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Yo los vi volar en el escenario: Día del Bailarín Folklórico en la Argentina

Hugo Eduardo Avila – Músico, autor, compositor y escritor

Mendoza – Argentina

hugoavila1@gmail.com

 

En la década de los ´80, los talleres de enseñanza de Danzas Folclóricas cobraban auge en toda la geografía argentina. La Zona Este de Mendoza no era la excepción. Así aparecían, con distintos niveles de organización y convocatoria, muchos encuentros infantiles de música y danza folclórica que significaban una enorme oportunidad para exhibir lo que se aprendía y, fundamentalmente, pisar un escenario. Fue en ese marco que los conocí. Era muy joven, adolescente. En el Departamento de San Martín se desarrollaba un Encuentro anual de Danzas que organizaba el Profesor Ángel Giménez, gran artífice de bailarines en la zona y fundador de uno de los más emblemáticos Conjuntos de Danzas de la provincia y el país.

Yo llegaba con mi gran amigo y Profesor Miguel Ángel Gatica, “El Chiquito”, enorme artista de la danza y mejor transmisor de tan bello arte. Responsable del Ballet Municipal de Rivadavia, que pronto abrazaría el nombre de “El Chañar”, representaba a los bailarines que nacían en ese Departamento y le dejaba la muestra del arte musical a otro grande, Carlos Arancibia, fundador de los Trovadores del Este.

Citarlos tiene sentido. Es la antesala de la historia. En ese contexto y presentando un cuadro folclórico cuyano que enlazaba una Cueca y un Gato grabado por José Molina, el Viñatero Cantor, primera voz armonizada por las guitarras de Abrego y Ferreira (El Grupo Cuyo), el Ballet Infantil de Rivadavia sentaba su paso en el encuentro bajo la atenta mirada de una pareja situada en un lugar especial. Eran los padrinos del evento.

Entre el bullicio de niños ensayando, otros corriendo y otros gritando, el responsable de la locución hizo un alto en la ajetreada agenda de presentaciones y con nerviosismo evidente se dispuso a presentar a los padrinos del encuentro de ese año. Tras el improvisado prólogo, cargado de elogios y adjetivos, el sinónimo de los nombres nos traslado a la presencia misma del verbo hecho danza. Un Señor mayor y de enormes ojos fue presentado como Santiago Ayala, y con él una hermosa dama, un poco más joven, de azabache cabellera y gesto más apacible y tierno. “…El Chucaro…” gritó alguien desde el público y el bullicio se apaciguó casi hasta el silencio, solo para evolucionar gradualmente en un aplauso interminable coreado por silbidos y gritos de algarabía. Estaban ahí, a escasos metros de mi presencia y de la de cientos que atónitos aplaudíamos y gritábamos sus nombres. El Chúcaro y Norma Viola.

Recuerdo en él su rostro adusto, sus grandes ojos, anchas cejas y la inconfundible nariz que servía de guía al bigote que coronaba su boca. Con dificultad subió la escalera de ese escenario de pueblo montado para niños y adolescentes que soñaban con ser artistas. Esos ojos no podían ocultar la emoción. Ahora que lo pienso, tal vez sintió lo mismo que al pisar por primera vez alguno de los grandes escenarios que lo tuvieron presente. Dicen que los artistas se deben a su público y que fundan sus valores en la sana misión de transmitir pasión y sembrar seguidores. El Chucaro lo hizo. Esa tarde, en un pueblo del Este mendocino y sobre un escenario de tablas irregularmente unidas, el Chucaro y Norma Viola nos regalaron la magia de una zamba. Yo los vi volar en el escenario. Fue un medio pie, lo suficiente para marcar a fuego en cada retina la pasión hecha lenguaje y danza.

Un 13 de Setiembre de 1994 sus enormes ojos se apagaron para siempre en este mundo y su esencia se fusionó al arte que transita en el éter del universo. Desde entonces el viento evidenció ráfagas con repiqueteos de malambo, y así sería por diez años, hasta diciembre del 2004, cuando entre brisas de melodía y misterio su enorme compañera se transformaría en Danza para amansar su brío y transportarlo a ese medio pie de zamba que quedara inconcluso en un pequeño pueblo de Mendoza.

En su homenaje se conmemora hoy 13 de setiembre el “DÍA DEL BAILARÍN FOLCLÓRICO ARGENTINO”. Mi humilde saludo a todos aquellos que se atreven a custodiar nuestra historia y mantenerla viva a través de esta bella expresión. A quienes la llevan como estandarte de profesionalización y perfeccionamiento, y aquellos que en cualquier patio de tierra dan rienda suelta a su alegría y orgullo por ser hijos de esta tierra. A todos, FELIZ DÍA, en especial a mis hijos y a mi nieta, que abrazaron este arte como dignos herederos de la cultura de mi pueblo.

Hugo Eduardo Avila

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