Tiempo de Lectura: El fructífero encuentro entre una sombrilla y una máquina de coser sobre una mesa de disección Archivo - Archive Ciencias y Comunicación - Science and Communication Número 11 - Marzo 2021 24 de marzo de 2021 Reflejo – Yasmín Romo Velasco – Capturada en Apulco – Puebla – Año: 2019 Eduardo Pineda Villanueva – Ciudadano del mundo – México ep293868@gmail.com Éste, era un hombre barbado, con mirada taciturna, de más de ochenta años evidentemente, que permaneció dormido durante gran parte de su vida o de su muerte y que al despertar murió o vivió (depende cómo se le quiera ver). Era un hombre al que se le notaban poco las pupilas entre las arrugas que rodean sus ojos, eran unas pupilas claras, azules grisáceas y con forma felina, miraba siempre de frente aún con los ojos cerrados, veía a todos en tonos anaranjados tras sus gruesos párpados de anciano; no distinguía sus formas pero si sus sombras, el suyo era un mundo de sombras naranjas y muchos olores diferentes. Su barba era negligente, mal formada pero larga y gris, cada cabello de su rostro era del grueso de una cuerda de guitarra y a menudo los tensaba hacia abajo para hacer música arpegiando sus canas faciales. Pocos podían apreciar su música, decían que era disonante y que ese instrumento nunca estaba bien afinado, era más bien polvo que otra cosa lo que veían salir de su barba y no en realidad notas musicales. Además, decían, estaba dormido y no podía tocar música en estados oníricos, la gente sólo opinaba por oídas de lo que otros decían del anciano, y esos otros opinaban de acuerdo a lo que decía un brujo que había tratado la narcolepsia del hombre después de muchos intentos de la medicina alopática por despertarlo. El viejo también soñaba en ocho idiomas, que, cuando los multiplicaba por ese mismo número de idiomas pero en sus costumbrismos, le resultaban sesenta y cuatro lenguas que él podía mezclar de forma tan variada como las partidas de ajedrez. Por cierto, de Jorge Luis Borges: AJEDREZ […] I En su grave rincón, los jugadores rigen las lentas piezas. El tablero los demora hasta el alba en su severo ámbito en que se odian dos colores. Adentro irradian mágicos rigores las formas: torre homérica, ligero caballo, armada reina, rey postrero, oblicuo alfil y peones agresores. Cuando los jugadores se hayan ido, cuando el tiempo los haya consumido, ciertamente no habrá cesado el rito. En el Oriente se encendió esta guerra cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra. Como el otro, este juego es infinito. II Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada reina, torre directa y peón ladino sobre lo negro y blanco del camino buscan y libran su batalla armada. No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada. También el jugador es prisionero (la sentencia es de Omar) de otro tablero de negras noches y de blancos días. Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía? […] El viejo había estado durmiendo ante los ojos del mundo, y aun así muchos jóvenes se le acercaban para aprender de él, decían que el hombre era fuente de sabiduría y que de él brotaría una corriente cultural que permearía a todas las expresiones artísticas presentes y futuras de la humanidad. Cada cierto tiempo alguien con un poco de temor se le acercaba al pecho para verificar si seguía con vida y, aunque muchas veces ya no se escuchaba su corazón, al poco rato volvía a latir con fuerza. El hombre moría y resucitaba varias veces al día hasta que una vez por fin despertó y nadie sabe si en ese momento murió o comenzó a vivir. De hecho se preguntaban si las personas que lo contemplaban impávido y tranquilo en su lecho eran parte de su sueño o no. El hombre de ojos grisáceos azulados hacía pensar a las multitudes que hay un área confusa entre el sueño y la vigilia, nadie sabe bien a bien si duerme o se mantiene despierto. Y es que hay tantos sueños que parecen realidad y, en ocasiones, la realidad es tan extraña que pareciera ser un sueño en estado de agregación más sólido. Es decir: es como si el sueño fuera una realidad evaporada o la realidad fuera un sueño condensado. Como si el tiempo fuera la arena de un reloj y no aquello medido por la precipitación constante de la arena. ¿Habrá tiempo sin reloj que lo mida? Por cierto de André Bretón: HABRÁ […] De dónde llega ese ruido de fuente Sin embargo la llave no se quedó en la puerta Qué hacer para desplazar estas enormes piedras Ese día temblaré por perder un rastro En uno de los enredados barrios de Lyon Fue una bocanada de menta cuando iba a cumplir veinte años Ante mí la senda hipnótica con una mujer sombríamente dichosa Por otra parte los hábitos van a cambiar mucho La gran prohibición será levantada Una libélula correrán para oírme en 1950 En esta encrucijada El vértigo es lo más hermoso que he conocido Y cada 25 de mayo al terminar la tarde el viejo Delescluze Con augusta máscara desciende hacia el Château-d’Eau Se diría que barajan unas cartas de espejos entre la sombra. […] El eterno somnoliento de ojos felinos movía la mano con regularidad