Leyendo y comentando. A propósito de la «Oda al Arbol» de Gerardo Molina Archivo - Archive Ciencias y Comunicación - Science and Communication Número 1- Octubre 2017 4 de octubre de 201720 de noviembre de 2018 Prof Jorge E. Hadandoniou. Docente, poeta y ensayista. Villa Mercedes, San Luis, Argentina. e-mail: ejeho2012@hotmail.com LEYENDO Y COMENTANDO A propósito de la “Oda al Árbol” de Gerardo Molina Leer la poesía de Gerardo es escucharlo. Y su tono coloquial culto se trasunta en este poema con esa habitual mansedumbre del que disfruta de la palabra y del tiempo. La Oda al Árbol presentada como poema en estructura de isla constituye una declaración romántica, en el sentido conceptual; y con proyección ecológica si queremos adaptarnos a las modas de nuestro tiempo. De por sí, el doble lítotes con que comienza y finaliza no concibo la vida sin el árbol contiene una afirmación reduplicada: la vida necesita al árbol para ser como tal. Y su latido ecológico no responde a ningún otro requerimiento que a la vivencia humana profunda, podría decirse inocente y primigenia. Está plenamente despojada de intereses circunstanciales. Ha nacido como toda la poesía de Gerardo cual un río que crece prístino. Ante todo, la Oda se presenta como un hecho estético, proyectado a una comunidad de lectores o de oyentes. Es una declaración de principios sin estridencias. Es una “fiesta vegetal” que se ofrece, ante todo, para disfrutarla: El campo era/ como una fiesta vegetal./ Y era/ el regocijo de los sembradíos/ en los surcos solemnes, paralelos/ -bajo su haz de colores/ tan negros y tan serios-./ Allí, junto a “la linda”, el desgarbado/ ñandubay y los talas/ enmarañados, con su verde viejo,/ tan mansos a pesar de sus espinas;/ el gracioso espinillo;/ como embobado de pasión, el ceibo;/ y el ombú paternal,/ nido de juegos. A partir de allí, disponemos de varios niveles de análisis y enfoques que terminarán inexorablemente en el reconocimiento de una voz popular, emocionada y armónicamente enraizada en la tierra natal y provinciana. El rescate de los valores más sencillos de la infancia sirve de contenido para describir al árbol (sus árboles) en contextos que los contienen y los proyectan a la eternidad de la memoria (“¡Ah, el tiempo/ nos deja la memoria…”) ¿Cómo lo logra? Utiliza recursos propios de la poesía iterativa, aquella que nos va ganando por el ritmo de los sonidos y por la consistencia de las repeticiones: enumeraciones, uso de intensificadores y de aliteraciones, epíteto de construcción que destaca el carácter emotivo de los sustantivos. Paralelismos muy próximos a la música consolidan esta sonoridad. El empleo del habla coloquial, con trazos castizos y arcaísmos merece un apartado especial ese uso de la lengua, discreto pero obligado referente en el análisis de la obra de Molina, “Diz”, “abuelazgo”, “nacencia”, “las casas”, “la linda” no operan como ornato sino que nos facilitan el enclave de la dicción. Conforman el puente necesario entre la tierra que alude, nuestro autor y su auditorio. Es importante señalar la sutileza con que se integran estos términos afines a la vida del interior de nuestros países y que reconoce, a la vez, el hilo sutil del idioma heredado. En cuanto a la métrica, tenemos una oda moderna, heredera de aquella ruptura que produjo Neruda con sus Odas Elementales (1955). Aun así, la presentación visual se aproxima por momentos a la lira tradicional de cinco versos; pero el poeta se desprende de los límites de la misma y articula sus estrofas y sus versos según requiera el hálito expresivo. Así encontramos estrofas de seis, siete y hasta quince versos. Y la versificación va desde un alejandrino (14 sílabas) hasta un trisílabo. Los hay heptasílabos, hexasílabos, endecasílabos. Lo que regula la métrica no es el requerimiento formal sino el desarrollo temático del contenido. El recorrido de la vida y su trascendencia se hilvana sin apuro, con el deleite que aportan breves descripciones de cada árbol y una pizca del sentimiento detenido en algún momento de la existencia. Enumeración y paralelismo, en este caso nos aproximan a la síntesis de la concepción existencial del poeta: “y prisas y trabajos y desvelos/ y los caminos que parecen/ en cada fin nacer de nuevo.” La existencia en un continuum, un peculiar sentimiento de origen y de tránsito. Como buena poesía bucólica abreva en un carpe diem peculiar. Es el gozo de la naturaleza, en el momento preciso del encuentro con el yo particular: en la niñez, durante la adolescencia, “en la bonanza”, “en la lid”. Es decir, en cada circunstancia de la vida hay un árbol, una secuencia de amorosa contemplación y gozo. El fenómeno poético tiene sus misterios y ha tratado de ser dilucidado por diversos caminos y con posturas no pocas veces contrapuestas. ¿Es descriptivo o meramente emocional? ¿Legible o hermético? ¿Atado a cánones o libérrimo? La respuesta de Molina es tan contundente como precisa. Es un poeta convencido de su misión en la tierra. Es el nombrador de su terruño, de las cosas simples que solemos olvidar en la celeridad de la vida contemporánea. Es un decidor y como tal ejerce su oficio de aeda, breve a veces, más desplegado otras, como en este caso, para dar el testimonio de una biografía conteste con su palabra. El árbol, motivo y tema de tantas páginas de la literatura local