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Tiempo de Lectura – SET

Fotografía: Adán y Eva fuera del paraíso

Autora: Yasmín Romo Velasco

Foto tomada en el Jardín escultórico de Edward James, Xilitla, San Luis Potosí, México. Año 2008.

 

Eduardo Pineda Villanueva – Ciudadano del mundo – México

 ep293868@gmail.com 

 

De entre todos los seres de la creación, los primeros habitantes del jardín del edén, y los que surgieron bajo misterios inexplicados después de la expulsión de Adán y Eva de tal territorio de confort y ocio, se encuentra un personaje poco mencionado y casi inexistente a quien después se le tuvo que dar un papel más o menos importante para no desaprovechar su posición en la nómina del Antiguo Testamento, Set ya tenía asignado un personaje para que, tras el asesinato de Abel a manos de Caín y con la venia del Señor, no quedara en los principios de la humanidad sólo un hombre malo por asesino y respondón como Caín. De manera que quien fuera que escribió el Antiguo Testamento tuvo que rescatar a Set de entre el olvido histórico eclesiástico. Más aún si consideramos todos los textos de la época que se perdieron, la Palabra del Señor contenida y atesorada en la Biblia, al parecer está incompleta y los fragmentos de sus dictados fueron elegidos sin su consentimiento, así que el Señor, o Dios, o el Creador (como se le guste nombrar) bien podría interpelar ante algún tribunal divino y supremo de derechos de autor los fragmentos faltantes y no escogidos por los iluminados que escribieron la Biblia hace muchísimos años.

De esta forma, José Saramago tuvo que adentrarse en la Biblia y seguramente leerla completita, cosa que ya de entrada parece una labor gigantesca, para notar esas lagunas textuales que los profetas no dictaron a los escribanos. Saramago veía la Biblia y sus pasajes como un rompecabezas con muchas piezas faltantes y huecos que le aturdían, tuvo que tener, tal vez, una revelación divina para asumir la difícil tarea de reinterpretar la Biblia y llenar los huecos ¡vaya tarea! Y en su libro “Caín” Saramago nos entrega esta nueva versión del Antiguo Testamento, claro está que ante un alud de posibles contradicciones y sinsentidos que fue encontrando a lo largo de los sagrados textos tenía dos opciones: reír o llorar y decidió reír.

El sarcasmo ya común en la multi premiada obra de Saramago, suaviza con elegancia y sutileza los textos sagrados anegados de aristas punzantes que cualquier escéptico o ateo bien puede utilizar para mofarse de estos libros o para ganar un debate con argumentos racionales desprovistos de fe. Mientras que el religioso, creyente, fanático o aquel que es resultado de todos los anteriores en dicha discusión se limitará a decir que “cree” y que ni la demostración ni el contraejemplo aplican a los actos de fe y a los misterios de la Biblia. Por ello es que entre la razón y la fe no hay discusión, no hay conflicto, son planos diferentes de la realidad. Es como querer desmenuzar a papá Noel con la física cuántica para explicar porque puede entregar regalos a medio planeta en una sola noche viajando de la cuarta a la tercera dimensión.

En la reinterpretación del Antiguo Testamento de Saramago, podemos notar un fuerte énfasis y un profundo cuestionamiento hacia el libre albedrío, que, en la historia de la humanidad ha trascendido la idea poética de libertad hacia la interpretación de la voluntad de Dios tras el filtro de la voluntad del hombre.

[…]

En primer lugar, porque incluso la inteligencia más rudimentaria no tendría ninguna dificultad en comprender que estar informado siempre es preferible a desconocer, sobre todo en materias tan delicadas como son estas del bien y del mal, en las que uno se arriesga, sin darse cuenta, a la condenación eterna en un infierno que entonces todavía estaba por inventar. En segundo lugar, clama a los cielos la imprevisión del señor, ya que, si realmente no quería que le comiesen del tal fruto, fácil remedio tendría la cosa, habría bastado con no plantar el árbol, o con haberlo puesto en otro sitio, o con rodearlo de una cerca de alambre de espino.