en un vaivén circular de la muñeca derecha. Alguien, solo para ver qué pasaba, le acercó un palillo manchado de tinta y lo puso entre su índice y pulgar y dispuso una hoja hecha de algodón en blanco bajo el bolígrafo improvisado; el hombre escribió sinsentidos durante horas y tras llenar todas las hojas de las que se disponían, ese alguien emparejó sus cantos para formar algo parecido a un librillo. Otro anciano que fumaba un puro tras otro y se decía psicoanalista escudriñó los textos y repuso que el anciano estaba expresando sus más profundos pensamientos y emociones, le llamó subconsciente, es su “otro yo”, afirmaba. Y en un momento, tras una escritura de libre asociación el anciano expresó su “otro yo” sobre su “yo” habitual. Y así fue como nació el surrealismo: corriente artística y estética que transgrede los cánones establecidos, se sobrepone a la razón porque no la necesita, deviene de la imaginación y los ensueños porque va allá de la realidad posible, hace posible una realidad mundanamente imposible, el surrealista es el más libre de los arquitectos porque construye sin un plano, vive sin instructivos, no sabe si duerme o se mantiene despierto. El surrealismo es más que una corriente artística, es un estilo de vida. Asume que los instructivos fueron impuestos por aquellos que pretenden que este mundo sea ordenado y predecible y que las verdades fueron dichas por mentirosos. El surrealista no se conforma, no le basta la realidad tangible, no se contenta con un mundo limitado y acotado, quiere un universo en expansión, quiere violar la física clásica, quiere habitar el sinsentido y pugna por no encontrarle sentido nunca más. Al surrealista le llaman “loco”, le denominan “soñador”, lo califican como un “improvisado”, no lo entienden y… ¡qué bueno! Porque si lo entendieran dejaría de ser surrealista, si se comprendiera pertenecería a otro género mucho más humano y mucho menos divino. El hombre siguió durmiendo, nada lo hacía despertar y de vez en vez alguien le acercaba tinta y hojas de algodón y sus textos se encuadernaron y se eternizaron bajo nombres como: Louis Aragón, André Bretón, Philippe Soupault, Braulio Arenas, César Moro, Octavio Paz, Xavier Abril, Alejo Carpentier, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Federico García Lorca. Por cierto, de éste último: CIUDAD SIN SUEÑO […] No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros. No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Hay un muerto en el cementerio más lejano que se queja tres años porque tiene un paisaje seco en la rodilla; y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase. No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas. Pero no hay olvido, ni sueño: carne viva. Los besos atan las bocas en una maraña de venas recientes y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros. Un día los caballos vivirán en las tabernas y las hormigas furiosas atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas. […] De entre las hojas de algodón que el anciano rayoneó con sus pulsares de tinta se entre leía una historia acerca de un caracol que se enamoró de su reflejo en el agua, cada mañana con suficiente luz solar el molusco se acercaba a un charco donde observaba su propio reflejo, él pensaba que su reflejo era otro caracol y estiraba todo su cuerpo fuera de su caparazón enroscado para intentar tocar los ojos de su amor imposible, el caracol no se guiaba por ningún otro sentido más que por una vista empobrecida, distinguía solo sombras naranjas y esa era una sombra igual a él, era otro cuerpo estirado queriendo llegar a él, otro caparazón enroscado en el agua, era un hallazgo único porque siempre estaba ahí a la misma hora que él queriendo llegar a él. Eran el uno para el otro pero cuando se alejaba él, su reflejo también, a la misma velocidad pero en sentido contrario. Por eso un día el caracol se quedó ahí, con su reflejo tan cerca como fue posible, con su cuerpo totalmente estirado, con sus ojos bien abiertos para contemplar su reflejo que él pensaba era otro caracol enamorado. Los días pasaron y por inanición el caracol murió y su cuerpo se desprendió de la roca y cayó al agua fundiendo su cuerpo con su reflejo, por fin ya juntos, por fin tocó su boca en aquella charca de amor imposible. Y por cierto, de Julio Cortázar: TOCO TU BOCA […] Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua. […] El hombre que dormía permaneció entre los dos estados de lucidez y de sueño profundo desde la década de los años veinte del siglo pasado y aún está ahí, en la cueva de la mente de los artistas surrealistas, en la pintura de Salvador Dalí, en la filmografía de Luis Buñuel, el anciano es “Un perro andaluz”, un “Cristo cósmico” y un “Ángel exterminador”, es un par de tigres en un “Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar”, en una constante “Subida al cielo”. O tal vez sea más fácil y claro decir que el surrealismo de André Bretón y sus predecesores es “El fructífero encuentro entre una sombrilla y una máquina de coser sobre una mesa de disección”.