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Tiempo de Lectura – Friducha, como decía Diego

Fotografía: Polluqui: de la tierra para el alma

Autora: Yasmín Romo Velasco

Foto tomada en los sembradíos de agave de la Hacienda Xochuca, en el Gran Altiplano Mexicano

 

FRIDUCHA, COMO DECIA DIEGO

Eduardo Pineda Villanueva

Ciudadano del mundo – México

 ep293868@gmail.com 

 

 […]

“Yo solía pensar que era la persona más extraña en el mundo, pero luego pensé, hay mucha gente así en el mundo, tiene que haber alguien como yo, que se sienta bizarra y dañada de la misma forma en que yo me siento. Me la imagino e imagino que ella también debe estar por ahí pensando en mí. Bueno, yo espero que si tú estás por ahí y lees esto sepas que, sí, es verdad, yo estoy aquí, soy tan extraña como tú”.

[…]

Hija, tal vez primogénita de la revolución mexicana. Hermana, seguramente de los herederos de las migraciones culturales de Europa a América. Madre, de todos los pintores latinos que le sucedieron en el tiempo y en el espacio. Amiga, de todas las desgracias que una mujer pueda experimentar. Maestra, de sí misma, porque para saber sobrevivir a la debacle emocional y física se requiere a una guía dentro de la misma piel. Profeta, de las décadas venideras, del comunismo olvidado en una botella de tequila, de las corrientes culturales perseguidas, del país olvidado, roto, gris, sombrío, estático, frío, doliente, lloroso, hundido, lejano, desconocido para el mundo, dador de trabajadores barateros, de explotados silenciosos, de pobres habituados a su miseria, de obedientes, adoctrinados, taciturnos, cansados. Sacerdotisa, de las conversiones del dolor en creatividad, de las confesiones de los pecados veniales puestos en un lienzo, de los bautizos de los rebeldes, de los matrimonios indecisos, de la unción de los que están a punto de morir sin haber alcanzado la absolución, de los confirmados en la fe que provee la duda, de los consagrados que solo entienden el camino al paraíso como el verdadero paraíso.

Ella es Frida Kahlo, la mujer que llora óleo sobre tela, la pintora que no acudió a pintar sus sueños a pesar de haber conocido a André Bretón, en cambio pintó su realidad, más fantástica por increíble y más cruel por verdadera.

[…]

Sr. mío Don Diego:

Escribo esto desde el cuarto de un hospital y en la antesala del quirófano. Intentan apresurarme, pero yo estoy resuelta a terminar esta carta, no quiero dejar nada a medias y menos ahora que sé lo que planean, quieren herirme el orgullo cortándome una pata… Cuando me dijeron que habrían de amputarme la pierna no me afectó como todos creían, NO, yo ya era una mujer incompleta cuando le perdí, otra vez, por enésima vez quizás y aun así sobreviví.

No pretendo causarte lástima, a ti ni a nadie, tampoco quiero que te sientas culpable de nada, te escribo para decirte que te libero de mí, vamos, te «amputo» de mí, sé feliz y no me busques jamás.

[…]

Y escribió su realidad, en una práctica poética y epistolar, Frida Kahlo dejó un legado de cartas, en su mayoría escritas a Diego Rivera, y de poemas, dirigidos primordialmente a él también; el amor y desamor conviven en sus líneas como ella con Diego: amalgamados y distantes, unidos por un enlace roto y marchito.

Friducha, como decía Rivera, nació en 1907, fue la segunda de tres hermanas y heredó de su padre, el fotógrafo W. Kahlo, un refinado gusto por la luz y los colores, él había llegado de Alemania años atrás y había trabajado cercano al General Porfirio Díaz en la documentación de los episodios presidenciales con la lente de su cámara. Frida ayudó en varias ocasiones a su padre a componer bodegones de frutas sobre una mesa con la iluminación pertinente para resaltar las cáscaras coloridas y las formas caprichosas de la naturaleza. Desde muy joven pintaba y pese a sus problemas motrices derivados de la poliomielitis que sufrió en la infancia, ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria donde conoció al connotado pintor Diego Rivera, quien se convertiría en un amor tormentoso para la pintora coyoacanense.

