece con la obra magistral de Víctor Hugo. Luego Cervantes, después Balzac –fortaleza y pasión-, y en su definitiva y gloriosa madurez, el regreso a Perrault, a los cuentos de la infancia, según expresamos en nuestro trabajo “En torno del libro” (Notas Dispersas, Ediciones HOY CANELONES, 1996). Lecturas De la dichosa edad en los albores amó a Perrault mi ingenua fantasía, mago que en torno de mi sien tendía gasas de luz y flecos de colores. Del sol de adolescencia en los ardores fue Lamartine mi cariñoso guía: Jocelyn propició bajo la umbría fronda vernal mis ocios soñadores. Luego el bronce hugoniano arma y escuda al corazón, que austeridad entraña; cuando avanzaba en mi heredad el frío, amé a Cervantes. Sensación más ruda busqué luego en Balzac y hoy ¡cosa extraña! vuelvo a Perrault, me reconcentro y río”. Maestro de las Juventudes del Continente Así, el 14 de setiembre de 1941 el Congreso de Estudiantes universitarios de Chile proclama a Rodó “Maestro de las Juventudes del Continente”. En la continuidad de los homenajes que siguieron a su entrada en la inmortalidad el 1 de mayo de 1917, en Palermo, Sicilia, Italia. La celebración propuesta para el Día del Patrimonio, renueva aquellos reconocimientos y es una excelente motivación para volver a la obra del Maestro, para enseñar a los jóvenes a abrevar en ella, porque la siembra rodoniana, y su ideal de cultura armónica y de vida integral, entre tantos otros, siguen vigentes e inmunes al tantas veces impiadoso devenir de los tiempos.