[…]

En la revelación que Saramago tal vez tuvo y donde el Creador le habló en forma de un Ocotal ardiente (porque en Portugal no encontró zarzas adecuadas en cuanto a la flamabilidad duradera) le sería informado acerca del concepto complejísimo del libre albedrío, en primera instancia Saramago cuestionó a Dios-Ocotal ardiente, acerca de por qué le permitía a los hombres imperfectos y llenos de deseos y ambiciones tomar decisiones, ¿no era más fácil acaso manejarlos como marionetas? Nadie tendría queja, ni Dios mismo podría enojarse contra su creación más importante, no hubiera requerido un diluvio ni poner a prueba la fe de Abraham, ni castigar a los judíos con hambre en el desierto o a los egipcios con esas horribles plagas, tampoco se necesitaría el sacramento de la confesión, los seres humanos hijos de Adán y Eva no tendrían miedo del infierno, es más, no se requeriría el infierno, nadie iría ahí, el cielo estaría repleto, el infierno en quiebra y siendo derribado por desuso.

Dios ha hecho esfuerzos enormes y desgastantes, como por ejemplo ver morir a su único hijo bajo una espantosa tortura, con tal de que los hombres decidamos ser buenos. Bien, pues justo con ese ejemplo Saramago interpeló al Señor, le dijo que si no sería mejor no darle libertad al hombre y así su hijo Jesús no hubiera sido torturado por esos romanos malvados y el pobre de Noé no hubiera tenido que construir un barco tremendamente grande para guarecer a una pareja de animales de cada especie y con ello no hubiera puesto en semejante peligro la evolución de la vida en el planeta, es como si el Señor no supiera que con poca variabilidad genética las especies tienden a la extinción. Pero no, por culpa del libre albedrío se guarecieron solo una pareja de cada tipo de animal y, por cierto, la Sagrada Biblia no aclara qué pasó con las plantas, porque semejante diluvio seguro pudrió las raíces de todas ellas, pero bueno, Saramago le preguntó a Dios respecto de las plantas en el diluvio en otra revelación en una ocasión que fue de día de campo a un lago y este se partió en dos frente a sus ojos.

Regresando a lo que ocurrió en aquel encuentro de Dios-Ocotal ardiente con José Saramago, el escritor portugués proseguía con su crítica hacia el libre albedrio. Le decía al Señor que el hombre es muy malo tomando decisiones, siempre se equivoca y se escuda bajo el concepto de la perfectibilidad, entonces, si no tuviera que tomar decisiones, sería ya perfecto porque obedecería a Dios absolutamente. Entonces el Señor interrumpió la continuidad del discurso de Pepe Saramago porque le parecía que ya era demasiado entrometido en las decisiones divinas y con voz severa, ronca, estridente y altiva (tanto que resonó en toda aquella montaña y produjo un eco) el Señor le dijo al escritor que si los hombres fueran perfectos serían dioses, y en este universo solo puede haber un dios o de lo contrario dejaría de ser Dios. De manera que era menesteroso que los hombres se equivocaran, desobedecieran e infringieran las leyes divinas para que la unicidad de Dios permaneciera intacta. Saramago le repuso: pues entonces para qué les castigas cuando infringen tu voluntad si tu voluntad es que la infrinjan. Dios comenzaba a desesperarse, se escuchaba en aquella montaña la respiración profunda de la divinidad en un aliento agobiado y tras aclarar la voz le dijo al escritor: necesito el punto medio, desobediencia y castigo, desobediencia que no les permita llegar a ser dioses y castigo para que la tal desobediencia no se salga de control. Y, qué hay de aquellos que consagran su vida a ti y llevan su modus vivendi y su modus operandi casi de manera perfecta apegándose a tus divinas enseñanzas, me refiero a los ascetas, los profetas, los clérigos, los religiosos que no dan un paso sin consultar contigo en oración profunda acerca de qué tan bueno o malo sería dar ese paso. Ellos qué, ellos se salen de tu punto medio –Cuestionó el portugués. Y el Todo poderoso omnipotente como siempre, subrayó: ¡Ellos son los peores! ¡Quisiera castigarlos por pretender ser buenos y generosos, y por no experimentar la envidia, ambición, celos, deseos y demás vicios del resto de los hombres! Pero no puedo, porque siguen mi doctrina, son obedientes, son buenos y carecen de ambición. Entonces, cómo castigarlos, imposible.