Diego Rivera es considerado el más importante de los muralistas mexicanos y uno de los artistas más reconocidos de nuestro continente, las paredes de Palacio Nacional, del Antiguo Colegio de San Ildefonso, del Palacio de Bellas Artes, entre muchos otros edificios históricos del país, se encuentran bellamente ilustrados por los trazos fuertes y demandantes de Rivera. Por otro lado, Diego tuvo una fortísima influencia política en el país, abanderó el Partido Comunista Mexicano, influyó en el gobierno del General Lázaro Cárdenas y plasmó la historia de México en su obra pictórica, así como sus fuertes convicciones socialistas.

Él fue también conocido por su inestabilidad conyugal, tuvo amoríos con múltiples mujeres, y durante los lapsos de tiempo que vivió en pareja con Frida Kahlo mantuvo encuentros con ellas, incluso con la hermana de Frida, esto le causó un profundo sufrimiento a la pintora y la relación Kahlo-Rivera se vió entorpecida todo el tiempo por el desamor y la infidelidad. La pinacoteca de Kahlo y sus escritos revelan con énfasis el sufrimiento emocional de la artista y por supuesto también el sufrimiento físico. El 17 de septiembre de 1925, el autobús en el que Frida viajaba fue arrollado por un tranvía y destruido completamente, Frida a sus 18 años de edad quedó postrada, con fracturas en varios huesos, y lesiones que le marcarían de por vida. Fue entonces que buscó desahogo en la pintura y la escritura.

El amor que sentía por Diego a pesar de su infidelidad le inspiró a escribir con un estilo único, sus cartas y poemas no fueron publicados de inmediato e incluso hasta hace poco tiempo fueron recuperados otros dibujos y escritos de Kahlo que se atesoraban en uno de los baños de la llamada Casa Azul, lugar que a petición de Diego Rivera había sido cerrado por tiempo indefinido.

[…]

Nada comparable a tus manos,
ni nada igual al oro-verde de tus ojos.
Mi cuerpo se llena de ti por días y días.

Eres el espejo de la noche.
La luz violeta del relámpago.
La humedad de la Tierra.
El hueco de tus axilas es mi refugio.

Toda mi alegría es sentir
brotar la vida de tu fuente-flor
que la mía guarda para llenar
todos los caminos de mis nervios que son los tuyos,
tus ojos, espadas verdes dentro de mi carne,
ondas entre nuestras manos.
Solo tú en el espacio lleno de sonidos.

En la sombra y en la luz;
tú te llamarás auxocromo, el que capta el color.
Yo cromóforo, la que da el color.

Tú eres todas las combinaciones de números. La vida.

Mi deseo es entender la línea, la forma, el movimiento.
Tú llenas y yo recibo.

Tu palabra recorre todo el espacio y llega
a mis células que son mis astros y va
a las tuyas que son mi luz

[…]

La Casa Azul, ubicada en la Calle Londres de Coyoacán, Ciudad de México, fue habitada por la familia de Frida desde que su padre llegó de Alemania y se casó con la mamá de Frida Doña Matilde Calderón y González. Cuando Kahlo se unió a Diego Rivera, su padre William había contraído muchas deudas económicas derivadas del accidente y fue Diego quien en la década de los 30s aportó el dinero para recuperar la hipoteca de la casa. Tras la muerte de los padres de la pintora la pareja de artistas habitó ahí hasta la muerte de Frida Kahlo el 13 de Julio de 1954.

La Casa Azul muestra un hermoso colorido, los jardines construidos por Diego en la ampliación que se hizo de la casa cuando recibieron al revolucionario soviético León Trotsky, están bellamente adornados con motivos prehispánicos, y sirvieron también como espacio para los perros xolotl izcuintli y los monos que la pareja adoraba. Diego también construyó el estudio de Frida “volado” sobre el jardín y pusieron especial cuidado en la ornamentación de la cocina y el comedor, siempre con diseños del México antiguo, exhibiendo utensilios de cocina de barro, fogones, morteros, jarros y floreros que enmarcaron los extraordinarios banquetes que en la casa Frida y Diego ofrecían a personalidades como: André Breton, Tina Modotti, Carlos Pellicer, José Clemente Orozco, Edward Weston, León Trotsky, Juan O´Gorman, Isamu Noguchi, Nickolas Muray, el Dr. Atl, Sergei Eisenstein, Carmen Mondragón, Arcady Boytler, Gisèle Freund, Rosa y Miguel Covarrubias, Aurora Reyes, Isabel Villaseñor entre otros.