y universal, renace con un sello propio y que confirma este paralelismo del poema: “tan grato a mis remansos / tan grato a mis silencios.” Y la síntesis de su significado, para quienes conocemos la obra de nuestro autor, es también una precisa calificación de este modo tan particular de decir: “Tutela, abrigo, confidencia, canto…” ¿Y por qué? En lo tutelar se esconde sutilmente, discretamente y con amoroso cuidado, la función educativa siempre encubierta o explícita en la obra de Molina. Es el abrigo la protección que encuentra el poeta para exponer sus vivencias y el lector para aventurarse en mundos novedosos. De por sí, la confidencia es la necesaria complicidad de autor-lector para compartir un espacio profundamente humano y humanizado. Y, finalmente, el canto es el resultado de esta poesía sonora y, como ya lo ha probado, dispuesta al pentagrama para su transformación en melodía. Molina: poeta para leer y para escucharlo, con la seguridad de que tocará las fibras más íntimas de nuestra humanidad. Prof. Jorge E. Hadandoniou. Docente, poeta y ensayista. Villa Mercedes, San Luis, Argentina. e-mail: ejeho2012@hotmail.com Oda al Árbol – Gerardo Molina No concibo la vida sin el árbol. Diz que había una senda de eucaliptos Desde el Camino Real hasta la casa de mi bisabuelo -lugar de mi nacencia-. Sus jugosos butiás de un gualda intenso Allí una joven palma prometía. Lejano ayer que casi no recuerdo… (El campo era como una fiesta vegetal. Y era el regocijo de los sembradíos en los surcos solemnes, paralelos -bajo su haz de colores tan negros y tan serios-. Allí, junto a “la linda”, el desgarbado ñandubay y los talas enmarañados, con su verde viejo, tan mansos a pesar de sus espinas; el gracioso espinillo; como embobado de pasión, el ceibo; y el ombú paternal, nido de juegos.) Entonces, niño aún, en la chacra del abuelo materno, muy cerca de “las casas”, sorbí mi jarro de espumosa leche aún tibia del ordeñe mañanero. Junto al nogal que siempre estaba señoreando en el azul ¡tan bueno regalándonos su corazón en innúmeros frutos!… ¡Ah, el tiempo nos deja la memoria por lo que ya vivimos, por lo que más queremos, tenaz, piadoso y siempre inexorable arquero. ¡Cómo olvidar los transparentes, los paraísos jóvenes con su rumor alado! (Adolescencia en sueños) fraternales, guardianes, confidentes de las lecturas ávidas, de aquel amor primero, tristes a mi partida, gozosos al regreso… Después, en tantos avatares del destino no me faltó nunca la sombra amiga de un árbol compañero, vertical, sufrido y fuerte con el ejemplo claro del renuevo, feliz en la bonanza y en la lid, consejero. Con su abuelazgo de nidos y de flores rumoroso o austero. tan grato a mis remansos, tan grato a mis silencios sonoros y a los cauces por donde infatigable transcurre el pensamiento. O acercándome estrellas con su hálito fresco para que bordase de fulgores mis románticos versos, luz que con mi voz lírica pagaba hecha de música y de sentimientos. Arbol, lejos quedaron tu primera sonrisa vuelta cuna que mi madre meciera y prisas y trabajos y desvelos y los caminos que parecen en cada fin nacer de nuevo. Tutela, abrigo, confidencia, canto… Guardarás, luego, mi postrero sueño que buscará otras albas del arcano donde también habitarás tu cielo. No concibo la vida sin el árbol. Prof Gerardo Molina. Escritor uruguayo e-mail: gerardomolinacastrillo@gmail.com Notas. Dicc. de Aut. Diz- Apócope de dice o dícese. Butiás- Frutos de la palma o palmera («coquitos», dátiles). Gualda- de color amarillo. «La linda»- Del lenguaje campesino, el o la linde, límite. Ñandubay- Árbol del género de las mimosáceas (acacias), de madera muy dura y pesada, que se emplea general- mente en cercos de estancia, corrales, etc. Lo hay negro y colorado. Clavado un poste de ella en tierra, no se pudre jamás, antes se petrifica. (Daniel Granada: Vocabulario Rioplatense Razonado). Tala- Árbol frondoso, de hojas chicas, aovadas y escotadas, y de ramas muy torcidas, fuertes y espinosas. Su madera es blanca y se utiliza en muebles y obras de carrretería. Una vara recta de tala, de que pueda formarse un bastón, se aprecia en mucho por lo fuerte. (Obra citada). Espinillo- Árbol de la familia de las mimosáceas, con ramas cubiertas de espinas y hojas diminutas y florecillas esféricas de color amarillo, muy olorosas. Ceibo- Ärbol de flor amariposada; que se cría formando monte en las vertientes e islas del Uruguay y Paraná; de tronco escabroso y lindas hojas aovadas y venosas en cruz, a saber, dos opuestas y una en el ápice de cada ramito, algunas, no todas, con una espinita encorvada hacia abajo en el nervio por el lado del envés, espinas que asimismo se halla diseminadas con irregularidad por los ramos. Al acercarse la primavera, cúbrese, a la par con las hojas, de largos racimos de aterciopeladas flores de hermoso color de lacre o granate claro sombreado, henchido de miel el cáliz. (Obra citada). Ombú. Árbol frondoso. Prende de rama y en cualquier terreno. Su madera no arde ni sirve para nada; pero sus hojas tienen pro- piedades medicinales: son purgantes. (Obra citada). El bisabuelo, en cuya casa nació el autor, fue Domingo Molina. El abuelo materno, a donde va a vivir con su hermano mayor y su madre viuda (su padre murió a raíz de un accidente cuando el poeta tenía sólo siete meses) se llamó Ángel Castrillo.