El escritor guardó silencio y pensó que Dios también tenía sus propios problemas, sintió por un momento que estaba incomodando al Señor con sus preguntas más bien capciosas, se dio cuenta que la forma de pensar de Dios era contradictoria, que su punto medio no estaba bien definido, era como si en realidad el Todo poderoso no pudiera con todo.

Quiso seguir con sus interpelaciones, pero le daba pena incomodar al Señor, esperaba con ansias que las llamas del Ocotal ardiente se apagaran, pero pues era un Ocotal y esa madera arde por horas, entonces pensó que tal vez hubiera sido mejor una hierba ardiente y así ya se habría apagado. Pero era un Ocotal y ardería por mucho tiempo.

Hubo un silencio conventual y el Señor no parecía tener la voluntad de emitir la más mínima palabra. El Ocotal ardía y ardía y Saramago veía para todos lados. Después de varios minutos, Pepe recordó un pasaje bíblico con el que decidió romper el hielo.

¡Señor! Veamos, qué me dices de Abraham y su hijo. Por qué le pediste que lo matara esperando que lo hiciera para detenerlo. Tú sabias que lo iba a matar y que lo detendrías, tu creaste todo lo que existe incluso el tiempo, por lo tanto, sabes el futuro, sabías que Abraham iba a matarlo como sabías que Caín mataría a Abel y que Eva comería del dichoso árbol que tú les pusiste en medio del jardín. ¿Es acaso un juego? ¿Sabes lo que va a pasar y aun así pones pruebas para ver si pasa? ¿Es acaso tan aburrido ser Dios como para tener la necesidad de ponerse a jugar con los hombrecillos?

Está bien la parte de que es necesario que los hombres te desobedezcan y no sean perfectos, creo que ya me resulta clara: no puede haber más de un dios, está bien. Pero, en los pasajes bíblicos donde tú pones a prueba a los hombres, no le encuentro sentido. Por qué no dejarlos ser en su mundo de imperfecciones sin ponerles pruebas de las que ya conoces el resultado, es decir: los hombres poseen libre albedrío, pero tú ya sabes qué decidirán “está escrito” ya sabías que tu hijo moriría en la cruz, ya sabías que los egipcios perseguirían a los judíos hasta el mar Rojo, ya sabías que Job iba a sufrir, que Abraham iba a matar a su hijo, que Eva le daría de la manzana a Adán. Ya sabías todo, sabes todo, eres Dios. Para qué las pruebas.

Y Dios dijo: para que los hombres recuerden que solo son eso, hombres.

José Saramago, que, para ese momento ya llevaba horas sentado frente al Ocotal ardiente divino, se levantó con esfuerzos por la tumescencia de las piernas y estiró su cuerpo sujetando la mano izquierda con la derecha y empujándola lo más alto posible, dio un giro buscando con la mirada a algún animal y encontró de súbito una perdiz que pasaba asustada por la intensidad de la luz de las llamas.

El escritor portugués rápidamente le preguntó al Creador por qué no había hecho al hombre como al resto de los animales, que él veía los animales matando sin arrepentimiento, no veía ningún animal cuestionando a Dios, no veía animales exiliados del paraíso, los animales, aseguraba Saramago, no tenían moral, pudor, temor de Dios ni se sabía si obedecían o desobedecían, simplemente vivían y hacían lo que les daba la gana. Eran en muchos sentidos mucho más felices y perfectos que los hombres, pero no eran dioses, eran como una especie de mascotas de Dios.

