¿Somos como cebollas? – Adiós 2020 Archivo - Archive Ciencias y Comunicación - Science and Communication Diciembre 2020 27 de diciembre de 202031 de diciembre de 2020 Shrek -película animada estadounidense – Premio Oscar 2002, mejor película de animación Hugo Eduardo Avila – Músico, autor, compositor y escritor Mendoza – Argentina – hugoavila1@gmail.com ¿SOMOS COMO CEBOLLAS? -Adiós 2020- Ø Shrek: Para tu información, los ogros somos muy diferentes de lo que creen. Ø Burro: ¿Ejemplo? Ø Shrek: ¿Ejemplo? Los ogros son como cebollas. Ø Burro: ¿Apestan? Ø Shrek: ¡Sí! ¡No! Ø Burro: ¿Te hacen llorar? Ø Shrek: ¡No! Ø Burro: Ya sé, si los dejas al sol, ¿se ponen de color marrón y les salen pelitos blancos? Ø Shrek: ¡No! ¡Capas! ¡Las cebollas tienen capas! ¡Los ogros tenemos capas! ¡Las cebollas las tienen! ¿Entiendes? ¡Ambos tenemos capas! William Steig (EEUU 1907 – 2003) Alrededor, como en esferas concéntricas, las capas de la cebolla son barreras de sensibilidad, progresivamente articuladas desde el cogollo más tierno, al cual protegen, hasta la costra más rígida, y cada vez que una de esas capas se rompe ya no se vuelve a recomponer. Una de las escenas más emblemáticas, de las muchas que se inspiraron en el libro Shrek -Editorial Farra 1990- del recordado escritor, escultor y caricaturista estadounidense William Steig, es aquella en que el impensado dueto conformado por un ogro y un burro, en su viaje por salvar a una princesa, mantienen la primera conversación confidencial, en que el feroz y temido gigante le confiesa a su cuadrúpedo y parlanchín compañero que, en el fondo, él es tierno y tiene sentimientos, más allá de su apariencia y lo que otros piensen sin conocerlo. Al leerlo, y en el contexto de la escena, se podría inferir que la lectura filosófica del diálogo nos traslada a cuánto impacta en nuestras emociones lo que nuestros ojos perciben, y cuanto pesa la socialización, la cultura y las costumbres que enmarcan al bien y el mal según el espacio del planeta en que nacimos. Sin embargo este año, tan particular y especial, tan inolvidable como ejemplificador, aporta sesgos que quedarán marcados indeleblemente en nuestras vidas, y seguramente, si no olvidamos el primitivo y esencial designio de toda especie, lo trasladaremos generacionalmente. Un fin de año de sillas vacías, saludos contenidos, risas expresadas a través de pantallas, trabajos remotos, aulas silenciosas, despedidas sin despedirse, ciclos y ritos truncados; lo esencial de nuestra especie, lo prístino, aquello que no concientizamos, se vio alterado. Por otro lado el planeta volvió a respirar, los mares descansaron, las montañas se hermanaron al cielo infinito y las personas, bueno, elegimos cómo y con quien estar. Reconocimos valores y distinguimos, salvo los más enceguecidos y fanatizados, como otros continuaron valiéndose de loables discursos y acciones para acrecentar el temor y la miseria, para empoderarse y asegurar su privilegiada posición sin importar el hambre, el dolor o la muerte misma. En definitiva, nada cambio en nuestra naturaleza social, solo tuvimos la oportunidad de leerla sin metáforas, salvo, como expresé, aquellos que padecen el analfabetismo humano y sociológico que potencian los dogmas extremos. Al finalizar este período, que para nada indica el final de lo que aún acontece en el mundo, pensé en las capas de la cebolla, no como la rígida imagen grotesca que el ogro pretende defender, sino como los mantos, roles y ritos con los cuales vamos ocultando nuestra niñez, la inocencia de creer que se puede ser bueno, de hacer lo que es correcto porque le hace bien a otros y a uno mismo. ¿Cuántas veces al día caemos en la desesperada creencia de que todo está mal? ¿Cuántas noticias, repetidas hasta el hartazgo y actuadas por quienes las transmiten, nos imprimen temor mientras esculpen estereotipos sociales que definen nuestras decisiones más íntimas y profundas? y ¿Cuántos replican historias o sucesos, estratégicamente contextualizados, con el mismo propósito? Quiero despedir este 2020 –según el calendario Gregoriano- regalándome el derecho a la rebelión y al grito de euforia silenciosa que se alcanza en el espíritu para conectarme con los más profundos y tiernos destellos de humanidad que sé, viven en mi. Quiero regalarme el instante indispensable para despojarme de todas las capas que en mi vida fueron cubriendo la inocente esencia de quién soy y trasladarme, sin obstáculos, en el tiempo para visitarme en esa infancia que expande todo lo que puedo ser. Quiero hallarme en aquellos de quienes provengo y nutrirme del amor de aquellos que engendré para embeberme de la esperanza que, como designio vital de lo humano que hay en mí, debo transmitir a quienes me sucedan. Es el regalo más simple y poderoso que puedo hacerme, y desear que cada uno lo alcance también, manifiesta la inocente ilusión de recibir el obsequio de conciencia de todo lo bueno que tenemos, de las muchas formas en que el amor se expresa y que por momentos, fracturar esas capas que construimos en nuestras vidas, permiten derrumbar la rígida y falaz creencia de que la felicidad es algo que debemos alcanzar. Hugo Eduardo Ávila Diciembre 2020