La Casa de Londres 247 del Carmen Coyoacán fue el lugar donde Frida escribió y pintó; su recamara de día muestra sus caballetes y óleos, pinceles y corsés que mantenían su alma y columna vertebral, respectivamente, alineados. La recamara de noche exhibe una cama posteada muy tradicional de la época, al observarla con detenimiento se puede apreciar lo que Frida vivió y soñó ahí: lágrimas, sangre, desamor, dolor, esperanza, frustración, anhelo, resignación, odio y amor. La cama de Frida Kahlo es un receptáculo y muestrario de las emociones más hondas del ser humano. Carlos Pellicer, uno de los más cercanos amigos de la pareja, en Noviembre de 1955 describió con su único y hermoso toque de poeta la casa: “Pintada de azul, por fuera y por dentro, parece alojar un poco de cielo. Es la casa típica de la tranquilidad pueblerina donde la buena mesa y el buen sueño le dan a uno la energía suficiente para vivir sin mayores sobresaltos y pacíficamente morir”.

Pero lastimada y sola, Frida estuvo muy lejos de vivir y morir en paz.

[…]

Recuerda que siempre te amaré
aunque no estés a mi lado.
Yo en mi soledad te digo,
amar no es pecado a Dios.

Amor aún te digo si quieres regresa,
que siempre te estaré esperando.

Tu ausencia me mata,
haces de tu recuerdo una virtud.

Tu eres el Dios inexistente
cada que tu imagen se me revela.

Le pregunto a mi corazón porque tú y no algún otro.
Suyo del alma mía.

[…]

El estudio de Frida Kahlo posee un aroma intenso a óleo seco y viejo, al aceite de linaza que lloraba escurriendo por su paleta de colores, olor a aguarrás y carboncillo, a la madera húmeda y renegrida de los pinceles, al marco apolillado de los bastidores inconclusos, a la ropa, a los medicamentos que tomaba y huele también al mañana que nunca le llegó a Frida.

Su legado está plasmado en su obra autobiográfica, en las paredes de la Casa Azul que hoy son galería, en museos y en la memoria de los que hemos disfrutado, a centímetros de distancia, de los colores, la luz y la sombra de cromofora; la que da el color. Y de quienes hemos leído la poesía cargada de una autenticidad mexicana y amor y dolor en cada letra y cada signo de puntuación.

Kahlo también escribió para sí misma, se decía merecedora de un amor genuino, incondicional y eterno, que, si bien pudo encontrar en Rivera, fue opacado por sus desencuentros.

[…]

Mereces un amor que te quiera despeinada,
incluso con las razones que te levantan de prisa
y con todo y los demonios que no te dejan dormir.

Mereces un amor que te haga sentir segura,
que pueda comerse al mundo si camina de tu mano,
que sienta que tus abrazos van perfectos con su piel.

Mereces un amor que quiera bailar contigo,
que visite el paraíso cada vez que ve tus ojos
y que no se aburra nunca de leer tus expresiones.

Mereces un amor que te escuche cuando cantas,
que te apoye en tus ridículos,
que respete que eres libre,
que te acompañe en tu vuelo,
que no le asuste caer.

Mereces un amor que se lleve las mentiras,
que te traiga la ilusión,
el café
y la poesía.

[…]

Frida es símbolo de un nacionalismo que se esfumó cuando nos invadió la tecnocracia, cuando los ideales socialistas quedaron rebasados por aspiraciones imperialistas yanquis. Es también símbolo del arte mexicano, del trazo tosco, de la luz intensa, de los colores vivos, de esos carmesís que parecen sangre y esos azules que parecen cielo, de esas mezclas cromáticas que se meten por los ojos y se sudan por la piel. Frida pintó un cuerpo flechado, un útero abortando, una piel claveteada, una mirada fija, un triste recuerdo de las memorias perdidas, Kahlo pintó lo que pretendía que fuera eterno: el dolor y la belleza, porque ambos la motivaban. Frida autorretrató su alma, escribió sus más profundos odios y deseos, se amputó de Diego y se casó con México. Y hoy, desde la tierra, sigue pariendo pintores, artistas y poetas.

 

 

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