¿No fue un error tuyo crear al hombre, darle inteligencia, voluntad, capacidad de soñar, ambición, libertad y después limitarlo ante tus órdenes? Para qué nos necesitas, qué rol jugamos en la creación.

Cada ser creado por mí, respondió con dulzura el Todo poderoso, posee características únicas, casi todas las aves vuelan, los peces pueden tomar el oxígeno del agua, los mamíferos no requieren asolarse para calentar su sangre, es decir, son diferentes y sus cualidades les dan y les quitan oportunidades. Tu especie, querido José, está muy limitada físicamente, sería muy difícil que sobrevivieran sin inteligencia, sin la capacidad para organizarse y resolver problemas, pero, esa inteligencia también conlleva la capacidad de soñar, la voluntad, la ambición, la necedad y lleva al individuo a sumergir la mente en un mar de dudas como las que ahora tú tienes.

[…]

Tú has sido quien lo ha matado, Sí, es verdad, yo fui el brazo ejecutor, pero la sentencia fue dictada por ti, La sangre que está ahí no la derramé yo, Caín podía haber elegido entre el bien y el mal, si eligió el mal pagará por eso, Tan ladrón es el que va a la viña como el que se queda vigilando al guarda, dijo Caín, Y esa sangre reclama venganza, insistió Dios, Si es así, te vengarás al mismo tiempo de una muerte real y de otra que no ha llegado a producirse, Explícate, No te va a gustar lo que vas a oír, Es muy sencillo, maté a Abel porque no podía matarte a ti, pero en mi intención estás muerto.

[…]

Creo que es más fácil para los hombres matar a Dios que para Dios quitarles la inteligencia, siguió el Señor con su disertación. Explícate, le solicitó Saramago. Es muy sencillo, dijo el Ocotal ardiente, si un hombre como tú vive agobiado por efecto de sus dudas respecto a las decisiones de la divinidad pues ¡Que me mate! ¡Que mate a Dios! Que lo sepulte en su memoria de largo plazo, que no le mencione, mucho menos lo venere, que no lo predique, que no le agradezca ni lo culpe, que lo deje en paz con todo y su creación errática e imperfecta, que mate a Dios y vuelva a las cosas de los hombres. En el séptimo día hijo, apuntó Dios con firmeza, no descansé, cree a los ateos, a los que me mataron y me dejaron en paz. Y ¿sabes? Es de la creación que más me alegro. Los religiosos y feligreses me molestan tanto con sus pequeñeces que, si supieran, como tú lo sabes, que así fueron hechos, con la intención de nunca poder resolver sus problemitas para que no alcance la perfección, dejarían de llamarme cada cinco minutos.

En ese sentido, continuó el Señor (porque una vez que el Señor se suelta hablando ya ni quien pueda callarlo), los ateos son los más parecidos a los animales y las plantas: viven y no cuestionan. Y como creador, que tu creación no te interrogue, no te solicite venia, no te culpe y no te moleste, es una verdadera bendición.

José Saramago es un hombre muy agudo de pensamiento y difícilmente lo engañan. Dijo a Dios: eso no responde a mi pregunta, gracias por tu vehemencia hacia los incrédulos y tus elogios hacia los libres pensadores, pero no has respondido mi pregunta, para qué retas a los hombres sabiendo el resultado del reto.

