Manuel Fernando Guzmán Jiménez – Escritor mexicano – Un poeta en el exilio 

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La Catrina

De la muerte
no hay que hablar,
mucho menos invocarla.

Ella ronda, ella camina
siempre al acecho
de un alma perdida
a la vuelta de la esquina.

Ella no duerme
siempre despierta
su guadaña lista
para tomar a cualquiera.

Almas del silencio,
almas de la nada,
espíritus perversos
para convertirlos
en todo, en nada.

Uno es uno, después nada,
todo pasa, todo acaba.

Los poetas, los pintores,
los músicos, los artistas,
todos vamos caminando
a una cita sin cita.
Sabremos ha de llegar
al viejo, a la jovencita.

Entre tanto hay que seguir
viviendo la vida
sabiendo que tenemos
una cita, sin cita.

El otro día sin contar
me fui a dar
una vuelta al parque,
como no tenía quehacer
quise disfrutar la tarde.

En un momento vi
una dama glamorosa, arrogante,
presto la pretendí
con frac, con bombín,
iba yo muy elegante

Ella no me dijo que sí
pero tampoco que no.
Ahí me di cuenta
que en ella había algo
que encantaba, que atraía.

Al abordarla le dije
que era muy distinguida,
me preguntó qué hacía ahí
le dije «deshojar la margarita,
que acudí a una cita, sin cita».

Un temblor llegó a mi cuerpo
cuando me tomó la mano,
ahí comprendí «es mi cita
¿ahora qué hago?».

Ahí me desvanecí,
ahí perdí la cordura,
comprendí venía por mí:
era la Catrina pura.

No me pude resistir
ni oponer defensa alguna.
Total, aflojar el cuerpo
si mi muerte es segura
solo una condición, en la
misma sepultura.

Como debí suponerlo,
no cumplieron mi deseo:
fui a la fosa común,
junto con los plebeyos.

La Catrina salió presurosa
solo se cambió de velo,
tenía una cita en el cementerio.

Ya la estaban esperando
era una gordita,
había nacido en el barrio
y se llamaba Paquita.

La trajeron en camión,
no cabía en el ataúd,
con los hombres no la hizo
ni que fuera tan bonita.

A fuego lento sus huesos,
por inútil y creída,
la Catrina la acabó.
Ahí terminó su vida.