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Animales Poéticos por Jorge Hadandoniu

Artículo e ilustración del Autor

 

Jorge Enrique Hadandoniu Oviedo (JEHO) Profesor de castellano y literatura.

Poeta. Escritor. Docente.

Villa Mercedes, San Luis-  ejeho2012@hotmail.com

 

“Si el hombre es un animal poético, un poema inconcluso, cada individuo está desplegando,

a través de su existencia, el poema de su identidad.”

Rolando Toro[1]

 

El hombre se abocó a las rutinas cotidianas con paciencia y cierto grado de precisión. Abrió la alacena inferior y extrajo los tres frascos de hierbas medicinales. Los destapó con rapidez y fue depositando las medidas aproximadas en el pequeño jarro blanco con letras rojas.

La mujer se desprendió de las sábanas que esculpían sus curvas y -soñolienta aún- se levantó con obvio destino al baño. Orinó automáticamente y de igual modo se higienizó y lavó manos y cara. El espejo le devolvió algún bostezo y unas ligeras ojeras que exaltaban el iris verde en lugar de apagarlo.

Todo era silencio. La palabra escondida tanto en el hombre como en la mujer, confirmaba el secular axioma de que “la palabra sólo la tienen los muertos”, en nuestras sociedades del engaño sistémico[2].

La mujer decidió caminar descalza, como si bailara sin ruido sobre las nubes y fue abriendo puertas y desenrollando cortinas para darle la bienvenida al Sol y disipar las últimas nubes de sus sueños, hasta que no quedaran rastros de ellos.

El hombre encendió la vela y acercó el trozo de palo santo para encenderlo, así fluía su humo perfumado y gratificante sobre muebles, libros y -probablemente- algún resto de comida que las hormigas habían respetado en virtud del frío reinante.

Ahora el silencio era interrumpido por el paso cansino de algún camión, el trueno incontinente de algunas motos y pájaros, pájaros que regresaban de sus despertares campestres con oxígeno pleno y cielo sereno.

Los sueños del hombre se despertaban para buscar sus atributos en la realidad áspera. Reconocieron algunos lugares, pero la novedad o el misterio les salieron al paso persistentes y cargados de intriga o motivaciones.

Aquellos leves pasos de la mujer se hicieron sólidos y mejor direccionados, desperezando los rincones y evitando pensar en compromisos próximos o distantes. El sol ya nos contemplaba inmutable y prometiendo sus calores sofocantes.

La ternura se escondió, a resguardo de gruñidos y exaltaciones. Consideró seriamente la posibilidad de evitar cualquier visita o trayecto inhóspito. Las noticias del entorno acosaban con desilusiones.

Era hora ya de que la mujer se decidiera por preparar la comida o salir de compras, aunque el calor amenazaba con derretir sus intenciones. Se despojó, entonces, de preocupaciones y aceptó las condiciones que impusiera la agenda.

Agenda propia pretendía el hombre, aunque sabía que la impuesta era pesada y sustentada por el Poder real y sus acólitos que crecían al ritmo de pandemias y reaperturas, con o sin restricciones y protocolos, en medio de las incertidumbres del día.

La paciencia se revolcó con displicencia en sus propios aposentos, convencida de que envejecería antes de claudicar, pero las estadísticas en boga le confirmaban una extensa vida hasta que la comprensión sembrara los campos sociales y personales.

Ya la mujer había renunciado a salir y encendió el calefón que la bañaría y duraría para lavar la vajilla numerosa del almuerzo que sería definido en los próximos minutos. Lejos, los libros de su agrado para disfrutar al rescoldo de compañías saludables.

Ya era hora de que el hombre recuperara libros y escrituras para que el olvido fuera vencido, por sobre la desesperanza y el algoritmo oficioso que elegía con tendenciosa premura la tranquilidad de los aplausos y buena onda de la mediocridad vigente.

Entonces, el silencio atronó y se fue ahondando en sus cavilaciones. Decidió escabullirse por calles ruidosas y árboles insolentes, entre motores descontrolados y perros lánguidos. Quizá por eso, lo andan buscando.

¿Y el hombre? ¿Y la mujer?

Salieron de las agendas oficiales y se resguardaron obedeciendo los mandatos de cuidados, al arrullo de lluvias sorpresivas, calores persistentes y algunos movimientos telúricos de cierta magnitud. Siguieron escribiendo los poemas de sus vidas. Como todos. O más o menos…

 

Villa Mercedes, San Luis.

30 y 31 de enero de 2021

 

[1] “La existencia como una embriología poética.” en MUTANTIA internacional. N°14, unió 1983, Bs.As. Argentina.

[2] Estamos viviendo bajo una tiranía de la falsedad que se afirma en el poder y establece un control más total sobre los hombres a medida que estos se autoconvencen de que están resistiendo el error. Nuestra sumisión a las mentiras plausibles y pragmáticas nos enreda en más grandes y obvias contradicciones, y para ocultárnoslas a nosotros mismos necesitamos más grandes y siempre menos plausibles mentiras. La falsedad básica está constituida por la mentira de que estamos completamente dedicados a la verdad, y de que podemos estar dedicados a la verdad de un modo que es al mismo tiempo honesto y exclusivo: que tenemos el monopolio absoluto de la verdad absoluta, así como nuestro adversario ocasional tiene el monopolio absoluto del error.” Thomas Merton. “Verdad y violencia” difundido a mediados de 1964. Fragmento extraído de https://es.scribd.com/document/241939380/Verdad-y-Violencia-THOMAS-MERTON-docx

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