Pepe, como lo conocen los amigos lectores de obras como “El evangelio según Jesucristo”, “La caverna”, “Ensayo sobre la ceguera”, “Memorial del convento”, “Todos los nombres”, “Ensayo sobre la lucidez” entre otros, había leído la obra completita donde se narran las aventuras de los primeros hombres y sus encuentros con Dios, leyó sobre superhéroes como Moisés, Sansón, Juan el Bautista o sobre cobardes como Poncio Pilatos o Judas Iscariote. También había leído sobre los exilios judíos, las persecuciones policiacas del apóstol Pedro y el apóstol Pablo, sobre los milagros médicos y no newtonianos de Jesús, su muerte y tortura, las desgracias de Job, el machismo del Antiguo Testamento, es decir que Saramago se las sabía de todas, todas, en términos bíblicos, el problema vino cuando leyó ese Libro de Libros, igual que como se lee un cuento o una novela y no con el rigor de la fe ciega que exige el catecismo de la iglesia. Entonces buscaba esas explicaciones a acontecimientos tan raros como el que Adán y Eva tuvieran ombligo y se lamentó mucho por las peripecias de los errantes en el desierto y pensaba por qué Dios no les daba una manita, más aún sabiendo lo que les esperaba siglos después en la segunda guerra mundial. Si ser el pueblo elegido por Dios implica nunca poder tener patria, ser perseguido y aniquilado por odio racial, pues mejor no ser elegido por nadie. Pero bueno, esas ya son cosas de la divinidad y uno no debe meterse.

De repente a Saramago se le ocurrió algo: a uno de los más odiados personajes bíblicos, pero también uno de los más célebres, Caín, tomarlo del brazo y llevarlo a recorrer los pasajes bíblicos con sátira y humor, pero también con reflexiones racionales, se me asemeja un poco a los fantasmas de las navidades pasada, presente y futura de Dickens en el “Cuento de navidad”. Y entonces este asesino fratricida que engulló la mandíbula del burro y mató a su hermano Abel, pues después de ver tanta tropelía en el ir y venir de la Biblia ya no se sentía tan mal, además había hecho un pacto con el Creador y pues ahí andaba con su marca en la frente, pero vivo y paseando.

[…]

Caín no sabe dónde se encuentra, no consigue distinguir si el jumento lo está llevando por una de las tantas vías del pasado o por algún estrecho sendero del futuro, o si, simplemente, va marchando por otro presente cualquiera que todavía no le ha sido dado a conocer. Mira el suelo seco, los cardos espinosos, las escasas hierbas requemadas por el sol, pero suelo seco, cardos y hierbas calcinadas es lo que más abunda por estos inhóspitos parajes. Caminos a la vista, en absoluto, desde aquí se podría llegar a todas partes o a ningún lado, como destinos que se renuevan o que tal vez hayan decidido esperar mejor ocasión para manifestarse. El jumento pisa firme, parece que él sí sabe hacia dónde se dirige, como si siguiese un rastro, ese siempre confuso ir y venir de marcas de sandalias, cascos o pies descalzos que es necesario observar con atención no vaya a ser que vuelva atrás aquel que pretende avanzar, sin desvíos, directo hasta la estrella polar. Caín, que en el pasado, aparte de incipiente agricultor, fue pisador de barro, es ahora un diligente rastreador que, incluso cuando se muestra indeciso, intenta no perder las huellas de quienes por aquí pasaron antes, hubiesen o no encontrado un lugar donde detenerse y allí decirse a sí mismos, He llegado

[…]

Esta obra, a la que me refiero en esta ocasión, así llamada “Caín”, es, seguramente el resultado de ese encuentro del escritor con Dios – Ocotal ardiente. No estamos del todo seguros de tal encuentro, pero Saramago tampoco estaba seguro de los diálogos ampliados de la biblia a los que él hizo referencia y de todos modos lo publicaron, así que no nos preocupemos por la veracidad de nuestras y sus líneas, sólo nos sirvan (ambas, las de él y éstas) para repensar un poco sobre la fe y la razón, que, como ya dijimos, no deben enfrentarse con rivalidad y encarnando batallas. Si Dios respeta a los ateos, por qué nosotros no.

El Señor titubeaba, las llamas del Ocotal ardiente se mecían en un vaivén al ritmo del frenesí de frustración que el Todo poderoso sentía ante las insistentes preguntas del escritor portugués. No le satisfacían las respuestas de Dios a Saramago y hasta llegó un punto en que el Señor, con todo su poder y omnipresencia, quiso echar de un soplido al escritor y tirarlo por la borda del sendero de aquella elevación orográfica, pero se hubiera visto muy malo e inmisericorde, así como se vio con Job o con Noé (mira que ponerlo a construir tremendo barco no representa mucha compasión que digamos), y el Señor no quería que en el futuro llegara otro Saramago a preguntarle por qué había tirado por la ladera al escritor y se iba a enfrascar en un rol de cuestionamientos como si fuera político en comparecencia, así que mejor no lo arrojó de la montaña y lo dejó terminar la pregunta.

Saramago le cuestionaba del reto a los hombres, la Biblia está plagado de estos ejercicios de vana gloria donde el Creador pone a prueba a los seres humanos como para demostrar su poder o la fe que le deben tener. Hasta a su hijo se la hizo igualita: Jesús, que ya estaba más humanizado después de vivir treinta y tres años en la Tierra, le dijo a Dios: oye Padre si hay posibilidades aparta de mi este cáliz (se refería a la golpiza y subsecuente crucifixión) y pues nada, que Dios no le aparto nada que porque así ya todos nos íbamos a salvar con la muerte horrenda del Mesías, pero da la casualidad de que de todas maneras nos debemos bautizar, no pecar, ir a la iglesia, etc, etc, para salvarnos, entonces como para qué la pasión de Cristo, si le pudo apartar ese cáliz al Redentor, pero no lo hizo.

Dios sabía (porque conoce el futuro) que Saramago le iba a echar en cara aquello de que no le apartó el cáliz a Jesús y pensó: ahora cómo le hago para que este incrédulo hombre de poca fe no llegue a ese punto, porque la verdad él sabía que la muerte de Jesús no era del todo necesaria y al final acabó beneficiando al emperador Constantino quien usó el nombre de Jesús para fundar una iglesia multimillonaria, pero bueno, eso ya es consecuencia del libre albedrío del que Dios ya había hablado con José (Saramago, no confundir con el José papá terrenal de Jesús). Al final Dios decidió pedirle al escritor que reflexionara sobre una cosa muy importante: No todas las preguntas tienen respuesta y si algunas las tienen, no todas las personas las pueden entender, y si todos las pueden entender, no todas las personas las quieren entender, y si hay alguien que las pueda y quiera entender, ese alguien se vuelve ateo y deja de cuestionar a Dios porque deja de creer en él y, entonces, José Saramago se volvió ateo y bajo de la montaña y se dirigió a su estudio y escribió “Caín” libro memorable lleno de sátiras y profundas reflexiones.

[…]

El día en que alguien te colocara ante tu verdadero rostro tenía que llegar, Entonces la nueva humanidad que yo había anunciado, Hubo una, no habrá otra y nadie la echará de menos, Caín, eres el malvado, el infame asesino de su propio hermano, No tan malvado e infame como tú, acuérdate de los niños de Sodoma. Hubo un gran silencio. Después Caín dijo, Ahora ya puedes matarme, No puedo, la palabra de dios no tiene vuelta atrás, morirás de muerte natural en la tierra abandonado y las aves de rapiña vendrán y te devorarán la carne, Sí, después de que tú me hayas devorado primero el espíritu. La respuesta de Dios no llegó a ser oída, también se perdió lo que dijo Caín, lo lógico es que hayan argumentado el uno contra el otro una vez y muchas más, aunque la única cosa que se sabe a ciencia cierta es que siguieron discutiendo y que discutiendo están todavía.

La historia ha acabado, no habrá nada más que contar

[…]

 

 

 

 

 

 

 

 

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